14/11/2025
Los pensamientos negativos son como pequeñas sombras que, cuando no se atienden, comienzan a oscurecer incluso los lugares más luminosos de nuestra mente.
A veces aparecen sin invitación, otras veces los hemos alimentado durante tanto tiempo que se sienten parte de nosotros. Pero lo cierto es que sus efectos no son solo emocionales: también moldean la forma en que vemos el mundo, la manera en que actuamos y la relación que construimos con nosotros mismos.
Lo que pensamos influye directamente en cómo sentimos y cómo nos comportamos. Un pensamiento negativo repetido puede generar ansiedad, tristeza, inseguridad o irritabilidad. Puede llevarnos a anticipar lo peor, a dudar de nuestras capacidades o a ver amenazas donde no las hay.
Y lo más sutil es que, si permanecen mucho tiempo, pueden convertirse en lentes invisibles: empezamos a interpretar todo desde ese filtro, como si no hubiera otra forma de mirar.
Pero también es cierto que un pensamiento negativo no es una sentencia, es solo un mensaje. Y como todo mensaje, podemos revisarlo, cuestionarlo y transformarlo.
No se trata de negar lo que sentimos, sino de aprender a dar un paso atrás y preguntarnos:
“¿Esta idea me ayuda o me limita?”
“¿Es un hecho, o es solo un miedo hablando?”
Cuando logramos hacer ese pequeño acto de conciencia, los pensamientos negativos dejan de ser jefes y vuelven a ocupar su lugar: simples visitantes.
Y en ese espacio que se abre, podemos elegir pensamientos más equilibrados, más amables, más reales.
Porque la mente no siempre dice la verdad… pero siempre merece ser escuchada con compasión.