31/07/2024
Observemos unos instantes esta extraordinaria imagen. Luego cerremos los ojos y traigámosla a la memoria.
¿Vemos mentalmente los ángeles blancos que bailan contra el cielo oscuro? ¿O vemos los demonios negros, esos diablos con cuernos que habitan el espacio blanco y refulgente del in****no?
En esta ilusión del artista M. C. Escher, las dos perspectivas son posibles. Cuando tomamos conciencia de la relación entre el bien y el mal no podemos ver uno sin ver el otro.
En lo que sigue no dejaré que el lector vuelva a la confortable separación entre «su lado bueno y sin tacha» y «su lado malo y perverso», y a lo largo de nuestro viaje por extraños parajes le pediré que se pregunte una y otra vez: «¿Sería yo capaz de actuar con maldad?».
En la imagen de Escher se plasman tres verdades psicológicas.
La primera es que el mundo está lleno de bondad y de maldad: lo ha estado, lo está y siempre lo estará.
La segunda es que la barrera entre el bien y el mal es permeable y nebulosa.
Y la tercera es que los ángeles pueden convertirse en demonios y, algo que quizá sea más difícil de imaginar, que los demonios pueden convertirse en ángeles.
Quizás esta imagen nos recuerde la transformación suprema del bien en el mal, la metamorfosis de Lucifer en Satanás. Lucifer, el «portador de luz», era el ángel favorito de Dios hasta que se enfrentó a la autoridad divina y fue arrojado al in****no junto con los otros ángeles caídos.
«Mejor es reinar en el in****no que servir en el cielo», se jacta Satanás, el «adversario de Dios» en El paraíso perdido de Milton. En el in****no, Lucifer-Satanás se convierte en un embustero, en un vanidoso impostor que alardea con lanzas, trompetas y estandartes, como los dirigentes de muchos países de hoy.
Fragmento extraído del libro "El efecto Lucifer: El porqué de la maldad" (2007) del psicólogo Philip Zimbardo.