30/06/2025
“LA ESCALERA INVERTIDA: UN CUENTO DE GUILLAIN-BARRÉ”😬🧠
✍️Un Cuento de Pasión Médica(Dr.ETJ)
Había una vez un joven llamado Elías, que caminaba ligero por la vida. Su cuerpo era un acorde bien afinado: los nervios enviaban señales, los músculos obedecían, el equilibrio reinaba. Hasta que un día, después de una gripe fugaz que no pareció más que un suspiro, algo empezó a fallar.
Primero fue un hormigueo en los pies. Como si caminara sobre arena movediza. Luego, una torpeza leve al subir las escaleras. En cuestión de días, la debilidad comenzó a trepar por su cuerpo como una sombra que ascendía sin permiso.
Nadie sabía aún que Elías se enfrentaba a una enfermedad que subía mientras él bajaba: el Síndrome de Guillain-Barré.
Todo comenzó en un rincón del sistema inmunológico, ese ejército silencioso que días antes había luchado valientemente contra un virus respiratorio o una bacteria intestinal —tal vez Campylobacter jejuni, ese viejo y escurridizo enemigo—. Pero en su furia defensiva, el ejército se confundió. Las armas que debían destruir al invasor se volvieron contra los nervios del propio cuerpo, como soldados que olvidaron el rostro de su rey.
El objetivo fue claro: la mielina.
Esa vaina blanca y protectora que recubre los nervios periféricos, como el aislamiento de un cable eléctrico, empezó a desvanecerse. Y sin ella, las señales nerviosas se volvían lentas, torpes, e incluso se detenían. Primero los pies, luego las piernas, después los brazos… y a veces, como un golpe final, los músculos respiratorios.
Los médicos lo observaron con alerta. Sabían que ese patrón —la debilidad ascendente, simétrica, sin fiebre, con reflejos que desaparecían— era característico. Una punción lumbar reveló la pista definitiva: disociación albúmino-citológica. Mucha proteína, pocas células. Como un lago lleno de residuos, pero sin soldados.
No había tiempo que perder.
Elías fue llevado a cuidados intensivos. Algunos, como él, necesitaban asistencia para respirar. Otros solo vigilancia. Pero todos requerían lo mismo: frenar la guerra interna. Y así, los médicos convocaron a las dos grandes armas contra la tormenta: la inmunoglobulina intravenosa, que confundía al sistema inmune, y la plasmaféresis, que limpiaba la sangre como si lavara un río contaminado.
El tiempo se volvió un aliado incierto.
Días, semanas, incluso meses podían pasar antes de que los nervios comenzaran a sanar. Porque el Guillain-Barré tenía un rasgo peculiar: llegaba rápido, pero se iba lento. Como una tormenta que arrasa en minutos, pero deja años de reconstrucción.
Pero Elías no estaba solo. Su cuerpo, aún herido, sabía regenerarse. Las células de Schwann, laboriosas y constantes, comenzaban a reconstruir la mielina. Y con rehabilitación, paciencia y fuerza de voluntad, sus pasos volvieron, primero como suspiros, luego como pisadas firmes.
Elías caminó de nuevo. Y con él, miles de pacientes que cada año enfrentan esta escalera invertida que sube desde los pies hasta los pulmones, pero que —con atención temprana y tratamiento oportuno— muchas veces encuentra su camino de regreso.
A la memoria de todos aquellos pacientes que han padecido está dura enfermedad. 💪🙌🙏