
25/07/2025
Venía de un vuelo Bogotá–La Paz, cansado, con ese frío que te recibe a más de 4.000 metros de altura. Ya había pasado migración y me encontraba con Gabriela Morales, una exalumna y colega que también está invitada como expositora en este evento. Caminábamos hacia el taxi de la organización, cuando, de pronto… me llevo una de esas sorpresas que te sacuden el alma. Ahí estaba Enmanuel Quisbert y su mamá, Pamela, un paciente que operé hace años en Medellín por una pseudoartrosis congénita de tibia —una condición compleja y poco frecuente. Le hicimos tres cirugías allá en Colombia, porque aquí en Bolivia no había forma de abordarla. Lo vi caminando con total normalidad… tranquilo, sonriente, con un cartel de bienvenida en la mano.
Y ahí me quedé, sin palabras.
Con Enmanuel y su familia formamos un vínculo muy especial. Recuerdo ir a su habitación a hacer curaciones, conversar, acompañar… Y hoy me lo encuentro en La Paz, de madrugada, para darme las gracias.
Este tipo de cosas son las que te recuerdan por qué haces lo que haces.
Gracias, Enmanuel. Gracias por ese gesto.
Y gracias a la vida por permitirme ser parte de estas historias.