
08/10/2025
La alegría de abrir el corazón
Shalom, chispas divinas ✨
Hay algo especial que ocurre en el tercer día de Sucot. Hasta ahora hemos aprendido a abrazar la fragilidad y a construir un espacio interior para la Luz. Pero ahora, la enseñanza va más allá de nosotros mismos: ese espacio no fue hecho solo para habitarlo en soledad, sino para compartirlo.
La Sucá no es un santuario privado. Su naturaleza abierta —sus paredes simples, su techo que deja ver el cielo— nos recuerda que el alma también fue creada para abrirse. En estos días, cada rincón de esa humilde cabaña se convierte en un símbolo de hospitalidad, de bienvenida, de conexión con el otro. No basta con recibir la Presencia Divina; debemos también convertirnos en canales de esa Presencia para quienes nos rodean.
La tradición enseña que cada noche de Sucot somos visitados por los Ushpizin, huéspedes espirituales: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, José y David. Pero esta idea mística va más allá del simbolismo. Nos enseña que cuando abrimos nuestras puertas, no solo recibimos personas: recibimos almas. Y en cada alma hay una chispa del Creador que anhela ser reconocida, escuchada y abrazada.
El Zóhar enseña:
“La puerta que se abre al extranjero se abre al cielo.” (Zóhar, Vayerá 101a)
Cada acto de hospitalidad es una forma de conexión divina. Cuando compartes tu mesa, tu tiempo, tu escucha, no solo estás dando —también estás recibiendo. Estás participando en un misterio profundo: el del amor que circula, el del Creador que se revela a través del rostro del otro.
A veces pensamos que acercarnos a Dios significa retirarnos del mundo, alejarnos del ruido y refugiarnos en la soledad. Pero Sucot nos enseña que hay un camino igual de sagrado: el que pasa por el rostro humano. Cuando abres la puerta a alguien, cuando acoges su historia, cuando compartes tu pan, estás dejando entrar la Luz en formas que el intelecto nunca entenderá por completo.
La Sucá, con su entrada abierta, nos recuerda que el alma que se encierra en sí misma se marchita. La Luz que guardamos solo para nosotros se apaga. Pero la que compartimos crece, se multiplica, se vuelve inagotable.
Y en ese intercambio —en esa danza de dar y recibir— la Presencia Divina se hace tangible.
Quizás abrir el corazón hoy signifique invitar a alguien a tu mesa. O tal vez signifique llamar a una persona con la que hace tiempo no hablas. Puede ser ofrecer tu escucha, tu ayuda o simplemente tu compañía. En cualquier caso, cada gesto es una puerta al cielo. Y cuando abrimos esa puerta, descubrimos que Dios no está solo en lo alto… también está en el otro.
🪔 Práctica espiritual sugerida
Hoy, haz un acto concreto de apertura. Invita a alguien a compartir contigo un momento —una comida, una conversación, un paseo— o abre tu corazón a quien lo necesite. Antes de hacerlo, di en silencio:
“Que mi puerta sea Tu puerta. Que mi mesa sea Tu mesa. Que mi corazón sea Tu morada.”
Con profundo amor y deseo de Luz para tu alma,
Shalom ✨