16/10/2025
Gracias por ser mi inspiración.
La primera vez fue un instante mágico, casi sagrado. Me encontré con su mirada, acompañada de una sonrisa suave, y de algún modo su esencia me envolvió. Fue como si el universo hubiese querido mostrarme lo que muchos llaman ese click, ese destello que une dos almas en un mismo respiro. Me acerqué, la abracé y compartimos palabras sencillas que, sin embargo, abrieron la puerta a un tejido de coincidencias perfectas.
Cada momento con ella tenía un brillo singular: podía sorprenderme con una traviesa bocanada de agua al bañarnos, o revelarme que no todas las chocolatinas son dulces, que también existen las amargas hechas de cacao puro, enseñándome así que la vida está compuesta de contrastes que también saben a verdad.
Esta mujer era como una estrella fugaz que, en lugar de perderse en el firmamento, había decidido posarse a mi lado. Sus gestos la hacían luminosa, hermosa y radiante. Me cuidaba en lo pequeño y en lo grande: “coma esto”, “mire, aquí le preparé”, decía, mientras compartía conmigo las historias de su vida. Yo nunca juzgué, porque comprendí que no soy dueño de dictar sentencias sobre la experiencia ajena, y porque el amor sincero solo sabe escuchar y abrazar lo que el otro es.
Nuestros encuentros parecían suspendidos en el tiempo: masajes, caricias, conversaciones que daban calor al alma. Siempre he sentido que lo íntimo, cuando es verdadero, merece un sentido mayor, un propósito de respeto y de amor. El mío ha sido agradecer haberme sentido visto, apreciado y amado de una forma que nunca antes había experimentado.
Y también comprendí algo: las estrellas fugaces son como el Correcaminos, llenan el corazón con su energía vibrante, pero se desvanecen en un parpadeo. Sin embargo, aunque desaparezcan, dejan en el alma un rastro de luz que nunca se olvida.
Wilsner Barrera Montenegro