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Cayenashop CCG Productos naturales, Aceites essentiales, CDS, Dioxidodecloro, Cloruro de Magnesium, DMSO, MSM, MMS,

21/07/2022



El DMSO tiene al menos cuarenta propiedades terapéuticas importantes, que actúanbenéficamente en el proceso de curar los traumas del cuerpo y del cerebro. Éstas son las dieciocho más comunes:

1. Bloquea la transferencia de mensajes de dolor, desde el sitio del daño al cerebro, interrumpiendo la conducción de las pequeñas fibras nerviosas no-mielinizadas. Así que, es uno de los analgésicos tópicos mejores conocidos por el hombre.

2. Es un potente anti-inflamatorio y remedio anti-artrítico.

3. Puesto que es bacteriostático, fungistático y virostático, inhibe el crecimiento de microorganismos patogénicos.

4. Transporta numerosos agentes farmacéuticos a través de las membranas del cuerpo, administrándolos tópicamente sin recurrir a inyecciones.

5. Reduce la incidencia de trombos plaquetarios en los vasos sanguíneos, previniendo o reduciendo así la formación de coágulos sanguíneos.

6. Tiene un efecto específico sobre la contractilidad cardíaca, guardando el calcio de la absorción de la fibra del músculo, reduciendo así la carga de trabajo del corazón.

7. Actúa como calmante y tranquilizante, produciendo sedación del cerebro, aun cuando se frote, simplemente, en la piel.

8. Potencia las propiedades de cualquier sustancia oleosa o acuosa que se combine con éste.

9. Es un vasodilatador, relacionado con la liberación de histamina en las células y la inhibición de la prostaglandina.

10. Detiene la liberación de la Colinesterasa, una enzima que actúa desintegrando el neurotransmisor Acetilcolina, que es el responsable del aprendizaje y la memoria.

11. Gracias a sus efectos peculiares de enlaces cruzados, tiende a suavizar el colágeno, previniendo y reduciendo las cicatrices y queloides.

12. Elimina los radicales hidroxilos libres, de manera que reduce el deterioro de los tejidos en el envejecimiento.

13. Estimula varios tipos de inmunidad, especialmente la de las células eliminadoras de la sangre que se derivan de los linfocitos.

14. Es un diurético potente, particularmente cuando se administra intravenosamente.

15. Promueve la formación de interferón en el organismo como un medio expreso de impulsar la respuesta inmunológica.

16. Estimula la curación de heridas, tanto internas como externas.

17. Anti-radioactivo por excelencia. La radiación genera radicales libres (“moléculas inflamatorias”) que dañan las células que conforman todo nuestro organismo. Un estudio japonés demostró que, incluso pequeñas concentraciones de DMSO, poseen efectos radioprotectores, facilitando la reparación de daños en las dobles cadenas del ADN, proporcionando protección contra el daño por radiación a nivel celular en todo el cuerpo.

18. Juega un papel importante en la regulación del sistema inmune, actuando como freno contra la inflamación en el cuerpo.

12/06/2022



El cáncer: El secreto mejor guardado
En el año 1931 el científico Otto Heinrich Warburg (1883-1970) recibió el premio Nobel, y fue él quien descubrió la causa primaria del cáncer y la describió en su tesis “La causa primaria y la prevención del cáncer“. Según el Sr. Warburg, el cáncer es la consecuencia de una alimentación antifisiológica y un estilo de vida antifisiológico.
¿Por qué?
Una alimentación antifisiologica (dieta basada en alimentos acidificantes y sedentarismo), crea en nuestro organismo un entorno deacidez y éste, a su vez, provoca la expulsión del oxígeno de las células. El Sr. Warburg afirmó:
- “La falta de oxígeno y la acidosis son las dos caras de una misma moneda: cuando usted tiene uno, usted tiene el otro”.
– “Las substancias ácidas rechazan el oxígeno; en cambio, las substancias alcalinas atraen el oxígeno”.
– “Privar a una célula de oxígeno durante 48 horas puede convertirla en cancerosa”.
– “Todas las células normales tienen un requisito absoluto para el oxígeno, pero las células cancerosas pueden vivir sin oxígeno (esta es una regla sin excepción)”.
– “Los tejidos cancerosos son tejidos ácidos, mientras que los sanos son tejidos alcalinos”.
En su obra “El metabolismo de los tumores“, Warburg demostró que todas las formas de cáncer se caracterizan por dos condiciones básicas: la acidosis y la hipoxia (falta de oxígeno). También descubrió que las células cancerosas son anaerobias (no respiran oxígeno) y no pueden sobrevivir en presencia de altos niveles de oxígeno. En cambio, sobreviven gracias a la glucosa siempre y cuando el entorno este libre de oxígeno.
Por lo tanto, el cáncer no sería nada más que un mecanismo de defensa que tienen ciertas células del organismo para continuar con vida en un entorno ácido y carente de oxígeno. Las células sanas viven en un entorno alcalino y oxigenado, lo cual permite su normal funcionamiento. Una vez finalizado el proceso de la digestión, los alimentos generarán una condición de acidez o alcalinidad al organismo en función de la calidad de las proteínas, los hidratos de carbono, las grasas, los minerales y las vitaminas.
El resultado acidificante o alcalinizante se mide a través de una escala llamada PH, cuyos valores se encuentran en un rango de 0 a 14, siendo el PH 7 un PH neutro. Es importante saber cómo afectan a la salud los alimentos ácidos y alcalinos, ya que para que las células funcionen en forma correcta y adecuada su PH debe ser ligeramente alcalino. En una persona sana el PH de la sangre se encuentra entre 7,40 y 7,45. Tener en cuenta que si el PH sanguíneo cayera por debajo de 7 entraríamos en un estado de coma próximo a la muerte.
De acuerdo con lo expuesto aquí, se pueden generar dos listas de alimentos que acidifican y alcalinizan el organismo.
Alimentos que acidifican
- Azúcar refinada y todos sus productos (el peor de todos: no tiene ni proteínas, ni grasas, ni minerales, ni vitaminas; solo hidratos de carbono refinados que estresan al páncreas. Su PH es de 2,1, es decir, que es altamente acidificante).
Carnes (todas).
– Leche de vaca y todos sus derivados.
– Sal refinada.
– Harina refinada y todos sus derivados (pastas, galletitas, etc.).
– Productos de panadería (la mayoría contienen grasas saturadas, margarina, sal, azúcar y conservantes).
– Margarinas.
– Gaseosas.
– Cafeína.
– Alcohol.
– Tabaco.
– Medicinas.
– Cualquier alimento cocinado (La cocción elimina el oxigeno y lo trasforma en ácido) inclusive las verduras cocinadas.
– Todo lo que contenga conservantes, colorantes, aromatizantes, estabilizantes, etc: todos los alimentos envasados.
Constantemente la sangre se encuentra autorregulándose para no caer en acidez metabólica, de esta forma garantiza el buen funcionamiento celular, optimizando el metabolismo. El organismo debería obtener de los alimentos las bases (minerales) para neutralizar la acidez de la sangre de la metabolización, pero todos los alimentos ya citados aportan muy poco y en contrapartida desmineralizan el organismo, sobre todo los refinados.

21/01/2022

17/01/2022

18/12/2021

Cáncer
Hay algunas páginas webs que ofrecen información a través de la cualcualquiera puede hacerse una idea de lo malas que, aun hoy en día continúan siendo las estadísticas relativas a la tasa de curación del cáncer con la quimioterapia, las intervenciones quirúrgicas y la radiación. Entiéndase que dichos datos no los recopilan aficionados o «críticos de la profesión», sino que forman parte del censo estadístico de médicos y que están documentados oficialmente. Hace al menos 25 años que nos están contando el cuento de los
supuestos avances que se llevan a cabo —o que se pretenden llevar a cabo— mediante técnicas de radiación siempre nuevas o moléculas de fármacos químicamente alteradas. Estos esfuerzos, que engullen cantidades increíbles de fondos públicos y privados destinados a la investigación —y, por lo tanto, también— de nuestro dinero—, con frecuencia solo sirven para dar renombre
a determinadas organizaciones de investigación y a sus catedráticos en buscade reconocimiento internacional. Para ello, legiones de cientficos provenientes de la cantera han de «servir» en laboratorios, sin darse cuenta de que su trabajo, visto desde la distancia, recuerda a las estériles lides delpobre don Quijote. Hace ya mucho tiempo que se dispone de la comprensión
fundamental de la reparación del metabolismo celular descarrilado y de las funciones de crecimiento que este altera, así es que las investigaciones podrían orientarse hacia las correspondientes sustancias (naturales). Pero, claro, ello no ofrece las perspectivas de obtener los suculentos beneficios de los nuevos avances patentables que los poderosos consorcios «al mando»
imponen al cuerpo facultativo del «mercado de la salud» —quizás sería mejor hablar aquí del «mercado de la enfermedad»—. Así es, que solo podemos seguir soñando, llenos de impaciencia y anhelo, con un mundo ideal en el que se aspire a la mentalidad del «conocimiento libre» (open source) para el bienestar de todos los pacientes o itomamos cartas en el asunto
Los propios investigadores médicos han demostrado, pública y
reiteradamente, mediante los denominados metanálisis, que lo que se conoce como tasa de supervivencia de cinco años —siguiendo únicamente los tratamientos de la medicina convencional— por término medio ¡se sitúa en un dígito aún más bajo! Y, sin embargo, la confianza que tenemos en las «batas blancas», tan arraigada en nuestro subconsciente, nos conduce a una grotesca realidad bien distinta, y es que, tras recibir un diagnóstico de cáncer,
la mayoría de los afectados continúan viendo su única posibilidad de cura en lo que el hospital les ofrece como algo avanzado y prometedor. Un buen negocio, no cabe duda... Incluso la revista farmacéutica alemana Apotheken Umschau, que cuenta con un gran reconocimiento, hace poco informaba sobre los graves efectos que los tratamientos oncológicos de la medicina convencional tenían a largo plazo y cuestionaba la conveniencia de los procedimientos establecidos. Las células degeneradas —y en eso consiste el cáncer— no hacen aquello que normalmente deberían hacer en virtud de la genética. Llegados a este punto, no quiero tomar partido en favor de una u otra teoría sobre las
causas de dicha degeneración celular, pero hay que dejar claro que el cáncer no «cae del cielo» —aunque no nos cansemos de parlotear sobre la radioactividad natural o sobre la radiación cósmica (que «cae del cielo»), que podrían ser las responsables de la mutación celular—. Sin embargo,lógicamente la evolución también ha tenido en cuenta condiciones terrestres
y nos ha dotado a todos nosotros —los seres vivos— de los antídotos
correspondientes. Según se dice, desde un punto de vista estadístico, estas
alteraciones celulares tienen lugar en todos nosotros varias veces a la
semana. Sin embargo, no todos enfermamos de cáncer, ¿no? Normalmente,
nuestras propias células o las células competentes del sistema inmunitario
son capaces de identificar cuándo ha producido un daño celular como
consecuencia de la radiación. Entonces, las mitocondrias ponen en marcha
uno de los programas de autodestrucción o los fagocitos o las células NK se
ven impulsados a encargarse de ellas. No obstante, parece que los procesos
metabólicos adversos o las infecciones (víricas) son una causa mucho más
frecuente en la formación de células cancerosas que estas causas físicas. Así,
en el primer caso, los carcinomas se considerarían consecuencia de las
enfermedades de la civilización (sobrealimentación, hiperacidez...) y, en el
segundo caso, de un bajo rendimiento del sistema inmunitario. Dado que un
sistema inmunitario depende, sobre todo, de que la alimentación, el ejercicio,
la luz solar, las emociones, etc., sean las adecuadas, hay que aceptar, sin
lugar a dudas, que el cáncer es una agravación crónica de un desequilibro en
los tejidos. Esta definición se adapta a muchas teorías de la medicina
alternativa y convencional sobre la formación de las enfermedades malignas.
Lamentablemente, el propio término malignas nos da la impresión de que
estas células proliferan deliberadamente con el propósito de fastidiarnos. Por
el contrario, conforme a la famosa hi pótesis de Warburg (Otto Warburg,
médico y bioquímico, Premio Nobel de Medicina de 1931), hay que partir
de que cada una de las unidades biológicas (células) que readaptan su
metabolismo a la obtención anaeróbica de la energía solo están siguiendo su
instinto de conservación En cierta medida, podría decirse que estas células
(cancerosas) “consideran» que es el entorno (matriz) el que es «maligno» —
por ejemplo, hiperácido o pobre en oxígeno— y no ellas.
No vamos a seguir profundizando en el tema. Solo se trata de transmitir
de una manera sencilla que el cáncer suele tener —o siempre tiene-una
génesis motivada por nuestro comportamiento alimentario, el pejuicio
derivado de las toxinas u otras condiciones adversas de la vida. La
consecuencia lógica que cabe extraer es que, ante semejante enfermedad, las
únicas medidas indicadas son aquellas que contribuyan a la desintoxicación
y al refuerzo del sistema inmunitario. Llegados a este punto, ¿se le ocurre
algún argumento a favor de aplicar tratamientos de quimioterapia o
radiación, que resultan tóxicos e inmunodepresivos (que debilitan el sistema
inmunitario)?
Como ya se ha dicho, el drama radica en que muchos afectados quieran
seguir los tratamientos oncológicos alternativos, pero al mismo tiempo no
rechacen definitivamente las propuestas de la medicina convencional.
Seguro que un motivo es el miedo que se mete para intentar mantener a los
pacientes «dóciles» en una posición de indefensión. En mi consulta, un
paciente con cáncer de vejiga citó las siguientes palabras que le había
dirigido el médico que le había tratado anteriormente: «¡Si no deja que le
operemos e irradiemos inmediatamente, para Navidad se morirá como un
perro!». El paciente me contaba esto —risueñamente satisfecho— el mes de
febrero siguiente tras haber abandonado el tratamiento de este médico...
Así es que mientras se inyectan cantidades de dinero crecientes en la
investigación «reconocida» del cáncer sin que sus éxitos aumenten
perceptiblemente, existen innumerables informes fidedignos de pacientes
que se han curado de cáncer en los que podemos constatar que se han
empleado «medicamentos» muy simples y, por lo general, sumamente
económicos. Entre estos informes de curación nos encontramos con cáncer
de mama, cáncer de intestino grueso, cáncer de páncreas, cáncer de
estómago, cáncer de pulmón, cáncer de huesos, cáncer linfático, cáncer de
piel y muchos otros más. Los (auto)tratamientos aplicados siempre
abarcaron varias medidas. Además de la aplicación de sustancias altamente
efectivas —tales como el DMSO, el MMS, el ácido láctico, los oxidantes,
las semillas de frutos, bases o vitaminas, entre otros muchos—, con
frecuencia se informó de haber llevado a cabo simultáneamente cambios en
la alimentación, en los hábitos, en el trabajo o en el lugar de residencia, así
como de muchas otras decisiones que constituían cambios de rumbo
evidentes. También aquí puede identificarseclaramente que se trata de
restablecimientos integrales.
El DMSO puede aplicarse en el tratamiento del cáncer de forma aislada
o combinado con otras sustancias. Su acción regeneradora y protectora
celular se manifiesta, sobre todo, en la rápida estabilización del estado
general de los pacientes con cáncer y en la mejora de sus síntomas de fatiga.
Además, refuerza el sistema inmunitario y favorece la eliminación de
toxinas. La infiltración de oxidantes selectivos (MMS... ) o de
«regeneradores celulares» (ácido láctico dextrógiro, procaína...) se optimiza
en combinación con el DMSO. La dosificación y la forma de empleo pueden
modificarse en función de la situación y evolución de cada caso siguiendo
las propuestas que se dan en el capítulo 2. Precisamente el seguimiento de
los enfermos de cáncer siempre nos deja claro hasta qué punto tenemos que
interpretar su evolución como un camino imponderable y cómo las distintas
influencias arrastran al afectado y dificultan sus decisiones terapéuticas.
Para ilustrarlo, he aquí el ejemplo de un paciente: el joven (37 años) me
buscó a finales de noviembre del 2011, acompañado por sus padres, tras
varios meses sometido a un tratamiento médico convencional por un tumor
de páncreas. Había recibido varios tipos de quimioterapia y se había
sometido a una segunda operación para constatar que no era posible extirpar
la creciente masa tumoral. Consideraba que acudir a mi consulta era un
último acto de rebelión después de que le hubiesen dicho que no tenía
posibilidades de curación. La intervención había tenido lugar tres días antes.
Por este motivo su estado era inestable y extremadamente débil, sobre todo
porque ya se encontraba en la fase preliminar de un síndrome de fatiga y
mostraba una acusada anemia tumoral. Como residía a más de 300
kilómetros de nosotros, acordamos que se alojase en algún lugar cercano y
que, durante una semana, acudiese dos veces al día a la consulta. Debía
iniciar rápidamente un tratamiento combinado con DMSO y MMS.
Inmediatamente le fueron administradas las dos primeras dosis como
solución oral. Además, le estabilizamos por medio de acupuntura aplicada
en los principales puntos energéticos, enviamos una muestra de sangre al
laboratorio y limpié la cicatriz reciente del abdomen con una mezcla de
DMSO y procaína. Apenas media hora después nos informó de que toda la
sintomatología dolorosa había remitido considerablemente y de que ya no
tenía frío. La tensión de la pared abdominal también había desaparecido y
volvía a tener algo de color en la cara. Al día siguiente, el paciente me hablo
de lo espantosas que eran las camas de los hoteles y de los primeros efectos
de la desintoxicación del MMS, que se habían manifestado mediante una
diarrea. No había tenido un sueño reparador y la pared abdominal volvía a
dolerle. Los valores sanguíneos eran iguales que los que había traído del
hospital. Junto con dosis orales más elevadas DMSO y MMS, también
procedimos a administrarle el principio activo oxidante mediante perfusión.
Entre tanto, el paciente podía prepar sus propias dosis y nos iba informando
de los avances satisfactorios que hacía de día en día. Para estabilizarle
emocionalmente, aprovechaba tiempo de las consultas para conversar con él
largo y tendido. Una y otra vez sacaba a colación que, aunque en general sus
experiencias habían sido malas, no quería renunciar completamente a la
quimio y compañía. Pese a que los hechos hablaban por sí mismos, sus ideas
no eran completamente lógicas. Un proceso ilógico, una cualidad que nos
mantiene vinculados —a nosotros, los seres humanos— a los inicios de la
historia de la evolución. De una manera que también es muy típica,
acompañaba su forma de pensar con todo tipo de «argumentos buenos»: el
oncólogo que le trataba en casa era un buen amigo de la familia; el centro
oncológico le había ofrecido participar en la investigación de un tratamiento
«muy nuevo y sumamente específico». Para ello, era condición
indispensable que volviera a someterse al tratamiento de quimioterapia que
había estado recibiendo. Si lo hacía, «disfrutaría» de unos métodos
diagnósticos especiales y mucho más minuciosos que hasta entonces. Y tal
y tal.
Le expuse mi punto de vista objetivamente y, transcurrida una semana,
regresó a su casa con mejores valores sanguíneos, una mejoría física y mucho
optimismo. Continuamos manteniendo contacto telefónico semanalmente y
siguió aplicándose el tratamiento, ya que notaba que mejoraba
progresivamente. Lamentablemente, debido a su olor, quería dejar el DMSO
cuanto antes para no exigirle demasiado a su familia. Al mismo tiempo me
iba informando de sus «progresos» en su incorporación al programa de
investigación de la clínica oncológica, con el que cada vez estaba más
entusiasmado. Pese a que él —y su padre— me había descrito con toda
claridad cómo cada vez que su oncólogo le administraba un nuevo cóctel de
quimio esta le producía efectos aterradores durante días, no era capaz de
oponerse a su «promesa» y aceptaba los retrocesos que se iban produciendo.
Seguro que conoce el dicho «un paso adelante y dos atrás». Al aproximarse
la serie experimental, tenía que dejar de tomar cualquier otra cosa —que era
el principal requisito—. Nuestro contacto telefónico también fue siendo cada
vez más escaso. En aquel momento lo interpreté como que la medicina
alternativa le había perdido —¡o al contrario!—. Entre tanto, en un par de
ocasiones me habló de los procedimientos que se seguían en este ensayo
clínico, que a mí, personalmente, me parecieron dudosos. Varias semanas
después de haber recibido esta nueva clase de sustancia —¿¡o el placebo!?,
a fin de cuentas se trataba de un estudio doble ciego—, quiso concertar una
cita para acudir a mi consulta. El relato de su participación en el ensayo
sonaba muy desilusionado y ya no veía ventaja alguna en tomar parte.
Llegaron las primeras noticias de fallecimientos de sus compañeros de viaje
en la serie experimental de la clínica, que habían sucumbido a los tumores
en el páncreas. Nuevamente le dijeron que no podían hacer nada más por él.
El sinfín de pruebas diagnósticas a las que le sometieron mostraba que las
semanas de tratamiento en la clínica oncológica no habían producido mejoría
alguna. El paciente, que otra vez estaba extremadamente debilitado y
psíquicamente desestabilizado, aquel día volvió a preguntarme… ¡si debía
continuar con la quimioterapia!
Pocas semanas después me llamó con la voz muy debilitada, se disculpó
por llevar mucho tiempo sin llamarme y me preguntó si podía volver a
ponerse en tratamiento conmigo. Como ya no se sentía en condiciones de
desplazarse, le prometí buscar un terapeuta que conociese a fondo los
métodos en cuestión y estuviese cerca de él. Cuando dos días después quise
darle la dirección, su mujer me informó de que había mu**to el día anterior.
Me agradeció efusivamente los meses adicionales, llenos de mejoría y
optimismo, que su marido había recibido gracias a mi tratamiento.
Existen muchas formas posibles de combinar el DMSO con otras
sustancias apropiadas de acción anticancerosa. Debemos volver a referimos
a una de ellas en especial. Morton Walker19 la describe muy detalladamente
con el caso de un paciente, Joe Floyd, quien por aquel entonces contaba 56
años. Era directivo de la empresa Exxon Oil y, en abril de 1974, enfermó de
un cáncer de recto sangrante. Este tipo de adenocarcinoma es sumamente
maligno, crece muy de prisa y constituye una grave amenaza para la vida.
Padecía estreñimiento, fuertes dolores, hemorragias, fiebre, sudores
nocturnos, debilidad y una rápida pérdida de peso. Cuando se lo
diagnosticaron, Joe Floyd ya tenía metástasis en los ganglios linfáticos
próximos y en el hígado. El médico de la empresa le envió a Houston, a un
cirujano de colon, quien le extirpó 33 centímetros de intestino grueso, así
como los ganglios linfáticos asociados. El médico indicó que debía comenzar
con la quimioterapia prevista y le informó de que su propia esposa padecía
la misma enfermedad. Tras la operación ella también iba a someterse al
mismo programa de tratamientos. Sin embargo, el paciente rechazó
someterse a este tipo de tratamiento y marchó a casa porque había recordado
un programa de televisión que había visto dos años antes. En él se hablaba
de la terapia alternativa contra el cáncer que el Dr. Elliot Tucker63 llevaba a
cabo, también en Houston. Como remedio muy efectivo contra el cáncer,
Tucker63 utilizaba una mezcla que él mismo había descubierto a partir de
DMSO y hematoxilina (un colorante natural de la madera, véase 25.3). Joe
Floyd solo estaba interesado en conocer este método. Tras una ardua tarea
de persuasión, el Dr. Tucker63 consintió en tratar al paciente bajo su propia
responsabilidad. Seis semanas más tarde moría la esposa del cirujano, quien
había optado por recibir la quimioterapia acostumbrada. Joe Floyd, sin
embargo, se había reincorporado a su puesto de trabajo en el edificio Exxon
Oil y cada dos días recibía una perfusión en la consulta de Tucket. No tenía
ningún tipo de malestar ni presentaba ninguna de las manifestaciones
habituales de la quimioterapia. Al cabo de 18 meses, Tucker63 le dio el alta
definitiva por estar completamente curado. El valor del marcador tumoral
CEA estaba por debajo de lo normal, En mayo de 1989, Morton Walker19
habló con Joe Floyd, quien ya tenía 71 años, gozaba una salud excelente y al
jubilarse había abierto una tienda de productos alimentarios saludables que
le proporcionaba una enorme satisfacción. Otras experiencias obtenidas a
partir de los tratamientos del Dr. Tucker evidenciaron que la mezcla de
DMSO y hematoxilina puede aplicarse con muy buenos resultados,
especialmente en el tratamiento de linfoma de células grandes, tanto en
personas como elen animales. En el libro de Walker19 pueden encontrarse los
correspondientes ejemplos de su aplicación.
Las historias de estos pacientes muestran que el DMSO debería ocupar
un lugar destacado en el tratamiento contra el cáncer. Combinado con otras
sustancias —ácido láctico dextrógiro, ácido dicloroacético, ácido lipoico,
MMS. — y con medidas relativas a la alimentación y al modo de vida,
proporciona una esperanza de curación mucho mayor que la que ofrece
nuestro sistema de salud. En este aspecto, lo más importante son las
decisiones de los pacientes, que han de ser lo más claras posibles y deben
seguir un tratamiento orientado a la naturaleza orgánica y que refuerce —¡y
no debilite!— las fuerzas autocurativas. El DMSO es idóneo para ello, como
puede comprobar a través del canon de sus propiedades farmacológicas.
Dependiendo del cuadro clínico, podrá administrarse a través de la piel,
como solución oral o mediante perfusión. La dosificación se regirá por las
circunstancias y la evolución de la enfermedad (vé

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07/12/2021
18/11/2021

Cáncer
Hay algunas páginas webs que ofrecen información a través de la cual
cualquiera puede hacerse una idea de lo malas que, aun hoy en día continúan
siendo las estadísticas relativas a la tasa de curación del cáncer con la
quimioterapia, las intervenciones quirúrgicas y la radiación. Entiéndase que
dichos datos no los recopilan aficionados o «críticos de la profesión», sino
que forman parte del censo estadístico de médicos y que están documentados
oficialmente. Hace al menos 25 años que nos están contando el cuento de los
supuestos avances que se llevan a cabo —o que se pretenden llevar a cabo—
mediante técnicas de radiación siempre nuevas o moléculas de fármacos
químicamente alteradas. Estos esfuerzos, que engullen cantidades increíbles
de fondos públicos y privados destinados a la investigación —y, por lo tanto,
también— de nuestro dinero—, con frecuencia solo sirven para dar renombre
a determinadas organizaciones de investigación y a sus catedráticos en busca
de reconocimiento internacional. Para ello, legiones de cientficos
provenientes de la cantera han de «servir» en laboratorios, sin darse cuenta
de que su trabajo, visto desde la distancia, recuerda a las estériles lides del
pobre don Quijote. Hace ya mucho tiempo que se dispone de la comprensión
fundamental de la reparación del metabolismo celular descarrilado y de las
funciones de crecimiento que este altera, así es que las investigaciones
podrían orientarse hacia las correspondientes sustancias (naturales). Pero,
claro, ello no ofrece las perspectivas de obtener los suculentos beneficios de
los nuevos avances patentables que los poderosos consorcios «al mando»
imponen al cuerpo facultativo del «mercado de la salud» —quizás sería
mejor hablar aquí del «mercado de la enfermedad»—. Así es, que solo
podemos seguir soñando, llenos de impaciencia y anhelo, con un mundo
ideal en el que se aspire a la mentalidad del «conocimiento libre» (open
source) para el bienestar de todos los pacientes o itomamos cartas en el
asunto
Los propios investigadores médicos han demostrado, pública y
reiteradamente, mediante los denominados metanálisis, que lo que se conoce
como tasa de supervivencia de cinco años —siguiendo únicamente los
tratamientos de la medicina convencional— por término medio ¡se sitúa en
un dígito aún más bajo! Y, sin embargo, la confianza que tenemos en las
«batas blancas», tan arraigada en nuestro subconsciente, nos conduce a una
grotesca realidad bien distinta, y es que, tras recibir un diagnóstico de cáncer,
la mayoría de los afectados continúan viendo su única posibilidad de cura en
lo que el hospital les ofrece como algo avanzado y prometedor. Un buen
negocio, no cabe duda... Incluso la revista farmacéutica alemana Apotheken
Umschau, que cuenta con un gran reconocimiento, hace poco informaba
sobre los graves efectos que los tratamientos oncológicos de la medicina
convencional tenían a largo plazo y cuestionaba la conveniencia de los
procedimientos establecidos.
Las células degeneradas —y en eso consiste el cáncer— no hacen
aquello que normalmente deberían hacer en virtud de la genética. Llegados
a este punto, no quiero tomar partido en favor de una u otra teoría sobre las
causas de dicha degeneración celular, pero hay que dejar claro que el cáncer
no «cae del cielo» —aunque no nos cansemos de parlotear sobre la
radioactividad natural o sobre la radiación cósmica (que «cae del cielo»), que
podrían ser las responsables de la mutación celular—. Sin embargo,
lógicamente la evolución también ha tenido en cuenta condiciones terrestres
y nos ha dotado a todos nosotros —los seres vivos— de los antídotos
correspondientes. Según se dice, desde un punto de vista estadístico, estas
alteraciones celulares tienen lugar en todos nosotros varias veces a la
semana. Sin embargo, no todos enfermamos de cáncer, ¿no? Normalmente,
nuestras propias células o las células competentes del sistema inmunitario
son capaces de identificar cuándo ha producido un daño celular como
consecuencia de la radiación. Entonces, las mitocondrias ponen en marcha
uno de los programas de autodestrucción o los fagocitos o las células NK se
ven impulsados a encargarse de ellas. No obstante, parece que los procesos
metabólicos adversos o las infecciones (víricas) son una causa mucho más
frecuente en la formación de células cancerosas que estas causas físicas. Así,
en el primer caso, los carcinomas se considerarían consecuencia de las
enfermedades de la civilización (sobrealimentación, hiperacidez...) y, en el
segundo caso, de un bajo rendimiento del sistema inmunitario. Dado que un
sistema inmunitario depende, sobre todo, de que la alimentación, el ejercicio,
la luz solar, las emociones, etc., sean las adecuadas, hay que aceptar, sin
lugar a dudas, que el cáncer es una agravación crónica de un desequilibro en
los tejidos. Esta definición se adapta a muchas teorías de la medicina
alternativa y convencional sobre la formación de las enfermedades malignas.
Lamentablemente, el propio término malignas nos da la impresión de que
estas células proliferan deliberadamente con el propósito de fastidiarnos. Por
el contrario, conforme a la famosa hi pótesis de Warburg (Otto Warburg,
médico y bioquímico, Premio Nobel de Medicina de 1931), hay que partir
de que cada una de las unidades biológicas (células) que readaptan su
metabolismo a la obtención anaeróbica de la energía solo están siguiendo su
instinto de conservación En cierta medida, podría decirse que estas células
(cancerosas) “consideran» que es el entorno (matriz) el que es «maligno» —
por ejemplo, hiperácido o pobre en oxígeno— y no ellas.
No vamos a seguir profundizando en el tema. Solo se trata de transmitir
de una manera sencilla que el cáncer suele tener —o siempre tiene-una
génesis motivada por nuestro comportamiento alimentario, el pejuicio
derivado de las toxinas u otras condiciones adversas de la vida. La
consecuencia lógica que cabe extraer es que, ante semejante enfermedad, las
únicas medidas indicadas son aquellas que contribuyan a la desintoxicación
y al refuerzo del sistema inmunitario. Llegados a este punto, ¿se le ocurre
algún argumento a favor de aplicar tratamientos de quimioterapia o
radiación, que resultan tóxicos e inmunodepresivos (que debilitan el sistema
inmunitario)?
Como ya se ha dicho, el drama radica en que muchos afectados quieran
seguir los tratamientos oncológicos alternativos, pero al mismo tiempo no
rechacen definitivamente las propuestas de la medicina convencional.
Seguro que un motivo es el miedo que se mete para intentar mantener a los
pacientes «dóciles» en una posición de indefensión. En mi consulta, un
paciente con cáncer de vejiga citó las siguientes palabras que le había
dirigido el médico que le había tratado anteriormente: «¡Si no deja que le
operemos e irradiemos inmediatamente, para Navidad se morirá como un
perro!». El paciente me contaba esto —risueñamente satisfecho— el mes de
febrero siguiente tras haber abandonado el tratamiento de este médico...
Así es que mientras se inyectan cantidades de dinero crecientes en la
investigación «reconocida» del cáncer sin que sus éxitos aumenten
perceptiblemente, existen innumerables informes fidedignos de pacientes
que se han curado de cáncer en los que podemos constatar que se han
empleado «medicamentos» muy simples y, por lo general, sumamente
económicos. Entre estos informes de curación nos encontramos con cáncer
de mama, cáncer de intestino grueso, cáncer de páncreas, cáncer de
estómago, cáncer de pulmón, cáncer de huesos, cáncer linfático, cáncer de
piel y muchos otros más. Los (auto)tratamientos aplicados siempre
abarcaron varias medidas. Además de la aplicación de sustancias altamente
efectivas —tales como el DMSO, el MMS, el ácido láctico, los oxidantes,
las semillas de frutos, bases o vitaminas, entre otros muchos—, con
frecuencia se informó de haber llevado a cabo simultáneamente cambios en
la alimentación, en los hábitos, en el trabajo o en el lugar de residencia, así
como de muchas otras decisiones que constituían cambios de rumbo
evidentes. También aquí puede identificarseclaramente que se trata de
restablecimientos integrales.
El DMSO puede aplicarse en el tratamiento del cáncer de forma aislada
o combinado con otras sustancias. Su acción regeneradora y protectora
celular se manifiesta, sobre todo, en la rápida estabilización del estado
general de los pacientes con cáncer y en la mejora de sus síntomas de fatiga.
Además, refuerza el sistema inmunitario y favorece la eliminación de
toxinas. La infiltración de oxidantes selectivos (MMS... ) o de
«regeneradores celulares» (ácido láctico dextrógiro, procaína...) se optimiza
en combinación con el DMSO. La dosificación y la forma de empleo pueden
modificarse en función de la situación y evolución de cada caso siguiendo
las propuestas que se dan en el capítulo 2. Precisamente el seguimiento de
los enfermos de cáncer siempre nos deja claro hasta qué punto tenemos que
interpretar su evolución como un camino imponderable y cómo las distintas
influencias arrastran al afectado y dificultan sus decisiones terapéuticas.
Para ilustrarlo, he aquí el ejemplo de un paciente: el joven (37 años) me
buscó a finales de noviembre del 2011, acompañado por sus padres, tras
varios meses sometido a un tratamiento médico convencional por un tumor
de páncreas. Había recibido varios tipos de quimioterapia y se había
sometido a una segunda operación para constatar que no era posible extirpar
la creciente masa tumoral. Consideraba que acudir a mi consulta era un
último acto de rebelión después de que le hubiesen dicho que no tenía
posibilidades de curación. La intervención había tenido lugar tres días antes.
Por este motivo su estado era inestable y extremadamente débil, sobre todo
porque ya se encontraba en la fase preliminar de un síndrome de fatiga y
mostraba una acusada anemia tumoral. Como residía a más de 300
kilómetros de nosotros, acordamos que se alojase en algún lugar cercano y
que, durante una semana, acudiese dos veces al día a la consulta. Debía
iniciar rápidamente un tratamiento combinado con DMSO y MMS.
Inmediatamente le fueron administradas las dos primeras dosis como
solución oral. Además, le estabilizamos por medio de acupuntura aplicada
en los principales puntos energéticos, enviamos una muestra de sangre al
laboratorio y limpié la cicatriz reciente del abdomen con una mezcla de
DMSO y procaína. Apenas media hora después nos informó de que toda la
sintomatología dolorosa había remitido considerablemente y de que ya no
tenía frío. La tensión de la pared abdominal también había desaparecido y
volvía a tener algo de color en la cara. Al día siguiente, el paciente me hablo
de lo espantosas que eran las camas de los hoteles y de los primeros efectos
de la desintoxicación del MMS, que se habían manifestado mediante una
diarrea. No había tenido un sueño reparador y la pared abdominal volvía a
dolerle. Los valores sanguíneos eran iguales que los que había traído del
hospital. Junto con dosis orales más elevadas DMSO y MMS, también
procedimos a administrarle el principio activo oxidante mediante perfusión.
Entre tanto, el paciente podía prepar sus propias dosis y nos iba informando
de los avances satisfactorios que hacía de día en día. Para estabilizarle
emocionalmente, aprovechaba tiempo de las consultas para conversar con él
largo y tendido. Una y otra vez sacaba a colación que, aunque en general sus
experiencias habían sido malas, no quería renunciar completamente a la
quimio y compañía. Pese a que los hechos hablaban por sí mismos, sus ideas
no eran completamente lógicas. Un proceso ilógico, una cualidad que nos
mantiene vinculados —a nosotros, los seres humanos— a los inicios de la
historia de la evolución. De una manera que también es muy típica,
acompañaba su forma de pensar con todo tipo de «argumentos buenos»: el
oncólogo que le trataba en casa era un buen amigo de la familia; el centro
oncológico le había ofrecido participar en la investigación de un tratamiento
«muy nuevo y sumamente específico». Para ello, era condición
indispensable que volviera a someterse al tratamiento de quimioterapia que
había estado recibiendo. Si lo hacía, «disfrutaría» de unos métodos
diagnósticos especiales y mucho más minuciosos que hasta entonces. Y tal
y tal.
Le expuse mi punto de vista objetivamente y, transcurrida una semana,
regresó a su casa con mejores valores sanguíneos, una mejoría física y mucho
optimismo. Continuamos manteniendo contacto telefónico semanalmente y
siguió aplicándose el tratamiento, ya que notaba que mejoraba
progresivamente. Lamentablemente, debido a su olor, quería dejar el DMSO
cuanto antes para no exigirle demasiado a su familia. Al mismo tiempo me
iba informando de sus «progresos» en su incorporación al programa de
investigación de la clínica oncológica, con el que cada vez estaba más
entusiasmado. Pese a que él —y su padre— me había descrito con toda
claridad cómo cada vez que su oncólogo le administraba un nuevo cóctel de
quimio esta le producía efectos aterradores durante días, no era capaz de
oponerse a su «promesa» y aceptaba los retrocesos que se iban produciendo.
Seguro que conoce el dicho «un paso adelante y dos atrás». Al aproximarse
la serie experimental, tenía que dejar de tomar cualquier otra cosa —que era
el principal requisito—. Nuestro contacto telefónico también fue siendo cada
vez más escaso. En aquel momento lo interpreté como que la medicina
alternativa le había perdido —¡o al contrario!—. Entre tanto, en un par de
ocasiones me habló de los procedimientos que se seguían en este ensayo
clínico, que a mí, personalmente, me parecieron dudosos. Varias semanas
después de haber recibido esta nueva clase de sustancia —¿¡o el placebo!?,
a fin de cuentas se trataba de un estudio doble ciego—, quiso concertar una
cita para acudir a mi consulta. El relato de su participación en el ensayo
sonaba muy desilusionado y ya no veía ventaja alguna en tomar parte.
Llegaron las primeras noticias de fallecimientos de sus compañeros de viaje
en la serie experimental de la clínica, que habían sucumbido a los tumores
en el páncreas. Nuevamente le dijeron que no podían hacer nada más por él.
El sinfín de pruebas diagnósticas a las que le sometieron mostraba que las
semanas de tratamiento en la clínica oncológica no habían producido mejoría
alguna. El paciente, que otra vez estaba extremadamente debilitado y
psíquicamente desestabilizado, aquel día volvió a preguntarme… ¡si debía
continuar con la quimioterapia!
Pocas semanas después me llamó con la voz muy debilitada, se disculpó
por llevar mucho tiempo sin llamarme y me preguntó si podía volver a
ponerse en tratamiento conmigo. Como ya no se sentía en condiciones de
desplazarse, le prometí buscar un terapeuta que conociese a fondo los
métodos en cuestión y estuviese cerca de él. Cuando dos días después quise
darle la dirección, su mujer me informó de que había mu**to el día anterior.
Me agradeció efusivamente los meses adicionales, llenos de mejoría y
optimismo, que su marido había recibido gracias a mi tratamiento.
Existen muchas formas posibles de combinar el DMSO con otras
sustancias apropiadas de acción anticancerosa. Debemos volver a referimos
a una de ellas en especial. Morton Walker19 la describe muy detalladamente
con el caso de un paciente, Joe Floyd, quien por aquel entonces contaba 56
años. Era directivo de la empresa Exxon Oil y, en abril de 1974, enfermó de
un cáncer de recto sangrante. Este tipo de adenocarcinoma es sumamente
maligno, crece muy de prisa y constituye una grave amenaza para la vida.
Padecía estreñimiento, fuertes dolores, hemorragias, fiebre, sudores
nocturnos, debilidad y una rápida pérdida de peso. Cuando se lo
diagnosticaron, Joe Floyd ya tenía metástasis en los ganglios linfáticos
próximos y en el hígado. El médico de la empresa le envió a Houston, a un
cirujano de colon, quien le extirpó 33 centímetros de intestino grueso, así
como los ganglios linfáticos asociados. El médico indicó que debía comenzar
con la quimioterapia prevista y le informó de que su propia esposa padecía
la misma enfermedad. Tras la operación ella también iba a someterse al
mismo programa de tratamientos. Sin embargo, el paciente rechazó
someterse a este tipo de tratamiento y marchó a casa porque había recordado
un programa de televisión que había visto dos años antes. En él se hablaba
de la terapia alternativa contra el cáncer que el Dr. Elliot Tucker63 llevaba a
cabo, también en Houston. Como remedio muy efectivo contra el cáncer,
Tucker63 utilizaba una mezcla que él mismo había descubierto a partir de
DMSO y hematoxilina (un colorante natural de la madera, véase 25.3). Joe
Floyd solo estaba interesado en conocer este método. Tras una ardua tarea
de persuasión, el Dr. Tucker63 consintió en tratar al paciente bajo su propia
responsabilidad. Seis semanas más tarde moría la esposa del cirujano, quien
había optado por recibir la quimioterapia acostumbrada. Joe Floyd, sin
embargo, se había reincorporado a su puesto de trabajo en el edificio Exxon
Oil y cada dos días recibía una perfusión en la consulta de Tucket. No tenía
ningún tipo de malestar ni presentaba ninguna de las manifestaciones
habituales de la quimioterapia. Al cabo de 18 meses, Tucker63 le dio el alta
definitiva por estar completamente curado. El valor del marcador tumoral
CEA estaba por debajo de lo normal, En mayo de 1989, Morton Walker19
habló con Joe Floyd, quien ya tenía 71 años, gozaba una salud excelente y al
jubilarse había abierto una tienda de productos alimentarios saludables que
le proporcionaba una enorme satisfacción. Otras experiencias obtenidas a
partir de los tratamientos del Dr. Tucker evidenciaron que la mezcla de
DMSO y hematoxilina puede aplicarse con muy buenos resultados,
especialmente en el tratamiento de linfoma de células grandes, tanto en
personas como elen animales. En el libro de Walker19 pueden encontrarse los
correspondientes ejemplos de su aplicación.
Las historias de estos pacientes muestran que el DMSO debería ocupar
un lugar destacado en el tratamiento contra el cáncer. Combinado con otras
sustancias —ácido láctico dextrógiro, ácido dicloroacético, ácido lipoico,
MMS. — y con medidas relativas a la alimentación y al modo de vida,
proporciona una esperanza de curación mucho mayor que la que ofrece
nuestro sistema de salud. En este aspecto, lo más importante son las
decisiones de los pacientes, que han de ser lo más claras posibles y deben
seguir un tratamiento orientado a la naturaleza orgánica y que refuerce —¡y
no debilite!— las fuerzas autocurativas. El DMSO es idóneo para ello, como
puede comprobar a través del canon de sus propiedades farmacológicas.
Dependiendo del cuadro clínico, podrá administrarse a través de la piel,
como solución oral o mediante perfusión. La dosificación se regirá por las
circunstancias y la evolución de la enfermedad

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