29/07/2024
Desde la muerte de nuestra colega que cursaba una residencia quirúrgica en Bogotá, que movilizó la solidaridad y la denuncia de especialistas, residentes y estudiantes frente al maltrato y la violencia en la educación médica en Colombia, se ha observado cómo muchos, tanto propios como extraños, normalizan y minimizan estas violencias e incluso las justifican. En algunos casos, esto se hace en defensa de sus profesores (una rara identificación con el agresor), y en otros, para justificar sus propias conductas misóginas y acosadoras (otra forma de identificación con el agresor). Sin embargo, lo que más ruido me genera es la defensa que busca atacar a los trabajadores de la salud que se han sentido agredidos y violentados en el ámbito académico y profesional.
Existe una saña en demeritarlos y atacarlos, en invalidarlos y burlarse de ellos, que no solo corrobora las acusaciones, sino que también revela cuán traumados y acomplejados están los violentos y sus defensores. Es entendible que todos necesitamos una narrativa para validarnos ante un mundo tan difícil y conflictivo. Claro, todos construimos una historia donde somos el héroe o la he***na, identificamos retos y dificultades y exaltamos cómo vencerlos nos hace sobresalientes, admirables y hasta "buenos".
Sin embargo, llega un punto donde la madurez nos debe alejar del individualismo y acercarnos a la compasión que solo lo colectivo nos da, porque somos seres sociales y colectivos. Debemos resignificar nuestra historia, nuestro camino, y entender que validar el maltrato que sufrimos o que vimos sufrir a otros no nos embebe en gloria y sacrificio, no nos hace mejores o válidos ante una sociedad cruel. No podemos aferrarnos a que se mantenga el maltrato y la violencia solo para que nuestra narrativa de gloria y sacrificio siga siendo válida.
¿Cuántos mu***os se necesitan para que siga siendo justificable mi narrativa de sacrificio, fortaleza y berraquera? No, no es válida, nunca lo fue, pero estábamos abrumados, cansados, explotados, obnubilados por las promesas de estatus que da la academia y la medicina. Es el momento de reflexionar, hacer introspección y aceptar el error, apoyar a los que necesitan nuestro apoyo, que no, no están en la cima de esta pirámide tétrica que ayudamos a construir, una jerarquía que sigue pariendo trabajadores sin alma y sin capacidad de crítica. Somos mejores, no somos como ellos.