15/02/2024
Imelda Arbelaez Ospina, una madre por vocación de 11 hijos, amiga, tía, abuela por destino.
Hace casi seis años Imelda, mi abuela de corazón, necesitó un lugar donde pudiera tener los cuidados que requería su situación de salud, también necesita un lugar donde ella fuera lo más importante, la flor de la casa, donde con paciencia y entrega pudiera tener siempre compañía.
Por supuesto que ese lugar fue mi casa. Y le cuidamos, y le amamos, y nos llenamos de esa paciencia que se requería, modificamos la casa para que su silla de ruedas entrara por la puerta, y cambiamos nuestras rutinas para acompañarla.
Pero pronto nos dimos cuenta que Imelda necesita otra cosa. Que las enfermeras en casa no daban a basto, que el tiempo sola podía ser demasiado, que necesitaba terapias, que necesitaba compañía de otros como ella, que el ruido de los niños después de un rato la angustiaba, que quería ver plantas, hacer siesta en una silla, donde pudiera abrir los ojos cuando quisiera y ver gente. Que quería alguien con quien compartir el periódico que ya no podía leer, y que quería hacer algunas tareas para ayudar a otros.
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