09/07/2025
ENDOMETRIOSIS: MI EXPERIENCIA COMO PACIENTE Y MÉDICO
Desde la adolescencia, el entorno que nos rodea influye profundamente en cómo se identifican, entienden y diagnostican muchas enfermedades. El desconocimiento, los tabúes y la normalización de ciertos síntomas dentro del núcleo familiar hacen que pasen desapercibidos por años… hasta que se intensifican o provocan complicaciones. Ver la enfermedad desde otra perspectiva —como paciente y como médico— puede marcar la diferencia en la detección temprana y en el rumbo de una vida.
Hace cuatro años recibí el diagnóstico de endometriosis, y mientras más investigo, más evidente me resulta que hubo señales claras desde el inicio que pudieron haber cambiado el rumbo de esta historia.
El inicio de un viaje
Durante mi etapa escolar, el dolor menstrual era intenso: no podía mantenerme de pie, tenía náuseas, irritabilidad y sangrado abundante. Como mi madre y hermanas presentaban síntomas similares, asumimos que era algo “de familia”. Visité al médico en varias ocasiones, pero la respuesta fue siempre la misma: analgésicos. El dolor se normalizó tanto, que dejó de parecer importante.
Más tarde, en mis años de formación médica, aprendí sobre el dolor como motivo de consulta: su localización, intensidad, características. Sin embargo, ¿cómo comprender tu propio dolor cuando has aprendido a convivir con él desde siempre?
Curiosamente, todo comenzó con un autoexamen mamario. Sentí masas sospechosas en ambas mamas, acudí a una ecografía y, aunque el estudio fue normal, me recomendaron repetirlo a los seis meses. En el nuevo control, también se reportó como normal, pero el médico tuvo la precaución de examinar mi pelvis... y allí estaba: una lesión quística en el ovario derecho.
Siguieron meses de consultas, controles, anticonceptivos y efectos adversos. Finalmente, logré convencer al último médico para operarme. El plan era sencillo: extraer el quiste y cerrar. Pero durante el procedimiento se encontraron múltiples lesiones en la pelvis, además del ovario izquierdo adherido. El diagnóstico era claro: endometriosis avanzada.
Todo empezó a tener sentido: el dolor menstrual, el estreñimiento, la urgencia urinaria, la fatiga, el dolor al caminar. Tras la cirugía, pude llevar una vida más normal durante algunos años.
La recaída
Hace un año, los síntomas regresaron: fatiga persistente, debilidad, anemia, estreñimiento y dolor pélvico. La ecografía reveló que el quiste había reaparecido. Iniciamos tratamiento con Dienogest, y aunque hubo reducción de tamaño, los efectos emocionales eran intensos. A pesar de la mejoría inicial, el quiste volvió a crecer: el tratamiento ya no funcionaba.
Volvimos al punto de partida: resonancia magnética, exámenes de laboratorio, valoración prequirúrgica, cambios de fecha… hasta que finalmente, la segunda cirugía fue posible.
Durante la operación, se identificaron nuevos focos de endometriosis en intestino, y me indicaron la necesidad de una futura reintervención y asesoría en fertilidad para iniciar un proceso de congelación de óvulos. El dolor aún no desaparece. Sigo luchando.
Reconstruirme
Ahora, debo cuidar mi alimentación, hacer ejercicio adaptado, seguir controles con ginecología, urología, cirugía general, nutrición y psicología. Debo reconstruir también mis planes de vida y ajustar mis expectativas. No es fácil.
Pero algo aprendí, y necesito que otras personas lo escuchen también: el dolor es real. Y debe ser tomado en serio. No siempre la endometriosis es visible en una ecografía, o incluso en una resonancia. El dolor no es exageración. No es debilidad. Es una señal que merece atención.
Y también: no quiero que nadie se compare conmigo y se sienta menos. No estás fallando si tu proceso es distinto. No estás sola ni eres débil si no puedes con todo. Este testimonio no es para glorificar la resistencia, sino para validar tu experiencia. Quiero que te sientas acompañada. Quiero que sepas que tu dolor importa, y tu historia también.
Una reflexión final
La endometriosis no solo afecta el cuerpo: desafía nuestra identidad, nuestros vínculos, nuestros sueños. A veces nos obliga a reinventarnos desde el dolor, desde el silencio, desde la resistencia. Pero también puede convertirse en una oportunidad para comprendernos, para abrazar nuestra historia con empatía y para acompañar a otras personas en su camino.
Porque soy paciente. Porque soy médica.
Y porque sigo aquí… resistiendo y reconstruyéndome.