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La paz verdadera no necesita anunciarse con palabras, se manifiesta silenciosamente en el rostro de quien la habita. Se reconoce en la suavidad de la mirada, en la forma serena en que los ojos observan al mundo sin juicio, sin prisa. Es esa luz sutil que brota desde el interior, iluminando la piel con un brillo tranquilo que no viene del sol, sino del alma.
 
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                                                                                     
                                         
   
   
   
   
     
   
   
  