
20/07/2025
Entre ruidos de monitores, pasos apresurados y formularios interminables, alguien se detuvo.
No para recetar.
No para diagnosticar.
Sino para ver.
Vio a un hombre temblando, cubierto apenas por una sábana.
Solo. Silencioso. Invisible para muchos.
Y entonces hizo lo impensable:
Se quitó la bata… y se la puso a él.
Un gesto tan sencillo que parece pequeño.
Pero en medio de una sala desbordada, con recursos limitados y tiempo contado, fue un acto inmenso.
Eso no se enseña en ninguna facultad.
No hay código que lo exija, ni protocolo que lo dicte.
Es simplemente humanidad.
—
Tal vez nadie recuerde su nombre.
Tal vez este momento nunca llegue a un informe ni a una red de agradecimientos.
Pero quienes creemos en una medicina con alma,
sabemos que este tipo de actos son los que realmente transforman vidas.
Porque a veces, el mayor tratamiento no es un fármaco.
Es una mirada, un abrigo… un gesto de dignidad.