30/08/2023
¿Cuán importante es escuchar y sentirse escuchado?
¡Es imprescindible! Si nadie te escucha, no existís para nadie. Yo tengo un paciente que varias veces me decía: lo que pasa es que a mí me cuesta hablar con mi mujer porque mi mujer no me escucha. Un día viene y me dice: Te quiero contar algo para que veás lo que yo te digo. Cuando venía para acá, mi mujer estaba en la computadora, y me acerqué a darle un beso y le dije: “me voy a jugar al tennis con Nadal y vuelvo”; “bueno”, me dijo.
Estar con alguien que no te escucha es una de las maneras más espantosas de la soledad; porque eso implica que vos, de verdad, sólo estás con alguien por temor a estar solo. Cuando uno tiene miedo a estar solo es porque no está demasiado conforme con quien es, porque lo único que hay en la soledad, después de todo, somos nosotros.
¿Por qué es tan importante la palabra? Porque la palabra es la subjetividad. Si no te escucho, no tenés entidad para mí; no me importa lo que decís. Esto se ve fácil en una reunión. ¿Sabés que noto? Que la gente habla mucho de sí mismo, habla mucho de otros, generalmente mal, pero habla mucho de otros, o se divierte y se distrae en tonterías. Cuesta mucho hablarle a alguien que de verdad te escuche.
El lenguaje corporal también es lenguaje a ser escuchado. Los argentinos somos más atentos a esto. Nuestra historia nos ha obligado a ser atentos a esto. Porque cuando tu abuelo vino [inmigró] acá [Argentina] ¿sabés a quién tenía al lado? A un desconocido. Un desconocido que, a lo mejor, hablaba en turco, hablaba en árabe.
- ¿Vos creés que la historia de inmigración que tiene Argentina nos obligó a estar más atentos y a escuchar al de al lado?
¡Por supuesto!
¿Qué pasa con la soledad cuando crecemos?
Mirá, Fernando Pessoa, uno de los poetas que mejor le habló a lo perdido, para mi gusto, tiene un poema que se llama Aniversario que empieza diciendo: “En el tiempo en que festejaban mi cumpleaños, yo era feliz y nadie estaba muerto”. Lo podría haber dejado allí. Para mí ya lo dijo todo. Hay un momento en el cual la soledad se te empieza a llenar de ausencias; o, mejor dicho, de presencias que no dejan de estar aunque las personas ya se hayan ido, o estén por irse, o tengamos miedo. A mí, la imagen, la voz de mi padre, me visita constantemente en mi soledad, pero no tengo un referente afuera. Yo, a veces, me escucho diciéndome a mí mismo: “tranquilo, negro”; que es lo que me habría dicho mi papá si estuviera vivo, pero no está allí. Entonces, en mi soledad, por una parte, rescato eso que tengo, pero se me presentifica lo que no tengo más, o se me presentifica lo que ya tengo miedo a perder.
Hasta los 30 [años] somos inmortales. ¿Sabés que pasa con el tiempo? Ser joven es como tener un cuaderno en blanco; entonces, uno cancherea [alardea], escribe con letra grande, deja dobles espacios, escribe de un lado de la hoja y del otro no, cuando no le gusta la arranca, hace así, hace un bollo [bola] y la tira. Pero a medida que los años pasan, empezamos a mirar que el cuaderno se queda chiquitito; y allí empezamos a escribir con letra apretadita, escribimos en el margen, porque queremos que se estire un poquito más. Y, entonces, nos damos cuenta de eso y nuestras soledades. Voy a hacer una salvedad. Tournier [Michel Tournier] decía: adulto es toda aquella persona, no importa su edad, que ya haya perdido a alguien. Entonces, andá a un hogar de chicos, y te vas a encontrar con adultos de 5 años, de 4 años, de 7 años. Te lo digo porque trabajé en un hogar de chicos. Mirás sus miradas y te das cuenta que allí hay un adulto. Por el contrario, a veces, mirás a un tipo grande y tenés a un tonto alegre. Lo que te quiero decir es que cuando todavía no has entrado a la adultez todo son posibilidades, todas. Estás a tiempo, a lo mejor, de mover un montón de cosas, de agarrar un montón de caminos. Las posibilidades se hacen cada vez menores.
¿Por qué estamos con alguien que no amamos?
Despertate en la mañana, pero, despertate en serio en la mañana y mirá para el costado, y preguntate si esa persona que duerme a tu lado es la persona que vos querés que duerma a tu lado. Digamos, los mandatos, me parece bárbaro porque hay que enfrentarlos; y a los chicos [hijos] hay que dejarlos en paz y no echarles la culpa de nuestros fracasos, de nuestras cobardías. El “yo no me separé por ustedes” es lo peor que puede hacer un padre. O sea, gracias ¿eh? Gracias por decírmelo, mamá; o sea, yo sé que vos te arruinaste la vida sólo por mí, me hacés un favor maravilloso ¿eh? Yo soy el culpable de que tu vida haya sido una porquería. Porque vos no saliste a vivir, no saliste a jugarte por un amor, te aguantaste todo por mí; la verdad, no quiero ese peso. Separate [divorciate] tranquila. Dejá que yo voy a hacer mi camino como pueda.
Nietzsche planteó la teoría del eterno retorno y lo planteó de este simple modo: ¿Qué pasaría si estuviéramos destinados a repetir cada uno de nuestros días y de nuestros segundos por toda la eternidad, para siempre, haciendo lo mismo que hacemos, repitiendo cada una de nuestras acciones como lo hemos hecho y cada una de nuestras decisiones? Si supiéramos que eso lo tenemos que hacer eternamente ¿elegiríamos lo que elegimos? ¿O no lo queremos para siempre? Porque si no lo queremos para siempre, es momento de empezar a hacer otra cosa.
Gabriel Rolón.