29/06/2025
Empecé a vivir… justo cuando todos pensaban que ya me había apagado.”
Durante décadas fui lo que el mundo esperaba de mí:
Esposa. Madre. Ama de casa.
La mujer que tenía la comida lista, la ropa planchada y una sonrisa que escondía el cansancio.
La que no interrumpía, no opinaba, no soñaba.
La que aprendió a convivir con silencios fríos, cenas sin palabras y críticas disfrazadas de “buenas intenciones”.
Y por mucho tiempo, también yo creí que eso era vivir.
Me casé joven. Crié hijos. Me olvidé de mí.
Mi vida giraba en torno a los demás.
Él era el centro: su trabajo, su descanso, sus decisiones.
Yo… era la sombra que lo sostenía todo, pero sin ruido.
Hasta que un día, sin explicaciones, simplemente se fue.
Sin gritos, sin drama. Solo una maleta y un portazo.
Y en ese vacío que dejó, encontré algo inesperado: paz.
Por primera vez, el silencio no dolía. Era libertad.
Ya no tenía que correr.
Ya no debía justificarme.
Ya no necesitaba ser útil para sentir que valía algo.
Los primeros días fueron extraños.
No sabía qué me gustaba, qué quería, ni quién era.
Me miré al espejo… y no reconocí a la mujer que me devolvía la mirada.
Pero detrás de las ojeras, las canas, y el cansancio de años… había algo despierto.
Algo que llevaba mucho tiempo esperando su turno: yo.
Así que empecé desde cero.
A mi ritmo. Sin permiso. Sin culpa.
Tomé clases de pintura.
Fui sola al cine.
Bailé en la sala con la música que a mí me gusta, sin miedo a molestar a nadie.
Viajé.
No lejos… pero lo suficiente como para sentir que el mundo aún tenía caminos para mí.
Me senté a ver un atardecer, y lloré sin explicaciones.
Y un día, sin avisar, me descubrí riendo.
No por complacer a nadie… sino porque la vida, por fin, me estaba haciendo cosquillas.
Hoy tengo 61.
Y por primera vez, soy la protagonista de mi historia.
No estoy sola por falta de amor.
Estoy sola porque aprendí a amarme a mí.
Y si alguien llega, que venga a sumar, no a reemplazar.
Que camine conmigo, no que me encierre de nuevo.
Porque a veces, la vida empieza…
cuando te sueltas del rol
y te das, al fin,
el permiso de ser tú.