25/01/2025
CARTA DE UN ADICTO
Para todos aquellos que desde su sobriedad me observan con desprecio desde hace tiempo y me han colocado en la exclusión de los centros de recuperación acusándome de adicto marginal, me les he decidido manifestar a través de las siguientes letras.
Me encuentro por supuesto en el sitio a donde ustedes me enviaron contra mi voluntad, ese sitio frio y sombrío donde hace tiempo se me desechó por mi elección de consumir.
Seguro muchos de ustedes ni siquiera pretenderán tomarse el tiempo en leer estos renglones que me he tomado en dedicar de un tiempo para acá, pues el rechazo a mi existencia ebria, el asco, el resentimiento, la decepción y todo lo que yo les he provocado con mi voraz forma de intoxicarme, les es insoportable. Bajo ninguna circunstancia lo malentiendan, entiendo que para ustedes vivir con alguien como yo no ha sido fácil, mis palabras no son de guerra.
Pero, ¿Quién soy yo? En resumen, puedo ser cualquiera. Todo aquel que has acusado y despreciado por consumir.
Por ejemplo, el hijo que descubriste inyectándose droga hasta la sobredosis y te recordó tu fracaso como madre. Puedo ser también el marido alcohólico que llegaba a tu hogar después de revolcarse con su amante y comenzaba a golpearte hasta dejarte inconsciente. Pudiera ser tu madre depresiva, consumidora de pastillas, que requería de fuertes dosis de tranquilizantes para olvidar que estaba muriendo sola y olvidada, después de criar a una serie de malagradecidos; o puedo ser también esa vecina que inicio prostituyéndose por una dosis de metanfetaminas y terminó violada y asesinada por el vendedor de dr**as.
Todos ellos, entre muchos otros, son aquellos que muchas veces has despreciado y acusado como adictos. También son esos que no toleras ver por las calles pidiendo una moneda para intoxicarse, eligiendo renunciar a la familia, al trabajo, al éxito e implorando acabar con su existencia con una potente dosis de una buena vez.
Son aquellos que no toleras encarar porque te recuerdan tu estructura quieta, tu vida rígida y aburrida, donde solo gobierna la absurda ley de la superación personal, las falsas reuniones sociales y un cheque mensual por el cual prostituyes tu alma por 8 horas diarias para al final de tus días mentirte diciendo que fuiste feliz.
Son aquellos que llamas desobligados, sin oficio ni beneficio, sin virtud, excluidos y marginados. Los mismos que nadie quiere tener en su vida cerca porque se dice que están enfermos.
Lo sabes muy bien, seguro tienes alguno en tu familia o en tu grupo de amigos. Son esos que se les ha hecho fama de violadores, asesinos, impulsivos, irresponsables, débiles de carácter, herejes, traumados y de las peores etiquetas que este mundo posee.
De hecho, por eso los encierran en los psiquiátricos, en los anexos y en los centros de rehabilitación. ¿Quién de ustedes no ha intentado “curar” a un adicto? ¿Quién de ustedes no ha intentado cambiarlo? ¿Quién de ustedes no ha pretendido que un consumidor “arregle” su vida? No se engañen, todos se creen con la autoridad para sermonear a un adicto, pues quienes no son consumidores, se creen superiores, creen que su vida es ejemplar.
Es bastante gracioso, los adictos nos mofamos de sus sugerencias, pues aquellos que nos quieren dar lecciones de vida y de moral, lo hacen porque tienen miedo, les da pánico vernos, pueden ver la muerte en nuestros ojos y huyen porque temen darse cuenta de que no han vivido. Así es, los adictos tenemos la muerte en la mirada.
La mayoría de personas nos quieren orientar, llevar por buenos caminos como si sus caminos fueran los mejores. Pero, ¿Para qué lo hacen?... La respuesta parece obvia, ¿Lo ves?, ¡Exactamente! Los adictos les recordamos que en realidad todo lo que ustedes hacen con sus vidas, no importa tanto, y eso les causa nauseas. Somos las existencias que ustedes llaman putrefactas y nauseabundas de la sociedad, y es por eso que nos envían a los centros de readaptación que, son las letrinas comunitarias de nuestro mundo, esos oscuros sitios a donde cae todo aquel que para ustedes no funciona ni cumple sus expectativas; y así, cual deshecho en la letrina, como excremento de la sociedad, somos arrojados por ser consumidores.
Seamos realistas, ¿Quién de ustedes no ha odiado a un adicto un poco al menos? ¿Quién no le ha deseado la muerte a ese familiar ebrio y consumidor? ¿Quién no le ha deseado el peor de los males a esa persona que elige consumir?
Claro que lo sabemos: somos odiados, eso no es nuevo. Nos reímos cuando ustedes nos dicen cosas como “Date cuenta del daño que haces”, “Es que no eres consciente de lo que provocas”, “Mira como tu familia sufre por ti”. ¡Por supuesto que nos damos cuenta de lo que dicen!
Pero ustedes nos gritan esas señales porque nos tienen envidia, es un hecho que su sobriedad no les permite ver: ustedes intentan reformarnos porque no se atreven a hacer lo que nosotros si, y eso les corroe la sangre. Ustedes nos encierran porque no soportan ver su libertad.
Como podrán contemplar, no nos temen a nosotros, se temen a ustedes.
¿De verdad que no se dan cuenta? ¿Por qué si el adicto sabe todo el colapso y el caos que provoca no deja de hacerlo?
La respuesta siempre la han tenido ustedes, pero no quieren verla. ¡Y ustedes creen que los ebrios son los ciegos!
Los adictos no detendremos nuestro voraz movimiento mientras ustedes nos necesiten para justificarse. Así es, en efecto, todo sistema tiene al adicto que necesita para sobrevivir.
Por ejemplo, cuando hay unos padres distanciándose, a punto de separarse, siempre podrá ser un buen momento para que nazca un alcohólico en la familia y así estos miserables cónyuges eviten pelear para desviar su atención al rescatar a su hijo de una congestión
También, si hay una madre con un pánico escalofriante a la soledad, se alistará a salir a escena un hijo drogadicto para que ella siempre tenga un sentido de vida al inutilizarlo y nunca estén uno sin el otro.
De la misma manera, cuando uno de los vástagos descubre a su padre siéndole infiel a su madre, será un buen momento para iniciarse en la intoxicación, así, llenando su cuerpo de estupefacientes, podrá cumplir con la venganza de su madre, al inyectarle cual veneno la peor de las culpas a su padre, haciéndole testificar como destruye su vida en las dr**as.
Efectivamente, como podrán ver, estamos juntos en esto. Algunos ebrios, otros sobrios, pero de una u otra forma, todos estamos intoxicados por el otro.