06/09/2025
Hay un instante en que todo cambia: cuando dejamos de perseguir la perfección, cuando soltamos la presión de ser siempre productivas, siempre correctas, siempre admirables. Esa liberación no se anuncia; se siente como un suspiro profundo que recorre el cuerpo, una suavidad que antes parecía imposible.
La autoexigencia es una carga silenciosa que llevamos en los hombros, a veces invisible incluso para nosotras mismas. Y sin embargo, cuando la soltamos, descubrimos que podemos flotar. Ligera. Presente. Viva. No es que dejemos de esforzarnos, sino que aprendemos a no castigarnos por cada tropiezo, a permitirnos respirar, a mirar la vida sin la tensión de tener que controlarlo todo.
La verdadera libertad nace en ese espacio interior donde no hay juicios, donde los errores no son fracasos, y donde el ser es suficiente. Ahí, en esa ligereza, encontramos paz. Ahí, en esa ligereza, nos sentimos realmente libres.