Proboca Sangolquí

Proboca Sangolquí Clínica dental

05/08/2025

EL PERRO QUE ENSEÑÓ A UN HOMBRE A PERDONAR
Dante no tenía dueño.
Solo tenía cicatrices.

Apareció una mañana cualquiera en las afueras de un pequeño pueblo llamado San Bartolomé del Norte. Tenía el lomo cruzado por una vieja herida, una oreja rasgada y caminaba con una ligera cojera que hablaba de un pasado que nadie se atrevía a preguntar. Era un perro grande, de pelaje oscuro y mirada profunda. La gente decía que lo habían maltratado. Que lo usaron en peleas, o que había escapado de una finca donde lo ataban con cadenas. Pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Lo único claro era que no confiaba en los humanos.

Y, durante mucho tiempo, los humanos tampoco confiaron en él.

Lo esquivaban, lo ahuyentaban, le lanzaban pan duro como si con eso bastara. Hasta que una mañana fría, el 3 de diciembre de 2022, Dante se tumbó bajo un coche azul aparcado frente a una casa humilde, con un olivo al lado y una maceta rota en la entrada. Era la casa de Joaquín Llorente.

Joaquín tenía 58 años. Un hombre robusto, con barba canosa, manos agrietadas y un pasado del que no hablaba. En su mirada había algo parecido al cansancio existencial. Llevaba seis años divorciado, se había distanciado de su única hija, y vivía en San Bartolomé desde hacía poco más de un año. Trabajaba con madera, reparando muebles antiguos, pero sus propios recuerdos eran los que más necesitaban restauración.

Cuando vio a Dante bajo su coche, no supo por qué no lo espantó. Solo se agachó, lo miró y se quedó quieto. El perro también lo miró. No hubo ladridos. Solo una especie de acuerdo silencioso entre dos almas rotas.

—¿Qué te han hecho, amigo? —susurró Joaquín.

Esa noche le dejó una manta cerca de la puerta y un cuenco con caldo caliente. Al día siguiente, Dante seguía allí. No había tocado el caldo, pero sí la manta.

Pasaron los días.

Dante no entraba en casa, pero ya no se iba. Se quedaba en el porche, observando a Joaquín trabajar, como si entendiera cada golpe de ma****lo, cada pausa larga entre una silla y otra. No se dejaba acariciar, pero tampoco huía. Solo escuchaba.

Joaquín empezó a hablarle.
Primero con frases sueltas. Luego con confesiones.

Le hablaba del miedo que sintió cuando supo que sería padre, de cómo se volvió exigente con su hija sin darse cuenta, de cómo se rompió su matrimonio por no saber decir “lo siento”. Le hablaba como si Dante lo entendiera todo. Y tal vez lo hacía.

Una tarde de lluvia, mientras el viento golpeaba fuerte, Dante temblaba en el porche. Joaquín abrió la puerta. Por primera vez, el perro entró. Se tumbó cerca de la chimenea. Y durmió.

Desde entonces, fueron inseparables.

Joaquín le curó las heridas con esmero. No solo las del cuerpo. También las otras. Las que no se ven. Las que los humanos también arrastramos.

Dante no sabía de psicología, ni de terapia. Pero sabía estar. Y eso bastaba.

Un día, Joaquín se atrevió a llamar a su hija. No para reclamarle nada. Solo para escuchar su voz. Después de colgar, lloró. Dante apoyó el hocico en sus piernas. Fue la primera vez que lo hizo.

Pasaron meses. Años.

Joaquín aprendió a sonreír sin miedo. Empezó a escribir cartas que nunca enviaba, a cocinar con música, a dormir sin pesadillas. Decía que Dante no era un perro. Era una respuesta.

Porque a veces, cuando el alma no encuentra salida, aparece un animal y la señala con el hocico.

Hoy, Dante ya es viejo. Tiene el hocico canoso, pero la mirada limpia. Se sienta todas las tardes junto a Joaquín en el banco frente al olivo. Ninguno habla. Ninguno necesita hacerlo.

Ambos saben que el perdón llegó.
Y que vino con cuatro patas.

🐾 ¿Tú también tienes una historia con un animal que te ayudó a sanar? ¿O conoces a alguien que fue transformado por el amor de uno?

Cuéntala aquí abajo. Me encantaría leerte.

05/08/2025

📍Nueva York, 1903
🧵👦 "El niño de los botones"

Luca Santoro tenía solo 10 años, pero sus dedos se movían con la precisión de un adulto. Coser botones doce horas al día por 75 centavos a la semana… sin errores, o el aguijón de la aguja se lo recordaría. A su lado, su hermana Rosa, de 7 años, apenas alcanzaba la mesa de trabajo subida a una caja de madera.

Habían llegado desde Sicilia con su madre, quien falleció en un incendio dos inviernos atrás. Ahora estaban solos.

En la oscuridad de aquella fábrica ruidosa, donde los gritos del capataz se mezclaban con el traqueteo de las máquinas, Luca soñaba en silencio: algún día tendría una librería de segunda mano, como la que un anciano le mostró una vez en Little Italy. Un lugar con luz, historias… y donde Rosa pudiera leer libros en vez de coserlos.

🌪 Todo cambió una tarde.

Una joven llamada Clara, mayor y valiente, se negó a seguir cosiendo. Se subió a su banco y gritó:

“¡No somos máquinas!”

Fue arrastrada por el cuello. Volvió esa noche con moretones, pero también con convicción. Le dio a Luca un volante:

📜 “Reunión contra el trabajo infantil – Domingo, en el Salón del Sindicato”

Ese domingo, Luca y Rosa se colaron al lugar, rodeados de trabajadores. Escucharon hablar de dignidad, derechos, y leyes que podían cambiarse. Cuando pasó la libreta para firmar, Luca escribió sus nombres con la mano temblorosa… y el corazón lleno.

📸 Semanas después, un fotógrafo capturó a Luca justo en medio de una puntada. La imagen fue publicada en varios periódicos. Pronto llegaron las inspecciones. Las condiciones mejoraron. Un poco.

No fue el final.
Pero sí el principio.

📚 Años después, cuando Luca abrió su librería en Orchard Street, colgó esa fotografía en la entrada. Al lado, el primer libro que Rosa pudo leer: Mujercitas, con las páginas marcadas por hilos y tiempo.

Y en las mañanas de primavera, cuando el sol entraba por la ventana polvorienta, Luca juraba que aún escuchaba la voz de Clara:

“No somos máquinas.”

✊ Una historia sobre lucha, memoria y el poder de soñar incluso con las manos cansadas.

05/08/2025

Una mujer buena se despertó el día de su cumpleaños... y nadie la felicitó.

Estaba pasando por un momento complicado: había perdido su trabajo, se había separado de su esposo, y sus conocidos preferían hacerse los olvidadizos. Además, se había quedado sin dinero. ¿Quién quiere a alguien en caída libre? Capaz que hasta les pide prestado, o peor, les recuerda lo que le deben…

Y eso que Tanya siempre ayudaba a todos. Curaba, rescataba, compartía hasta lo último. Pero ahora, que ya no tenía nada que ofrecer, todos simplemente se olvidaron de ella.

Esa mañana, Tanya desayunó con un té sin azúcar y un pedazo de pan duro. No tenía un centavo. Su celular solo recibía llamadas, pero claro, nadie llamaba. Así que decidió salir a buscar una casa de empeño para dejar un par de aretitos sencillos que aún conservaba. Algo tenía que comer, ¿no?

En el camino entró a un centro comercial. Había música, ruido, ambiente festivo. “¡Pues que sea mi fiesta de cumpleaños!”, pensó Tanya, y sonrió.

Se le acercó una chica y le ofreció un café con pastelito —era una promoción de una cafetería nueva. ¡Gratis! El café estaba delicioso, bien llenito el vasito de cartón, y el merengue... ¡uf, una delicia!

Después la invitaron a pasar a una tienda cara de cosméticos, donde había otra promoción. Le hicieron un maquillaje profesional y un peinado espectacular. También sin pagar nada. Un estilista famoso fue el que la atendió.

Tanya quedó guapísima.

Entró luego a una tienda de abrigos finos, solo para mirar. Y de pronto, todo el equipo comenzó a aplaudir: “¡La visitante número cien!” —claro que no era cierto, era apenas temprano— pero frente a la cámara gritaban con emoción y le entregaron una bolsa con chocolates y una botellita de vino espumoso.

Tanya casi lloró de la emoción. Salió de ahí abrazando el paquete. En la calle, se le acercó un señor mayor, completamente desconocido, y le regaló un ramo hermoso de asters. ¿Estaba medio loco? Tal vez. Pero... la gente “cuerda” la había abandonado.

Y justo entonces sonó su teléfono. La llamaban de una agencia de autos: la invitaban a la presentación de un nuevo modelo. Años atrás había comprado ahí un coche para su sobrino. Como estaba cerca, y ya de buenas, se fue.

Estaba admirando el auto reluciente cuando un hombre muy amable se le acercó, comenzó a explicarle todo, a hacerle la plática. Tanya, tan linda y tan alegre, le gustó mucho. Le preguntó por las flores, supo que era su cumpleaños y la invitó a cenar.

Y cenaron. Rico, bonito, con conversación linda. Tanya insistía en que le pagaría luego, como hacía siempre. Ella era así: lo que debía, lo devolvía. Siempre.

Pero ese día, alguien se encargó de ella.

Ese Alguien le regaló cosas durante todo el día. Y con cada detalle, parecía decirle: “No estás sola. Eres querida”.

Ese mismo hombre, un mes después, le dijo que la amaba… cuando le pidió que se casaran.

Y los aretes —aquellos que iba a empeñar— se quedaron con Tanya. Como un recuerdo más de aquel cumpleaños.

Un regalo más.

Porque a la gente buena… tarde o temprano la vida le devuelve con amor, con salud, con alegría. Con lo que realmente importa.

28/07/2025

🥦🇫🇷 Francia da el ejemplo: ¡la comida no se tira, se comparte!

¿Sabías que en Francia las grandes cadenas de supermercados están obligadas por ley a donar los alimentos no vendidos pero aún comestibles a organizaciones benéficas?

Y eso no es todo:
🔄 Si los productos ya no son aptos para el consumo humano, deben utilizarse como alimento para animales o compost.
🚫 Tirarlos o desperdiciarlos puede resultar en multas elevadas.

Una medida que combate el desperdicio, protege el medio ambiente y alimenta a quienes más lo necesitan.
🌍 Una idea que muchos países deberían imitar.

10/07/2025

💔 😢 Cada vez que alguien intentaba acariciarlo… él se cubría la cara con miedo, Pero nadie estaba preparado para lo que sucedió después…

Lo encontraron encogido entre pajas húmedas, cerca de una vieja caseta improvisada con maderas rotas y bolsas negras. Era como si tratara de desaparecer del mundo. no del frío… sino del miedo. Un miedo profundo, pegajoso, como el que sólo deja el abandono.
Nadie sabía su nombre. Algunos decían que lo habían visto semanas atrás vagando por las calles, esquivando miradas y escondiéndose cada vez que oía pasos. Otros aseguraban que provenía de una casa donde lo tenían “solo para ladrar cuando entraban extraños” … hasta que un día, simplemente, ya no regresaron por él.
El perrito, en lugar de mover la cola o acercarse en busca de consuelo, levantaba sus dos patas delanteras con desesperación y se cubría el rostro como si quisiera volverse invisible. Apretaba los ojos con fuerza y se encogía, como si esperara el golpe. Como si tocarlo fuera un castigo.
Así lo encontraron los voluntarios del refugio. Un ser roto. Silencioso. Invisible para el mundo. Lo llamaron Milo, pero durante días no respondía a nada. Ni a la voz más dulce, ni al olor de la comida caliente. Solo se quedaba ahí, con la cabeza gacha y las orejas bajas, esperando que todo pasara sin tener que sentir nada.
Hasta que un día, llegó ella.
Una joven voluntaria con un gorro colorido, bufanda tejida a mano y guantes negros. Se sentó junto a él, no dijo nada. Solo se quedó quieta. Milo, al principio, repitió el gesto de siempre: levantó sus patitas, cubrió su cara… y tembló. Pero ella no se movió. No lo tocó. No lo forzó. Solo le susurró:
"No vengo a lastimarte, pequeño. Vengo a esperarte."
Y así pasaron los días. Uno tras otro. Ella volvía. Le hablaba. Le dejaba su guante para que se acostumbrara al olor. Se sentaba en la tierra fría, aunque lloviera. Hasta que un día… Milo no cubrió su cara. Se quedó mirándola. Solo por un segundo, pero fue suficiente para que algo comenzara a sanar.
La primera vez que permitió una caricia, cerró los ojos muy fuertes. Todavía pensaba que dolería. Pero no fue así. Fue suave, tibia, humana. Y lloró. Lloró en silencio, como solo los animales pueden hacerlo, sin ruido, pero con el alma entera quebrada.
Cada vez que ella intentaba tocarlo, él seguía con ese reflejo triste de cubrirse. Pero poco a poco, ese escudo de miedo se convirtió en un gesto de timidez. Y luego, en una caricia de regreso.
Un mes después, Milo ya no estaba en el refugio.
💔
Lo más inesperado: la joven voluntaria decidió adoptarlo.
No quiso que volviera a dormir solo. No quiso que su carita volviera a esconderse nunca más. Hoy, Milo ya no cubre su rostro con las patas. Ahora, las usa para abrazar.

09/07/2025

Pocos saben que Ramón Valdés, el actor detrás de Don Ramón, murió en silencio… y casi en la pobreza. Sufría de cáncer. Un cáncer que lo fue consumiendo poco a poco, y que lo obligó a alejarse del programa que tanto amaba. A pesar de haber sido uno de los personajes más queridos del elenco, don Ramon era el papá que muchos soñaban tener.

El vecino gruñón… que tenía el corazón más grande. Pero mientras nosotros nos reíamos en casa, él vivía una historia muy distinta fuera de cámara. no recibía regalías por las retransmisiones del programa.

Y nunca tuvo un contrato millonario como los que hoy tienen muchas estrellas.
Vivió de su trabajo como actor…
pero cuando enfermó, ya no pudo seguir trabajando.
No tenía grandes ahorros ni lujos.
Y aunque millones lo recordamos con cariño,
en sus últimos días, casi nadie fue a verlo.
Ni siquiera a su funeral.

Murió sin aplausos.
Sin homenajes.
Solo con su familia… en una cama de hospital.
Dicen que en esos días, apenas podía hablar.
Que su cuerpo estaba débil…
pero que todavía sacaba fuerza para sonreírle a sus nietos.

Se fue en silencio, como los grandes…
pero también como muchos hombres buenos:
sin hacer escándalo, sin pedir nada… y sin quejarse.
Y cuando una periodista le preguntó por qué se había salido del programa,

él respondió con una frase que lo dijo todo:
“Porque mi alma ya no estaba ahí…”
Y tal vez nadie lo notó…
pero con él se fue una parte de nuestra infancia.
Un pedazo de lo que fuimos.

Porque Don Ramón era más que un personaje.
Era ese papá que no tenía dinero… pero siempre tenía amor.
El vecino que se enojaba, pero era noble.
El hombre que nunca pagaba la renta… pero sí pagaba con carcajadas.

Esta historia no es para dar lástima.
Es para hacer memoria.
Para decirle “gracias” a un hombre que nos dio tanto…
y que, aunque se fue sin homenajes,
sigue vivo en cada risa de nuestros hijos cuando ven sus capítulos.

Compártelo con esa persona que todavía dice
“con permisito, dijo Monchito…”
Porque hoy, más que nunca,
Don Ramón merece ser recordado.

09/07/2025
04/07/2025

🥹💃 Una escuela en Canadá hace algo que el mundo entero debería imitar…

Cada año, una secundaria en Regina, Saskatchewan, organiza un baile muy especial:
Los invitados de honor son adultos mayores de bajos recursos, muchos de ellos viven solos y sin compañía.

Los estudiantes les preparan la cena, los ayudan a vestirse, y les brindan una noche inolvidable llena de música, risas y respeto.
Incluso se encargan del transporte, porque nadie se queda afuera.

🎶✨ Algunos no bailaban desde hace décadas.
Otros simplemente agradecen sentirse vistos, escuchados, acompañados.

Y así, por una noche, los abuelos vuelven a ser jóvenes…
y los jóvenes aprenden a tener alma grande. ❤️

Esta hermosa tradición lleva casi 30 años cambiando vidas…
y nos recuerda que la empatía también se enseña.

👏 ¡Pulgares arriba para estos estudiantes y su escuela!
No solo están formando profesionales…
están formando seres humanos.

03/07/2025

🐾 “Gunner solo pedía regresar a casa… pero nadie lo escuchó”

Gunner no era un perro de la calle. No era un perro sin hogar. No era un perro abandonado… era un viejo amigo que amaba a su familia con toda el alma. Tenía 13 años, y aunque la edad lo confundía a ratos, seguía teniendo un corazón enorme que solo deseaba regresar a donde pertenecía.

La noche que se extravió, deambuló con miedo por calles desconocidas, mirando a todos con esos ojitos cansados que preguntaban en silencio: “¿Me ayudan a regresar a casa?”. Al día siguiente, lo encontraron… pero no fueron manos amigas las que lo levantaron, sino funcionarios de una perrera donde nadie preguntó quién era, ni esperaron para darle una segunda oportunidad.

Gunner no podía explicar que era un perro querido, que dormía junto a los pies de los niños en la cama, que en Navidad recibía un regalo bajo el árbol. No podía decir que cuando era cachorro seguía a su dueño por todos lados, ni que en su vejez todavía soñaba con un paseo al atardecer junto a los que amaba. Por miedo, Gunner temblaba y se orinaba… no por enfermedad, no por agresividad. Simplemente por terror, confundido y solo.

Menos de 24 horas bastaron para que decidieran que su vida no valía la pena continuarla. Menos de 24 horas para borrar 13 años de amor y lealtad.

Mientras tanto, en casa, su familia lo buscaba desesperada. Su mamá publicaba fotos en redes sociales con la esperanza de un milagro, los niños preguntaban por él cada minuto y el papá recorría todas las calles para traerlo de regreso. Llamaron a todas las perreras, preguntaron en todos los refugios… hasta que al fin supieron que estaba allí, donde menos debería haber terminado.

A la mañana siguiente, cuando llegaron para llevarlo a casa, no encontraron a Gunner esperándolos, no hubo un último abrazo ni un último adiós. Solo encontraron una puerta fría y la noticia que les destrozó para siempre: “Lo dormimos ayer”.

Así, sin darle tiempo a su familia para reencontrarse con él, Gunner murió solo y asustado en un lugar donde nadie lo amó y nadie supo escuchar su corazón viejo y cansado.

💔 Hoy alzamos la voz por Gunner y por todos esos perros que, como él, no tuvieron la oportunidad de regresar a casa. Porque ninguna vida debería apagarse en un rincón frío, antes de recibir un último abrazo. Porque cada uno de ellos guarda en su corazón un amor inmenso que debería respetarse y honrarse… hasta el último aliento.

Si esta historia te rompe el corazón tanto como a nosotros, compártela para crear conciencia. Por Gunner, y por todos los que esperan en silencio que alguien los escuche antes de que sea demasiado tarde.

02/07/2025

“Estuve a punto de destruirlo todo… hasta que un día, alguien me preguntó: ¿quieres vivir o morir?” 🥃🎭

Anthony no nació con el aplauso.
Nació con silencio.
Con la torpeza de quien no se siente parte de nada.

Creció sintiéndose fuera de lugar.
Decían que era raro. Que no encajaba.
Que no tenía futuro.

“Me costaba conectar con los demás.
Era como si siempre hubiera una pared entre el mundo y yo.”

La bebida llegó temprano.
Y no como celebración, sino como anestesia.
Cada vaso era un intento de apagar el ruido en su cabeza.
Y durante años, funcionó.

Se convirtió en actor.
No por fama, sino porque podía ser otro.
Porque interpretar era la única manera de existir sin odiarse.

Pero el vacío seguía.
Las películas, los premios, el talento…
nada podía sostener lo que él mismo se empeñaba en derrumbar.

Hasta que un día, en 1975,
alguien lo miró a los ojos y le hizo una pregunta brutal:

“¿Quieres vivir… o morir?”

No hubo gritos.
No hubo redención mágica.
Solo una decisión.
Fría. Dura. Real.

Ese día dejó de beber.
Y nunca volvió.

No por miedo.
Por dignidad.

“Entendí que no necesitaba controlar el mundo.
Solo tenía que dejar de destruirme a mí mismo.”

Desde entonces, cada personaje es un espejo.
Cada mirada suya en pantalla es una confesión.

Hannibal Lecter, el genio oscuro.
El padre con Alzheimer.
El hombre quebrado por dentro.

Porque Anthony Hopkins no actúa para entretener.
Actúa para recordar que el alma humana es compleja…
pero rescatable.

“Si estás en el fondo, escucha bien:
puedes cambiar tu vida.
Todo puede cambiar.
Solo tienes que decir: basta.”

Y lo dijo.

Hoy, Anthony no brinda con whisky.
Brinda con lucidez.
Y sigue actuando no para ser otro…
sino para seguir siendo él.

30/06/2025

LAMENTABLEMENTE, PERO ASI ES 😢
Durante 173 días, Max esperó.
Observaba a las familias pasar por delante de su perrera, moviendo la cola con tranquila esperanza. Cada vez que la puerta se abría con un chirrido, sus oídos se animaban. Tal vez esta vez. Tal vez hoy.
Pero los cachorros se llevaron la atención. Los perros más pequeños se llevaron las sonrisas. ¿Y Max? Siempre era "demasiado grande", "demasiado viejo", "demasiado callado".
Lentamente, la luz de sus ojos comenzó a desvanecerse. Dejó de correr hacia el frente de la perrera. Dejó de menearse tanto. Pasaba la mayor parte de sus días acurrucado en un rincón sobre una manta gastada, aferrándose a la esperanza de la única manera que sabía: sin rendirse por completo.
Entonces, en el día 173, algo cambió.
Una mujer entró y no miró a los cachorros. No preguntó por el más joven ni por el más fácil. Pasó junto a todos ellos y se arrodilló frente a Max.
—Ya has esperado bastante, ¿verdad? —susurró ella.
Max inclinó la cabeza, inseguro. Pero cuando el personal del refugio abrió su perrera y lo llevó hacia el auto, no se resistió. Nunca antes había estado en un viaje en automóvil real. Miró por la ventana, viendo el mundo desdibujarse. Entonces su cola comenzó a moverse. Lentamente al principio. Luego más rápido.
A mitad del trayecto, apoyó la cabeza en el asiento y miró a su persona, no con miedo, sino con asombro. Como si preguntara: "¿Es esto real? ¿De verdad me voy a casa?
Sí, Max. Lo eres.
Esto no fue solo un viaje a un lugar nuevo.
Fue el fin de ser pasado por alto.
El fin de los días solitarios y las noches silenciosas.
El fin de la espera.
Y el comienzo de todo lo que había estado esperando.
Un hogar. Una familia.

30/06/2025

🦷 ¡Aprovecha las vacaciones de tus hijos!
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