04/10/2025
Shoji Morimoto tenía un máster en física, vivía en Tokio y era, según sus propias palabras, un tipo común, silencioso, sin talentos especiales.
Pero un día, cansado de trabajos que no lo llenaban, publicó un tuit que lo cambió todo:
“Me alquilo para no hacer nada. Puedo estar contigo, escucharte, acompañarte. No cocino, no limpio, no doy consejos. Solo existo contigo. Precio: transporte y comida”.
Lo hizo en broma.
Pero al día siguiente, tenía más de 500 mensajes.
Una mujer le pidió que la acompañara a firmar los papeles del divorcio. No quería hacerlo sola.
Un joven que salía del hospital tras una operación le pidió que caminara con él hasta su casa, en silencio.
Una anciana lo invitó a comer, solo para no masticar sola.
—¿Y qué haces exactamente? —le preguntó un periodista.
—Nada. Solo estoy ahí. Pero a veces, estar… es todo.
Shoji ha sido contratado para mirar un atardecer. Para sostener un paraguas. Para escuchar a alguien llorar durante una hora sin emitir juicio.
Una vez, una chica le dijo:
—Solo quiero que alguien me vea subir al escenario. Nadie de mi familia quiso venir.
Shoji fue. Aplaudió. Y luego se fue, sin pedir nada más.
No da consejos. No pretende cambiar vidas. Solo se convierte en testigo silencioso de las pequeñas batallas que nadie ve.
Hoy tiene más de 4.000 clientes. Y ha escrito libros sobre su experiencia.
Lo llaman “el hombre que no hace nada”. Pero, en el fondo, Shoji hace lo que muchos no saben cómo: estar presente.
Cuando le preguntaron si esto lo hacía sentir solo, dijo:
—No. Yo también necesitaba compañía. Pero sin máscaras. Sin expectativas. Solo dos humanos compartiendo el mismo tiempo, sin querer cambiarse.
A veces, lo que más sana… es lo más simple.
Alguien que no venga a salvarte.
Sino a sentarse a tu lado mientras atraviesas la tormenta.