15/05/2025
📌” Un niño herido en su infancia no deja de amar a sus padres, deja de amarse a sí mismo.”
‼️Esta frase refleja un mecanismo profundamente humano y adaptativo. El niño, al encontrarse en un entorno donde no recibe el amor, el cuidado o la validación que necesita, no suele interpretar que el problema está en sus padres o cuidadores. Por el contrario, asume que él es el problema.
‼️Esto ocurre porque, en la infancia, la supervivencia emocional y física depende totalmente del vínculo con los padres. Cuestionar a las figuras de apego significaría poner en peligro esa conexión esencial. Por eso, el niño “prefiere” culparse a sí mismo antes que ver a sus cuidadores como defectuosos. Es un acto de lealtad inconsciente, pero devastador.
‼️Así, empieza a desarrollar creencias negativas sobre sí mismo: “no soy suficiente”, “no merezco amor”, “algo en mí está mal”. Estas creencias se arraigan y muchas veces acompañan al individuo en su vida adulta, afectando su autoestima, sus relaciones y su salud mental.
‼️El niño sigue amando a sus padres —porque necesita hacerlo para sobrevivir emocionalmente—, pero en el proceso se desconecta de su propio valor. Esta desconexión puede manifestarse más adelante como ansiedad, depresión, dependencia emocional o una constante autoexigencia.
‼️La buena noticia es que esto puede sanarse. A través del autoconocimiento, la terapia y el trabajo emocional, el adulto puede comenzar a cuestionar esas creencias aprendidas y reconstruir su relación consigo mismo. Amar a los padres no implica renunciar al amor propio. Reconocer el daño no es traición, es el primer paso hacia la sanación.