15/09/2025
Según la OMS, el suicidio es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años en el mundo. Un error común es creer que “si un estudiante tiene buenas notas o una familia funcional, no corre riesgo”. La realidad es que el riesgo puede estar presente en cualquier aula y en cualquier comunidad.
En la escuela, la mirada hacia los estudiantes suele ser superficial, no por falta de compromiso, sino porque los docentes están sumergidos en múltiples demandas: cumplir con la planificación curricular, controlar la disciplina, dar clases, atender procesos administrativos.
En medio de todo esto, los pequeños cambios en la conducta del estudiante —que podrían ser señales de alarma— pasan desapercibidos. Puede ser aquel alumno que siempre obtiene las mejores calificaciones, el más sociable que asegura que “todo está bien”, el que crece en una familia que parece perfecta, o el introvertido que cuesta comprender. Ante los demás, dentro del aula, puede ser cualquiera o ninguno.
👉El error más frecuente
No detectar a tiempo señales sutiles en estudiantes en riesgo. Alteraciones en el sueño que se reflejan en somnolencia o quedarse dormido en clase, cambios en el lenguaje corporal ante comentarios de compañeros (bullying), el hecho de pasar solo en los recesos, hablar cada vez menos, o acudir con mayor frecuencia al departamento médico. Estos signos no deben verse de manera aislada, lo relevante es estar atentos al conjunto de cambios que aparecen en la conducta, el ánimo o la interacción de los adolescentes. Muchas veces, lo que se normaliza o se atribuye solo a la “adolescencia”, en realidad puede ser un pedido de ayuda silencioso.
❓ ¿Por qué pasa esto?
La adolescencia es una etapa donde el cerebro todavía está en construcción: la regulación emocional es frágil, la presión social es intensa y la identidad aún está en formación. Sin un entorno atento, la escuela y la familia pueden pasar por alto el sufrimiento de un estudiante, incluso cuando está frente a sus ojos.
💡 ¿Qué hacer diferente?
▶️ La prevención requiere una alianza sólida entre escuela y familia:
▶️ Docentes y DECE con formación constante para identificar señales.
▶️ Implementación de programas de prevención dentro de la planificación curricular.
▶️ Protocolos claros de acompañamiento cuando aparecen cambios de conducta.
▶️ Espacios donde el estudiante pueda hablar y sentirse comprendido.
▶️ Redes de apoyo comunitario y profesional para actuar de manera oportuna.
La prevención del suicidio adolescente no es un esfuerzo aislado de la escuela ni de la familia, es una tarea compartida. Detectar las señales a tiempo puede salvar vidas.
Los adolescentes necesitan adultos atentos y dispuestos a escuchar más allá de lo evidente.
💙 La prevención comienza con una decisión: abrir los ojos, escuchar y actuar juntos.
Psic. Gloria Once
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