
31/07/2025
Hay quienes se desvelan más criticando la fe ajena que fortaleciendo la suya. Ven romeros caminar con devoción, y en vez de admirar el paso firme de su fe, se apresuran a juzgar. Me pregunto: ¿y qué hacemos nosotros con nuestra propia fe?
Porque criticar desde el sillón, sin oración ni compasión, también es una forma muy cómoda, y un tanto perversa, de olvidarse de Dios.
La fe, sea cual sea, merece respeto. Y si en vez de señalar tanto, miráramos un poquito hacia adentro, supongo que este mundo sería mejor.
Estas dos semanas, en mi viajes de trabajo, me topé con decenas de fieles caminando con paso lento, pero firme. Romeros que, con cada paso, llevan una promesa, una esperanza, una oración.
No soy católico, pero sí cristiano, y no puedo más que admirar esa fe que mueve cuerpos cansados y corazones encendidos.
Qué poderoso es creer; en silencio o en canto, pero siempre con respeto. La fe, sin importar el nombre que le pongamos, es ese motor invisible que nos levanta cuando ya no hay fuerzas, que nos empuja cuando flaquea la voluntad. Que esa misma fe sea principio, valor y herramienta para alcanzar lo que anhelamos.
Reflexiono sin criticar diferencias religiosas, sino más bien reconociendo el valor de una espiritualidad sincera que camina, que espera y que no se rinde.
Que nunca se nos acabe esa fuerza que nace cuando creemos, “y aplica para todo en nuestra vida”.
Inspirado en Cedeño