
14/06/2025
*LA SEMILLA DE LA ESPERANZA*
Para mis apreciados lectores.
Reflexiones psiquiátricas: 80 Psicoentrega.
Michael Pollan cuenta en su libro -Second Nature- que, cuando tenía apenas cuatro años, un día se escondió en el huerto familiar. Allí, entre las hojas, creyó ver un sapo enorme. Al acercarse, descubrió que no era un animal, sino un melón. Entonces recordó que, meses atrás, él mismo había sembrado una semilla en ese lugar. Corrió a buscar a su madre y le gritó, emocionado:
-¡Yo hice que esto sucediera! Mamá, ¡tienes que verlo!-
Ese instante sembró en él una semilla distinta: años después, se convertiría en horticultor.
El asombro, la sensación de haber hecho surgir algo del misterio, son motores esenciales en la construcción del sentido de sí.
El psicoanalista Winnicott, decía que el bebé se siente creador del mundo: cuando la madre responde, cree que la ha hecho aparecer. Piaget demostró que, al inicio, si un objeto desaparece de la vista del niño, deja de existir para él. Solo más tarde comprenderá que el mundo sigue allí, aunque no lo vea.
Leer, por ejemplo, puede convertirse en un acto de revelación. No es casual que durante siglos se considerara a la Biblia un libro misterioso, lleno de secretos. Y que los libros prohibidos susciten más deseo que los permitidos. Freud decía que la sexualidad infantil, reprimida, lleva al niño a inventar teorías que estimulan su mente.
Estanislao Zuleta, filósofo colombiano, advertía que cuando se obliga a los estudiantes a leer -El Quijote- como un deber escolar, el texto pierde su misterio. Ya no es una obra viva, sino un ejercicio de gramática. En lugar de despertar la imaginación, se vuelve una carga. Lo misterioso pierde su fulgor cuando se impone.
Un antiguo cuento habla de un rey que ofreció la mano de su hija a quien le trajera algo que jamás se hubiera visto en el mundo. Muchos pretendientes fracasaron. Solo un jardinero logró impresionar al rey. Le entregó una nuez cerrada y le dijo:
—Ábrala, y verá algo que ningún ojo humano ha visto todavía.
Dentro, latente, estaba la promesa de lo nuevo: una semilla.
Sue Stuart-Smith, psiquiatra y autora de -La Mente Bien Ajardinada-, afirma que incluso una simple parcela de patatas puede ofrecer esa misma experiencia: la visión de algo que nunca antes fue contemplado. El cultivo, es una forma de creación, una fuente de ilusión y de esperanza.
San Benito, en el siglo VI, proclamó la santidad del trabajo manual. Para los monjes benedictinos, la horticultura era y es tan sagrada como los vasos del altar. En sus monasterios había y hay viñedos, huertos, flores, plantas medicinales. En el cuidado de la tierra, todos se igualan. Y por el mismo sendero, para la Abadesa Hildegarda en el siglo XII, cuidar plantas y cuidar personas eran gestos de una misma ética.
En un mundo donde todo se reemplaza, donde todo es líquido, donde lo roto se desecha, cultivar es un acto de resistencia. Hoy se recetan pastillas para mejorar la autoestima sin pasar por el proceso que la construye. Se cambia lo dañado sin preguntarse si podría ser restaurado. Pero una semilla no se sustituye; y al igual que a un humano, se cuida, se riega, se protege, se acompaña en su crecimiento.
Además, la tierra contiene las actino-bacterias, las cuales pueden entrar a nuestro intestino mejorando la flora intestinal. Los jardineros tienen una flora intestinal más variada y saludable, y recordemos que este es el segundo cerebro donde se produce la serotonina, la cual poda las malezas del cerebro activando la microglía y con efectos protectores cerebrales. Cuando sembramos una semilla, plantamos un relato con posibilidades de futuro.
Ya desde el siglo XVIII se utilizaba la horticultura como forma de terapia, siendo desplazada en 1950 con la aparición de los medicamentos. Ahora estamos en un retorno a la naturaleza. El antropólogo James Frazer en su clásico libro -La rama Dorada-nos recrea los ritos de todo el mundo relacionados con el culto a los árboles indicando que este impulso existe en lo más profundo de nuestro ser.
Hoy, en Inglaterra, la jardinería se prescribe como terapia. En Oxfordshire, pacientes con enfermedades graves participan en programas de jardinería dos veces por semana. El trabajo con la tierra calma, ordena, conecta. Y desde el 2007 la Real Sociedad de Horticultura promueve la enseñanza de la jardinería en las escuelas generando en los niños confianza, deseo y motivación.
En algunas cárceles de Estados unidos como la de Rikers Island, donde un 40% tienen trastornos mentales, se describe que la violencia nunca se dio en los recintos de horticultura.
Finalicemos diciendo que según el psicoanálisis la vida está atravesada por la tensión entre Eros (la fuerza del vínculo) y Tánatos (la fuerza destructiva). Arrancar la maleza puede ser un acto de Tánatos al servicio de Eros: quitar lo que daña para que florezca lo que nutre.
Porque en cada semilla hay una promesa.
Y quien cuida, crea.
Y quien cultiva, cree.
Dr. Lucio David González.
Psiquiatra- Psicoterapeuta.
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