09/02/2024
Y me tuve que empelotar…
Quitarme una a una todas las capas que me había puesto por años. Algunas parecían vendas, remiendos, curitas y otras pedazos de armadura que estaban fusionadas a mi piel, que en su momento fueron útiles para protegerme.
Cuando no tenía nada más que quitarme y quede desnuda frente al espejo, no pude sino llorar, no me quería ver. No me reconocía. No podía soportar la imagen de esta mujer parada frente mío y pensar que esa era yo.
Por un tiempo me volteé, como negándome a la realidad. Como si hubiera escapatoria. Como si hacer pataleta sirviera de algo: ¡Ese no es mi cuerpo! ¡Esa no soy yo! Y lloré. Lloré con rabia y pataleé. Grité. Pedía a Dios que me sacara de este lugar/espacio/sueño en el que me encontraba. Después me di cuenta que las lágrimas que salían eran de tristeza con una sensación profunda de pena por mí misma, por este estado al que había llegado. ¿Cómo me había convertido en eso?. ¿Dónde estaba esa mujer que yo creía ser? Esa visión en ese espejo, me hizo darme cuenta de que yo no era lo que pensaba, que lo que había estado demostrando hacia afuera, no era para nada lo que yo me imaginaba y llore más.
Después de mucho tiempo, que se sintió como una eternidad, me di cuenta que ya ni siquiera me salían lágrimas, me sentía vacía, cansada, supremamente débil, pero en este espacio/tiempo en el que me encontraba no era necesario dormir, o comer, o descansar, no había a donde ir, ni con quien estar, no había ningún distractor, ni nada que hacer. Me di cuenta que realmente mi única salida era enfrentarme a la realidad, pararme, voltearme y verme de nuevo ante este espejo para verme tal cual soy.
Cuando me di la vuelta, ya no me sorprendí tanto. Podía verme como una nube en forma de mujer, con caras cambiantes que me mostraban todas mis etapas. Empecé a recorrer mi cuerpo con la mirada y pude verme las heridas, reconocerlas. Empecé a entender cómo me podía conectar con ellas y de alguna manera me hablaban. El solo hecho de poderlas ver en ese espejo y entenderlas en mi cuerpo, me daba la facultad de recordarlas a profundidad, entender porqué estaban ahí, quien las había puesto, como se conectaban en capas con algunas más viejas y profundas y cuales llegaban al centro de esta nube etérea que era mi cuerpo. Me veía como fibras, como una maraña de líneas de luz que se conectaban entre sí. Enredos. Estancamientos. Se notaba donde la energía no fluye, donde la energia se escapa. No entendía del todo como estaba hecho este cuerpo, pero de alguna manera se me despertó la curiosidad porque al estar dispuesta a explorarlas, me llegaban comprensiones que no venían de mi mente, sino de mi sentir, lo cual me daba la sensación de estar trabajando con una verdad profunda, inefable y contundente.
Había heridas de todas las formas, colores, y profundidades. Las veía como punzones, hachazos, cortadas, golpes, rupturas. Algunas se veían secas, más como cicatrices, cerradas pero ahí estaban. Otras se veían abiertas, expuestas y conectadas a capas más internas. Algunas de solo verlas me daban una sensación muy visceral, que prefería evitar.
Había unas cosas que me llamaban la atención. Eran como stickers pegados por todas partes en mi “piel”. Me di cuenta que esos stickers eran palabras y esas palabras me llevaban a un significado, a una definición de mi misma. Me di cuenta que estas son las más difíciles, porque esas palabras eran las que yo me decía a mi misma, así era como yo me definía, así era como yo me significaba y significaba a este cuerpo que me materializa. Intenté quitarmelos, algunos salían fácil, pero otros eran como si intentara quitarme la carne viva. Me di cuenta, que solo me los podía despegar cuando tenía el sentir de que yo ya no era “eso”.
Creo que empecé a entender su “lenguaje”, el lenguaje de mis heridas y en ese instante nació mi curandera, mi sanadora. Nació porque me di cuenta, que yo me podía sanar mis propias heridas, que solo me requería amarme lo suficiente para poder tener la valentía y la fuerza para RESENTIRLAS, de nombrarlas por lo que son y reconocer su profundidad sin tratar de evitarlas o ignorarlas, sentir como cada una hace parte de MI cuerpo, de MI historia y que cada una de ellas me trajo un aprendizaje. Entendí que nada, ni nadie externo me puede sanar. Entendí que mi medicina, es única y propia, que proviene de un lugar único en el Universo, que está ubicado en la lucecita brillante y pura en el centro de mi pecho, en MI corazón. Entendí que solo yo soy la fuente de esa medicina, que es inagotable, que está en mi porque Dios la puso ahí, pero es mi responsabilidad darmela, administrarmela, ponermela, tomarmela. Yo soy la única que puedo tomar acción. Yo soy la única que me puedo amar de esta manera tan inmensurable e infinita. YO SOY MI CURANDERA Y YO SOY MI MEDICINA.