22/06/2025
¿Hasta cuándo un padre debe darlo todo? Esta vez, él eligió algo distinto: elegirse a sí mismo.
—Papá, ¿cómo que vas a vender la casa?
—Así como lo oyes, hijo. Ya está conversado con la inmobiliaria.
El silencio se instaló como una sombra entre ambos. El padre, con el rostro sereno, miraba el atardecer desde el porche donde solía sentarse con su esposa. El hijo, de pie, con el ceño fruncido y el tono cortante.
—¿Y no pensaste en decirme antes? ¿En consultarme?
—¿Consultarte? Es mi casa, hijo. La construimos tu madre y yo. Y ahora… solo quedo yo.
El hijo apretó los labios, molesto.
—Pero es la casa donde crecimos. ¡Mi infancia está aquí! ¡Y la de mis hijos también! No puedes deshacerte de ella así nada más.
El padre bajó la mirada. Acarició con suavidad la barandilla de madera, esa que él mismo había lijado cada verano.
—Lo sé. Pero también sé que esta casa está vacía. Llena de recuerdos… y de ausencias. Ya no me hace bien.
—¡No seas egoísta! Podrías dármela a mí. Nosotros podríamos vivir aquí. Es mejor que pagar renta. Además… tú ya no necesitas tanto espacio.
El padre lo miró, sin enfado, pero con firmeza.
—¿Y en qué momento me convertí en una carga que solo sirve si ofrece algo útil?
El hijo no supo qué responder.
—Hijo, toda mi vida trabajé por esta familia. Le di a tu madre todo lo que pude. A ti también. Estuve en cada partido, cada problema, cada caída. Pero ahora… ya no tengo que demostrar nada.
—No se trata de eso, papá. Solo digo que sería lógico quedarnos nosotros. Así tú podrías…
—¿Podría qué? ¿Ver cómo me envían a la habitación del fondo? ¿Esperar a que me pidan dinero “por si acaso”?
La voz del padre no tembló, pero dentro, su pecho se comprimía.
—No quiero vivir donde me sienta estorbo. Donde lo que represento es un recurso, no una persona.
—Papá, no es eso… —dijo el hijo, bajando el tono.
—Sí lo es. Escucha… Voy a vender esta casa. Me voy a mudar a un lugar más pequeño, más cómodo. Tal vez a la costa, donde siempre soñé pescar tranquilo. Voy a aprender a estar conmigo. A descubrir quién soy sin ser esposo, ni padre, ni proveedor.
—¿Y qué hay de nosotros?
—Tienen su vida. Su familia. Sus responsabilidades. Ahora yo también quiero tener las mías… pero conmigo.
El hijo respiró hondo, golpeado por la verdad que no quería ver. El padre dio unos pasos y se detuvo.
—Amarte a ti no significa olvidarme de mí, hijo. Por primera vez en muchos años… voy a elegirme.
El padre sonrió levemente. Sabía que no todos comprenderían su decisión. Pero por primera vez en décadas, sentía algo nuevo: libertad.
By: Mensajes ✍🏼