29/07/2025
Había una vez un lobo.
Fuerte, valiente… pero con el corazón lleno de cicatrices.
Vivía a la defensiva, con los colmillos listos, como quien ha aprendido a no confiar ni en el viento.
A su lado estaba una loba noble, con un amor tan paciente que parecía infinito.
Lo abrazaba aunque él la apartara.
Lo esperaba aunque él se alejara.
Y lo perdonaba… incluso cuando él ni siquiera lo pedía.
Pero esa noche algo cambió.
Discutieron.
—¡Nunca entiendes nada! —gruñó él, cegado por su propio dolor.
—¿Y tú cuándo vas a dejar de pelear por todo? —respondió ella, cansada del peso en el alma.
Esa noche no hubo abrazo.
No hubo perdón.
Solo silencio. Y orgullo.
Al amanecer… la loba ya no despertó.
Partió como se apaga una vela, sin ruido, llevándose con ella la paz del bosque.
El lobo se desplomó por dentro.
Entendió lo frágil que es todo lo que damos por seguro.
Pasaron los días, y el dolor no se iba.
Un viejo búho, sabio como la noche, se posó frente a él.
—¿Por qué lloras, pequeño lobo?
Él apenas pudo hablar:
—Peleamos por tonterías.
No me despedí. No le dije “te amo”.
Me acosté pensando que habría un mañana… y ella no volvió a abrir los ojos.
El búho lo miró con compasión:
—Dime… ¿valía la pena ganar aquella pelea?
¿Valía la pena quedarse callado por orgullo?
El lobo, roto, murmuró:
—No… cambiaría mil razones por un minuto más con ella.
El búho extendió sus alas y antes de irse dijo:
—Ama con paciencia.
Perdona sin esperar.
Porque nunca sabes cuál “buenas noches”… será el último.
—Susana Rangel 🐺☕️✍️💬