27/04/2025
El Puente Invisible
Había una vez dos viajeros que caminaron juntos muchos años por un sendero de montaña.
Al principio, la tierra era fértil, el aire tibio, y cada paso estaba lleno de risas, descubrimientos y sueños compartidos.
Cada uno llevaba una mochila:
Ella, llena de semillas de futuro —bebés, canciones, tardes de domingo compartidas.
Él, cargando mapas de aventuras solitarias —silencios, vuelos libres, noches bajo estrellas que nadie más viera.
Durante mucho tiempo, caminaron tratando de sostener el ritmo del otro.
Ella intentaba aligerar su mochila para no cansarlo.
Él intentaba llenarla un poco más para no dejarla sola.
Pero con cada paso, el peso de lo no dicho, de lo no querido de verdad, iba construyendo un muro invisible entre ellos.
Un día llegaron a un cruce de caminos.
Frente a ellos había un puente.
O eso parecía.
Porque, a los ojos, no se veía nada.
Solo un precipicio inmenso, cubierto de niebla.
Ella se aferró a él:
—No quiero cruzarlo sola.
Él apretó su mano, pero sus ojos miraban hacia otro lugar.
—No sé si quiero cruzarlo contigo —susurró.
La verdad, que durante tanto tiempo habían guardado en silencio, tembló entre ellos como una mariposa atrapada.
Ella lloró.
Él también, aunque nadie lo vio.
Durante días se sentaron frente al precipicio, temiendo que si soltaban la mano del otro, caerían.
Pero lo que ninguno de los dos sabía...
era que el puente invisible solo aparecía cuando uno se atrevía a caminar solo.
Un anciano viajero que pasaba por allí se detuvo y les dijo con voz serena:
—El amor verdadero no siempre es caminar juntos toda la vida.
A veces, es tener el coraje de reconocer que cada uno necesita construir su propio sendero.
Y el amor más profundo es dejar ir, no porque no se quiera, sino porque se respeta demasiado al otro para retenerlo donde no quiere estar.
Con el corazón desgarrado pero lleno de una sabiduría nueva, ella soltó su mano.
Y él, después de dudar, también soltó la de ella.
Y en ese instante, algo mágico sucedió.
Delante de cada uno apareció un puente distinto:
hecho del material de sus sueños más íntimos, de sus anhelos más verdaderos.
Ella vio un puente cubierto de flores, niños corriendo, música de hogar.
Él vio un puente de cielos abiertos, caminos interminables, noches de silencio y estrellas.
No era fácil caminar.
El miedo seguía latiendo en sus pasos.
La tristeza los acompañaba como una sombra en los primeros tramos.
Pero cada uno, poco a poco, empezó a sentir que respiraba mejor.
Que era más liviano.
Que cada paso lo acercaba no al abismo, sino a sí mismo.
A veces, cuando el viento sopla fuerte, aún pueden escucharse los susurros que se dicen de puente a puente:
"Gracias por haber caminado conmigo. Gracias por dejarme caminar ahora hacia mi felicidad."
Y así siguieron su viaje.
No juntos, pero jamás ajenos al amor que alguna vez, y de manera distinta, los había unido.