El camino de la Diosa es el sendero de mi corazón, y no lo manifiesto en un sentido romántico. Este transitar sintoniza con el propósito de vida, que ofrece gozo al alma. La Madre Cósmica me ha elegido (como también a otras bellas mujeres) para entregar un mensaje que va de la mano con la nueva era cósmica: vivir el cielo en la Tierra.
En mi caso, la vivencia del cielo en la Tierra se cristaliza a través de las terapias para el alma, que la Madre me ha encomendado, como fruto ancestral de varias vidas como maga, bruja y sacerdotisa.
Y más allá de la plenitud y satisfacción personal que pretende la vocación, existe un propósito superior en la labor de las Abuelas del Tiempo, que tejen la trama de nuestra existencia, creando sincronías con otros seres, para la consumación de una misión que escapa al personal.
Se trata de una oleada colectiva que abraza y reúne a mujeres empoderadas en varias latitudes, con el fin de difundir este mensaje a la humanidad (que se encuentra en un proceso de transición de la oscuridad a la luz), a la vez que encarnarlo, experimentando el cielo en el día a día.
Y es desde este lugar de enunciación en el mundo, que hoy me presento a ustedes querid@s familiares, pacientes, consultantes y amig@s (aunque ya me conocen, risas). Soy Paulina Jiménez, Astróloga y Terapeuta Holística, y ofrezco terapias ancestrales, orientadas a la toma de consciencia, liberación y trascendencia.
Es la Gran Diosa quien despierta este fuego interior de sabiduría y auto-sanación, y en este sentido, solo me considero una luz-guía para ayudar a encender esas hogueras internas, que cada un@ está destinado a hacerlo, de acuerdo a su propio estado de consciencia.
El camino de la Diosa constituye un espacio sagrado, gestado desde las lejanas y mágicas tierras de Avalon, para sembrar en el corazón del mundo, su legado ancestral. La Diosa nos convoca en el ombligo del mundo, quizás para sanar la herida ancestral que produjeron las conquistas (y vaya que son varias si realizamos un viaje en el tiempo hasta la época de los Atlantes).
Sin embargo, quiero rescatar con énfasis, que somos fruto de ese mestizaje, y negarlo, sería invisibilizar la riqueza que nos constituye. La memoria celular contempla la luz y oscuridad, y mirar solo una parte, sería anclarnos a una mirada reducida de nuestra gran riqueza.
En mi caso, el recorrido místico empezó a corta edad, sin saberlo conscientemente, aunque como buena pisciana, la vida me dotó de una intuición a flor de piel.
Uno de los primeros recuerdos que atesoro, cuando niña, era el encuentro con pequeñas gárgolas que yacían vigilantes, colgadas en las barandas de la amplia ventana de mi habitación. Y aunque esta escena parece más bien de terror y no una experiencia mística (risas), constituía la revelación de lo que años más tarde tejería mi misión de vida, en conexión con el mundo invisible para los ojos físicos, pero que sí es palpable para el alma. ¡Una conexión con lo más sutil!
Fui educada en un colegio religioso y, por supuesto, en este ciclo de mi adolescencia, se plasmaba el conflicto ancestral entre la herencia pagana que corre por mis venas, frente a la religión ortodoxa de aquel momento, como un reflejo de la pugna ancestral entre la espiritualidad y la religión.
No era bien vista por las ´monjitas´ (risas), me etiquetaban de ´rebelde´ e ´insolente´: si algo he aprendido y, bien, es a no callar; aprendí a expresar con valentía mi lugar de enunciación en el mundo. Cuestionaba los preceptos cristianos y esto daba pie a diálogos con los ´profes´ más inteligentes; pero quienes se sentían amenazados solo escribían mi nombre en el leccionario, aumentando la lista por indisciplina de la señorita Jiménez.
Estas fricciones eran una manifestación a pequeña escala de lo que viví en Europa Medieval, cuando fui quemada en la hoguera (risas). ¡Era una riña ancestral! (risas).
Mis amigas y yo nos reuníamos en la parte posterior del aula (sobre todo en hora de Matemática) y, formadas en círculo, les susurraba los mensajes de las barajas. No había quién faltaba para pedir un consejo ritualístico para cautivar la mirada de algún pretendiente. El amor era la temática central de las tiradas, sin duda, donde las hormonas estaban en ebullición (risas). ¿Cuándo estudié el arte de la cartomancia? No estudié en ningún libro (tampoco había internet). Era el legado de vidas pasadas. ¡Solo estaba aprendiendo a recordar!
Mi ´ma´, mi padre, mi hermano y mis perros, estaban acostumbrados a escuchar gritos de temor a la madrugada, ya que, durante parálisis de sueño, tenía encuentros son seres de otras dimensiones. Y créanme, a los 15 años, aunque lo intuía, quedaba el rezago del miedo por ser un mundo incomprendido.
A los 17 años me enamoré de quién, más tarde, se convirtió el padre de mi hija, Camila. Él fue mi gran maestro. Gracias a él, comprendí que si bien la palabra, en su máxima expresión, es mi don, la Comunicación Social no era mi vocación. Fue entonces que me elegí a mí, renuncié a ese modo de vida y fui leal a mi llamado. Empecé a estudiar Ciencias Ancestrales. ¡Wow! El universo místico me encandilaba el corazón, y más que aprender, fue evocar las memorias de un antiguo latir.
Al tiempo que inicié mi recorrido místico, ejercía mi profesión anterior, llenándome de una profunda frustración. Sin embargo, era la experiencia que mi alma necesitaba para sanar viejas heridas. Ya divorciada, realicé una investigación (para obtener mi tesis de grado), alrededor de la cocina mágica y el amor. Y es que el tema amatorio y la culinaria poseen un estrecho vínculo, y giran alrededor del fuego, la chispa alquímica de la transmutación.
Luego, la Diosa me trasladó de la cocina (mágica) al sendero terapéutico, que si bien ha sido un eje transversal de mi vocación mística, quise fortalecer, a fin de sumarme a las bellas mujeres que tenemos por misión, encender la chispa de la consciencia en esta maravillosa Tierra.
Así fue como inicié el viaje espiritual de la guerrera, con una misión terapéutica. Estudié Bio-Neuro-Emoción, en el Instituto de Enric Corbera. ¡Waaa! Ese viejito lindo ´sí me sacó la madre´. Noches y amaneceres de profunda introspección y transmutación, donde pude enfrentar a esos demonios internos, a algunos de los cuales recién estaba lista para mirarlos frente a frente y liberarlos. Este maravilloso ciclo, que también fue doloroso, me permitió comprender profundamente la ética del sanador-sanado. Si no has emprendido esos avatares internos, no puedes enseñar a otr@ el camino.
El cielo me había elegido también para ofrecer sanación a través de la imposición de manos: Reiki. Y con toda esta riqueza interior que había cultivado, parí a mi hijo espiritual: Dharma, un maravillo espacio místico y de sanación.
Cuando sintonizas con la vocación, la conexión con la abundancia es ipso facto; constituye la mística natural, pues cuando encendí mi luz sé que etsaba lista para guiar a que otr@ seres también lo hagan, sabiendo que es posible.
Desde su gestación, Dharma estuvo orientado al rescate y ofrecimiento de terapias ancestrales, con fines de toma de consciencia, liberación y trascendencia de viejas heridas, a las que nos anclamos por la vía transgeneracional o durante la trama de la vida presente. Y esta es la mística que atesoro: la sintonía con el bienestar es una cualidad del alma misma. ¡Vivir en plenitud es una decisión!
La Diosa me llevó a las puertas de la Terapia de Respuesta Espiritual (TRE). Considero que es una de las herramientas de sanación más maravillosas que el Gran Espíritu ha entregado a la humanidad, en las últimas décadas, para ayudarnos a trascender en este período de oscuridad planetaria. ¡No estamos sol@s! El cielo nos apoya y guía.
Una madrugada lluviosa, supe que Dharma debía morir para abrirse a una nueva forma de vida. Un susurro que lo escuchaba lejano, pero que lo sentía firme en mi corazón. Dharma sufre una transformación alquímica y me deja lo bello de su mística y abre una nueva ventana: ser guía y voz para, en conjunto con otras almas valientes que resplandecen con su propia luz, anclar el cielo a la tierra.
¡Un abrazo de corazón a corazón! Y que el llamado de la Diosa nos abrace en una misma canción de sanación y plenitud, donde reconozcamos el pálpito de nuestras almas, en la hermosa Gaia, que está despertando de un largo letargo, llamado patriarcado.
Gaia renace con el auto-reconocimiento y empoderamiento del sagrado femenino en cada una de nosotras. Aceptarnos, amarnos, valorarnos y honrarnos desde nuestra divinidad sagrada, es gestar una apertura para la toma de la Gran Diosa, permitiendo que su magia se cristalice en el día a día, como un modus-viviendi; una visión de vida que tod@s estamos recordando.
´Tod@s venimos de la Diosa y a ella, vamos a regresar,
como gotas de lluvia que van fluyendo hacia el mar´.