
26/05/2025
Jean de La Fontaine, célebre fabulista francés del siglo XVII, escribió esta frase en una de sus reflexiones más ácidas sobre la naturaleza humana. Aunque es más conocido por sus fábulas morales, en su correspondencia personal y en algunas disertaciones expresó con dureza su desencanto ante una sociedad que, en muchas ocasiones, prefiere la necedad colectiva al juicio individual.
La frase surge en un contexto donde la corte de Luis XIV marcaba el pensamiento dominante, y donde las apariencias, la obediencia ciega y la superficialidad social eran recompensadas más que la sabiduría o el pensamiento crítico. La Fontaine observaba cómo incluso las mentes más brillantes eran marginadas si no se alineaban con las modas del momento —ya fueran políticas, religiosas o culturales.
Este pensamiento trasciende siglos porque habla de un fenómeno universal y atemporal: la tiranía de lo popular cuando la estupidez se normaliza. En la vida cotidiana, lo vemos en la propagación de ideas simplistas en redes sociales, en la validación del ruido sobre la razón, en la fascinación por lo viral en lugar de lo valioso. La frase nos alerta sobre el peligro de ceder ante las corrientes sin cuestionarlas, y nos invita a resistir la estupidez colectiva no con arrogancia, sino con pensamiento crítico y convicción personal.