
20/07/2025
Vegeta es la personificación pura de la tenacidad y la resiliencia. A lo largo de Dragon Ball Z, Super y más allá, se ha mantenido fiel a su objetivo de superar a Goku, pero esa meta no ha sido simplemente una competencia: ha sido el motor de su evolución. A diferencia de otros personajes que dependen de milagros, fusiones o ayudas externas, Vegeta se entrena en silencio, en gravedad aumentada, con el cuerpo destrozado, sangrando, sin descanso. Una y otra vez se levanta. No importa cuántas veces lo superen, él vuelve a intentarlo.
Cada derrota para Vegeta no es un final, sino un nuevo punto de partida. Cuando fue humillado por Freezer, cuando no logró alcanzar el Ultra Instinto, cuando su orgullo fue herido por Bills, nunca dejó que el fracaso lo definiera. El príncipe de los saiyajin canaliza el dolor, la frustración y el orgullo herido para seguir entrenando, buscando caminos alternativos, formas distintas de crecer. No copia, crea. No se rinde, se reinventa. En Dragon Ball Super, su desarrollo lo lleva incluso a entrenar con dioses, a dejar atrás técnicas tradicionales para construir su propia vía, como el Ultra Ego, una forma que no solo refleja su poder sino su voluntad de resistir y avanzar mientras más daño recibe.
Y en todo eso hay algo profundamente humano. Vegeta no es invencible. Ha llorado, ha gritado, ha sentido que no es suficiente. Pero su esencia está en que jamás acepta quedarse atrás. Incluso en el fondo de la derrota, su mirada nunca pierde el fuego. El deseo de superación lo quema por dentro, y no por venganza, sino por amor propio. Vegeta lucha porque cree que puede ser más. Y eso es lo que lo convierte en uno de los personajes más admirables del anime: no por su poder, sino por su incansable voluntad de levantarse una y otra vez.