25/10/2025
CUANDO CURAR ENFERMA
A veces, la medicina, la psiquiatría y la psicología no curan… sostienen el sufrimiento. No por maldad, sino por exceso de diagnósticos, por la prisa institucionalizada y por una mirada que confunde el silencio con la sanación. Lo que alguna vez fue un espacio de escucha se ha vuelto una industria de clasificación. El sufrimiento humano, con toda su complejidad, se traduce en códigos, escalas y manuales. El psiquiatra Allan Frances, presidente del grupo de trabajo del DSM-IV, advirtió hace más de una década que estábamos convirtiendo la tristeza, la timidez o el duelo en “trastornos mentales”. Su crítica no fue menor: denunció cómo la psiquiatría moderna, bajo la presión de la industria farmacéutica y la cultura de la inmediatez, expandió sus límites hasta patologizar la vida cotidiana. Y tenía razón.
Investigaciones como la de Merten (2017) o los estudios longitudinales de Horwitz y Wakefield (2019) confirman que el sobrediagnóstico es una realidad preocupante, especialmente entre jóvenes y adolescentes. Lo que antes era una etapa de crisis o una respuesta emocional natural, hoy se interpreta como enfermedad. El resultado: millones de personas con etiquetas que definen su existencia y condicionan su identidad. Cuando el diagnóstico se vuelve identidad, la posibilidad de transformación se reduce. Ya no se trata de sanar, sino de “manejar” un trastorno.
En paralelo, las redes sociales han hecho lo que antes era impensable: poner la salud mental en el centro del debate público. Pero con esa visibilidad llegó también la distorsión. Según Foster (2024) y un informe reciente de Johns Hopkins (2023), una gran parte del contenido viral sobre ansiedad, TDAH o trauma es inexacto, simplificado o directamente falso. Lo peligroso no es solo el error, sino el modo en que esas narrativas digitales moldean la percepción del malestar. Millones se autodiagnostican a partir de videos de segundos y terminan construyendo una identidad a partir de fragmentos de información. Lo que debería ser conciencia se transforma en autoetiquetamiento. Lo que debería ser autoconocimiento se convierte en autoencierro.
Al mismo tiempo, los sistemas de salud, saturados y deshumanizados, actúan desde la prisa. No hay tiempo para comprender la biografía detrás del síntoma. Se medicaliza el dolor, se protocoliza la tristeza, se estandariza la escucha. En muchos casos, el objetivo no es comprender el sufrimiento, sino “normalizar” la conducta. Se busca que el individuo vuelva a ser funcional para un sistema que no tolera la pausa ni la introspección. Y así, sin darnos cuenta, perpetuamos aquello que decimos querer curar. Se alivia el síntoma, pero se deja intacta la herida.
Curar no es eliminar el malestar. Curar es entenderlo, acompañarlo y devolverle su significado humano. La salud mental no puede medirse solo en neurotransmisores o manuales diagnósticos; debe medirse en la capacidad de un ser humano para darle sentido a su experiencia. El sufrimiento no siempre es patológico: a veces es un llamado al cambio, una señal de que algo en la vida necesita ser mirado con más profundidad.
Para ajustar, por detrás de todo este entramado late una verdad incómoda, y es que la enfermedad se ha vuelto un negocio más rentable que la salud. En un sistema donde cada diagnóstico genera consumo y cada síntoma puede monetizarse, el bienestar deja de ser prioridad para convertirse en producto. La industria farmacéutica, los seguros médicos, las terapias exprés y hasta la divulgación en redes se benefician de mantener al individuo en un estado de búsqueda constante, nunca de resolución. Un paciente que sana deja de ser rentable; uno que depende, fideliza. Así, se perpetúa una economía del malestar, donde se venden soluciones rápidas para dolores que requieren tiempo, acompañamiento y sentido. Y mientras el mercado crece, la humanidad se empobrece emocionalmente, olvidando que la salud no se compra ni se receta: se construye en el vínculo, en la sinceridad, en los limites, en la comprensión y en la libertad interior.
Necesitamos menos etiquetas y más humanidad. Menos diagnósticos y más escucha. Menos prisa y más presencia. Menos viralidad y más verdad.
La verdadera curación ocurre cuando alguien se atreve a mirar su dolor sin miedo, y encuentra en la comprensión (no en el diagnóstico) el comienzo de su libertad.
Harold Bohórquez Meneses
Psicólogo y docente