23/05/2025
Dr. Alfredo Palacio:
ADIÓS a un GIGANTE
El Ecuador acaba de perder a una de sus figuras más distinguidas: el Dr. Luis Alfredo Palacio González, eminente médico cardiólogo, político y expresidente de la República, quien ha fallecido a los 86 años en su natal Guayaquil. Su partida a la casa del Padre nos deja un profundo vacío, pero su legado como médico humanista y servidor público íntegro, será por siempre perdurable.
Me uno en oración a sus familiares, amigos, discípulos y pacientes en este momento de dolor. Nunca olvidaré la sencillez y cercanía del Dr. Palacio, su trato afable y esa humildad que lo convertía en un verdadero gigante.
Nacido el 22 de enero de 1939, hijo del escultor Alfredo Palacio Moreno y Ana María González, el Dr. Palacio forjó su camino desde las aulas del Instituto Particular Abdón Calderón y el Colegio La Salle hasta la Universidad de Guayaquil, donde se graduó como médico en 1967. Su pasión por la cardiología lo llevó a especializarse en prestigiosos centros médicos de Estados Unidos, como el Hospital Mount Sinai de Cleveland y el Barnes-Jewish de St. Louis.
De regreso en Ecuador, se convirtió en un cardiólogo de renombre. El Dr. Alfredo Palacio fue un médico clínico clásico: sabio, meticuloso y profundamente humano. Sus pacientes atestiguan que su consultorio en Guayaquil fue siempre más que un espacio de alivio y sanación. Miembro de la New York Science Academy, la Sociedad Ecuatoriana de Cardiología y otras instituciones científicas, publicó obras que enriquecieron el conocimiento médico, como un atlas sobre ecografía bidimensional aplicado al corazón.
Muchos son los testimonios de su capacidad de escucha y de diálogo, así como sus habilidades para explorar el cuerpo y la mente de sus pacientes. Estas cualidades las trasladó con naturalidad a su carrera política: En 1994, asumió como Ministro de Salud bajo el gobierno de Sixto Durán Ballén, demostrando un compromiso con la salud pública que marcó toda su trayectoria. En 2003, fue elegido vicepresidente en la fórmula con Lucio Gutiérrez, y en abril de 2005, tras la destitución de este último, se vio literalmente obligado a asumir la presidencia de la República hasta enero de 2007.
Como presidente, el Dr. Palacio enfrentó un país sumido en la crisis y la inestabilidad con la misma serenidad y precisión que empleaba en su consultorio. Su capacidad clínica para diagnosticar problemas, escuchar otras opiniones y proponer soluciones marcaron la diferencia: promovió reformas institucionales, fortaleció las relaciones internacionales y apostó por un sistema de aseguramiento universal de salud en línea con las enseñanzas de la Doctrina Social Cristiana. Su negativa a disolver el Congreso, aún bajo enormes presiones, demostró su enorme respeto por el Estado de Derecho y la institucionalidad democrática.
Lo que hace aún más admirable al Dr. Palacio es que, al concluir su mandato, no se aferró al poder ni buscó perpetuarse en la política ni vivir de ella. Con la humildad del deber cumplido, regresó a Guayaquil para retomar su vocación de siempre: atender a sus pacientes y formar nuevas generaciones de médicos. Como docente en la Universidad Espíritu Santo, donde fue fundador de la Facultad de Medicina y presidente del Instituto Nacional de Cardiología, compartió su conocimiento hasta casi su último aliento. Su última investigación, publicada en 2024, sobre la mortalidad postinfarto en Ecuador, es un testimonio de su compromiso inquebrantable con la ciencia y con el bienestar de este país.
Casado con María Beatriz Paret, con quien tuvo cuatro hijos, el Dr. Palacio fue un hombre de familia, un profesional ejemplar y un ciudadano de respeto. A pesar de su prestigio y rango, siempre fue afable, cercano y dispuesto a tender puentes, ya fuera con un paciente, un estudiante, un colega, o un adversario político. Su vida nos recuerda que el verdadero liderazgo nace de la empatía, el respeto y la dedicación.
Ecuador y el mundo necesitan más líderes como el Dr. Luis Alfredo Palacio González: hombres y mujeres capaces de diagnosticar nuestros males, escuchar atentamente los signos de los tiempos y aplicar, con valentía y humanidad, las curas necesarias, por dolorosas que estas sean. Su memoria vivirá en cada vida que tocó, en cada corazón que sanó y en el país que guió con sabiduría y humildad. Descanse en paz, querido profesor con la certeza del que libró la buena batalla.
Mayo 23 de 2025