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                                        La muerte de un ser querido es una de las experiencias más difíciles de gestionar a nivel emocional. En general nos sumergen en una etapa oscura, llena de sufrimiento… Más allá del inevitable dolor que podamos sentir -fruto de nuestro apego al difunto-, una vez culminamos nuestro proceso de duelo los sabios nos animan a recordar al fallecido con alegría. Pasado un tiempo, podemos incluso dar gracias a la vida por haber podido compartir tiempo con esa persona especial a la que tanto amábamos. Y es que la mejor manera de honrar a quien ha fallecido es siendo felices.
Imaginemos que mañana nos morimos. Y que nuestra muerte genera que nuestros familiares y amigos más cercanos se queden hundidos en la miseria y devastados para siempre. ¿Acaso nos gustaría que nuestra muerte -nuestro legado- provocara que aquellos a los que amamos fueran desdichados? ¿No preferiríamos que pasado el duelo nuestra pareja rehiciera su vida y se reencontrara con el amor? ¿O que nuestros hijos tiraran para delante y fueran felices? ¿Por qué entonces hay tantas personas que no levantan cabeza después de la muerte de un ser querido? Porque el ego utiliza dicho fallecimiento para perpetuarse en nosotros, envenenándonos con litros de cianuro. Hay quienes malviven en un luto eterno en el que el dolor les impide rehacer y disfrutar del resto de su vida. E incluso quienes se suicidan por no poder soportar tanto sufrimiento.
La muerte de un ser querido es un recordatorio de que nuestra existencia mundana tiene fecha de caducidad. Y una invitación para reflexionar acerca de cómo estamos viviendo. Cualquier persona que ha tenido una experiencia cercana a la muerte lo sabe. Suele ser un revulsivo existencial, que en muchas ocasiones significa un punto de inflexión en su manera de vivir. Irónicamente, la muerte es lo que le da sentido a la vida. En vez de entristecernos y de llorar por el tiempo que ya no podremos compartir con el mu**to, celebremos y alegrémonos por el que sí pudimos disfrutar de su compañía. El mejor tributo que le podemos hacer a la persona fallecida es recordarla con amor y felicidad.
*Fragmento extraído de mi libro “Las casualidades no existen. Espiritualidad para escépticos”. → https://borjavilaseca.com/libros/ -casualidades-no-existen                                    
 
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                         
   
   
   
   
     
   
   
  