03/10/2025
Esta semana no tengo ganas de hacer el vídeo que tenía planificado. Ha sido una semana en la que he estado, a pesar de estar muy ocupada, en profunda meditación. Observando, pensando.
Este pasado domingo en nuestra ciudad de Santiago pasó una tragedia muy grande que afectó de manera directa o indirecta a muchas familias, algunas conocidas por mi. El dolor ajeno y la pérdida de gente joven siempre me ha tocado. En mi época de juventud, nos tocó despedir a personas que conocíamos o allegados a gente conocida por eventos similares. La cosa es que este sentimiento de tristeza por la pérdida de jóvenes nunca mejora, al menos yo, nunca me he acostumbrado. No ha mejorado, ahora creo q siento más miedo a medida que mi propia hija se adentra más a la adolescencia. La pérdida de un hijo/a es la pérdida más grande que puede sufrir un ser humano, especialmente cuando, gracias a la ciencia, nos hemos desacostumbrado a que nuestros hijos mueran jóvenes por enfermedades de la niñez, que ya son prevenibles gracias a las vacunas y otras medicaciones.
Lo que más me sorprendió fueron comentarios de gente que parece que nunca fueron jóvenes o que son los padres perfectos o tienen hijos que no comenten errores. Todos alguna vez en nuestra juventud tomamos una decisión que por fortuna no resultó negativa y por eso estamos aquí. Todos hemos tomado una decisión de la que nos arrepentimos como padres. Todos nuestros hijos han hecho cosas que muchas veces han hecho que nos enojemos. Nadie es perfecto y nadie tiene derecho a juzgar.
Compasión es lo que necesitamos. Para esos padres, para esos amigos que sobrevivieron, para esos amigos que perdieron a otros amigos. Para nosotros mismos como sociedad. Si la compasión fuera el motor que nos moviera, que diferente sería este mundo que ahora mismo parece ser uno de conflictos interminables. Seamos compasivos los unos con los otros. No es difícil, y es un regalo que no tiene costo, sin embargo es invaluable.