Cine al diván

Cine al diván Películas que hablan de ti Me llamo Nicolás Lezama Mazzini. Mi vocación nació en mi propia experiencia como paciente, en la consulta de un psicoanalista.

Soy licenciado en Psicología y psicoanalista, miembro del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación de Psicoanálisis de Madrid. Fue esta experiencia la que me motivó a estudiar psicología y, sobre todo, la que sería mi verdadera profesión y mi pasión, el psicoanálisis. Lo que me llevó a esa consulta fue el malestar psicológico profundo, como suele ser lo habitual. Como acabé descubriendo, ese ma

lestar tenía que ver con la ignorancia. Descubrí que todo malestar psicológico se relacionaba con esa ignorancia. La ignorancia de la cultura, o sea, de lo que nos permite entendernos a nosotros mismos y a los demás. En definitiva, de lo que nos permite relacionarnos y formar parte de esto tan complejo que es la sociedad en que vivimos, el mundo humano. En la consulta del psicoanalista aprendí a entender esa cultura, y eso me tranquilizó y me hizo sentir mejor. No podía ser de otro modo, pues así había obtenido las herramientas que necesitaba para convertirme en quien yo quisiera, en ese mundo.

Temple Grandin (2010)Una fortaleza para protegerse del rechazoNadie tiene tanta influencia en un niño como su cuidador. ...
03/09/2024

Temple Grandin (2010)
Una fortaleza para protegerse del rechazo

Nadie tiene tanta influencia en un niño como su cuidador. Lo que éste hace le puede influir positiva o negativamente. En el segundo escenario, esa influencia podría llegar a tener efectos patológicos graves. Ahí, en su fortaleza, encontramos a Temple Grandin.

Temple Grandin es diagnosticada de autismo a los cuatro años. No habla, y no presta atención a casi nada. Su madre, sin embargo, piensa que no debe educar a su hija en el miedo y en el aislamiento de los Otros, así que Temple asiste al colegio normalmente, “integrada”, y acaba estudiando una carrera demostrando una inteligencia superior para las ciencias prácticas. Se especializa en el comportamiento del ganado, y desarrolla unas técnicas humanas para su tratamiento que se demuestran beneficiosas también a nivel comercial.

El mismo médico que diagnostica a su hija, le explica a la madre, ante su desolación y su desamparo, que el problema del autismo tiene habitualmente su origen en una dificultad en la relación de la madre con su hijo. Se le transmite, básicamente, que ella no supo darle a su hija el calor, o sea, el amor, que necesitaba, y por eso su hija enfermó tan gravemente. El autismo sería entonces un problema de “desamor” materno.

No es que yo esté en desacuerdo con esta teoría. Pienso que el autismo se vincula con el tipo de relación entre la madre y su bebé, con el estilo particular del vínculo que existe entre ambos, y que algo que la madre hace puede tener como efecto una patología de este tipo. Pero yo hablaría del vínculo entre el cuidador y el hijo, para ser más precisos. Habitualmente son dos personas, la madre y el padre, quienes representan la figura del cuidador, la puntualización es importante porque da a entender que todo gira en torno de una función, antes que de una persona concreta predeterminada. Es la de todo aquel que tiene una incidencia importante en la crianza del nuevo ser, que relativiza en alguna medida la incidencia de una persona concreta, la madre, y apunta implícitamente al hecho que son dos los que participan en la concepción de ese ser y tienen por tanto una responsabilidad en todo lo que le pase a partir de ese momento. Si esto es así naturalmente, la madre no deberá ser responsabilizada en solitario de los problemas del hijo, como mínimo habrá que dividir esa responsabilidad entre dos. Esta consideración debe hacerse siempre, no sólo cuando existe una patología. Lo que el cuidador hace tiene siempre un efecto en el niño, y a veces ese efecto es patológico, tan grave como el autismo.

El problema no es teórico, para mí. Es, en este caso al menos, un problema de formas. Cómo se dicen las cosas importa. Es determinante, por ejemplo, cuando hablamos de la educación. La forma como educamos es tan importante, desde el punto de vista de los resultados, como lo pueda ser el contenido de la educación.
El médico de la película “agrede” a su paciente. Lo que le dice lo dice de un modo que es vivido por ella como imposible de gestionar, de asumir, casi como un fuerte puñetazo que la pilla con la guardia baja, abrumador. A un paciente se le debe preparar para escuchar algo así, tal como a un boxeador se le entrena para luchar en un ring. El entrenamiento no podría consistir en darle una paliza al boxeador. En ese caso es muy probable que éste cambiara de entrenador, o que directamente abandonara el boxeo.
El médico “entrena” a su paciente escogiendo las palabras que le dice. Al decirle a una madre que ella es la causante de la grave enfermedad de su hija, y que se la ha causado “malqueriéndola”, el médico le está dando una “paliza”. Esto por una razón, principalmente: es que esa madre no es consciente de haber hecho eso que le dicen que ha hecho. Ella no es diferente del resto, o de la gran mayoría, que quiere a su hijo y piensa estar haciendo lo mejor para él.

En la relación de esta madre con su hija hay que tener presentes sus sentimientos (deseos) inconscientes. En la película vemos lo más evidente, lo consciente. Desde esta perspectiva, parece claro que ella quiere a su hija, por todo lo que hace por ella. Pero también se apuntan detalles más sutiles, que se refieren al orden menos visible de sus sentimientos maternales, el inconsciente. Son gestos quizá menos fáciles de entender, porque no son claros. Pueden ser percibidos a cierto nivel, incluso, pero son contradictorios. En la secuencia donde debe informarse para dejar a su hija en el internado, tenemos una muestra clara de lo que quiero decir.
Ocurren varias cosas que complican la comprensión de lo que ocurre. Se nos cuenta, por un lado, que hay dificultades para que la hija sea admitida. Tienen que ver con la gravedad de su condición. Entonces uno de los profesores percibe algo en la chica, algo que en su opinión debería cambiar la percepción de esa gravedad. Él está convencido de que es apta para ser admitida. Antes, hemos visto una interacción entre la chica y este profesor, donde era clara la excitación de la chica, su placer o gusto por ese encuentro. Después, vemos lo más extraño. La madre duda de si debe seguir pensando en dejar a su hija ahí. ¿Por qué?, ¿qué ha ocurrido? Esto es lo que en psicoanálisis se llama un “conflicto inconsciente”. Está, por un lado, el deseo de la madre de que su hija vaya a ese colegio, y por otro su opuesto. ¿Qué ha motivado este último?, ¿por qué, de repente, cuando su hija tiene todas la papeletas para ser aceptada, parece que su madre ya no desea que se quede? La única pista que tenemos para interpretar la situación, lo único que “desentona”, porque es extraordinario en la vida de la chica, es la conexión que se establece entre su hija y el profesor. Él es, en verdad, ese Otro que puede ser mirado y deseado por ella, no percibido como un peligro y temido.
Digo que desentona porque el “tono” general de la película, la idea, si se prefiere, que se asocia regularmente con la condición de la enferma, es el rechazo que genera en los otros (íntimamente vinculado con su contraparte, el rechazo que el Otro genera en ella). Aquí, de repente, aparece la aceptación (mutua). La madre generalmente se enfrenta al rechazo que despierta su hija con obstinación, intentando convertirlo en aceptación. No aceptándolo, paradójicamente. No acepta que su hija sea “menos” que los otros niños, que deba ser tratada de modo diferente, excluida del sistema educativo normal, ni que tenga dificultades quizá insalvables para relacionarse con ellos, negando la evidencia de que en ciertos aspectos sí es menos que sus coetáneos. Entonces, cuando finalmente es aceptada, su primer impulso es alejarla, privarla de esa aceptación. Esto es muy llamativo. Se diría que, efectivamente, la madre es capaz de perjudicar seriamente a su hija, a pesar de todo lo que la quiere, ¿será posible entonces que ella tenga que ver con los problemas que tiene?

No es, de hecho, la primera vez que la vemos comportarse así. Antes, en la parte que transcurre en la granja donde Temple se queda con sus tíos un verano, ya habíamos presenciado algo parecido. Ella se había adaptado bastante satisfactoriamente a las circunstancias. Estaba visiblemente contenta. Había empezado a dar muestras de su gran capacidad práctica, incluso. Deseaba seguir ahí. Y su madre no se lo permitió.
No pienso que la idea de dejarla en la granja, de una forma más permanente, hubiera sido tan mala. La madre no lo vio así. Su hija debía ser como los demás, fuera esto lo que fuera que significara, pues, ¿acaso somos todos iguales?, ¿acaso debemos todos hacer lo mismo? Son preguntas para pensar, más allá de que es obvio que todos entramos a formar parte de la cultura (la sociedad) sometiéndonos a unas normas comunes que nos uniformizan, que nos convierten en personas “normales”, y que como tales nos integramos y recorremos caminos convencionales. Aún así, las diferencias existen, forman parte de esa normalidad perfectamente instaladas en ella como lo particular de cada hombre. Es esta idea la que me hace mirar a Temple Grandin y pensar que ella debería de haber podido seguir su propio camino, que no tendría por qué haber sido tan convencional como su madre “parecía” desear. Tengo serias dudas respecto de que fuera necesario hacerla seguir el camino convencional, que tan claramente era vivido por ella como una tortura, pues nada la acercaba a sus “semejantes”, más bien al contrario. Pienso, incluso, que muy probablemente habría podido llegar a desarrollar su potencial como lo hizo ahorrándose ese mal trago. Tal como lo estaba haciendo en la granja. Si lo pensamos fríamente, ¿qué consiguió por el camino que le impuso su madre que no hubiera podido conseguir del otro modo?, ¿relaciones personales, quizá? Sólo hizo una amiga, que estaba en parecidas condiciones de dificultad, o sea, que era más como ella que la mayoría. ¿Quién dice que no habría conseguido lo mismo por otro camino, uno más adecuado para ella, elegido por ella incluso? Lo planteo en otros términos: ¿acaso no habría que escuchar lo que un hijo desea, el tipo de camino que éste quiere seguir, cuando ya tiene una edad para pensarlo y expresarlo? Aunque ese camino le aleje de la normalidad, pues sería un resultado razonable si, debido a unas condiciones reales, innegables, de dificultad como las de Temple, sólo pudiera integrarse en el mundo a su manera limitada.

¿Qué pretendía la madre con su comportamiento? ¿Estaba ayudando a su hija, o le estaba poniendo las cosas más difíciles? Es difícil responder a la primera pregunta. Hay que entrar en el terreno de lo inconsciente, y no tenemos demasiadas noticias de ello aquí, más allá de las que he apuntado. Lo que sí sabemos, lo que puede ser un factor importante para entender la situación, es que faltaba el padre, el Otro que participó en la concepción de Temple Grandin. Es una falta importante que debe de haber tenido sus efectos en la problemática de la hija. Pero es difícil decir cuáles, concretamente, más allá de que como es lógico al faltar él faltó un contrapunto, una alternativa y un límite a la voluntad de la madre. ¿Podía ese padre haber sido ese factor? Sí, podía. Pero no podemos saber qué habría sido diferente de haber existido. En teoría, su presencia podría haber sido buena, pero lo mismo podría no haber tenido un efecto positivo. Un padre puede hacer de madre, si entendemos por tal el ejercicio de la función que tiene que ver con el cuidado del hijo, tanto en lo físico como en lo emocional. De modo que podría haber sido la madre que no fue su mujer, sumar donde ella restó. Pero del mismo modo podría no haberlo sido, si ese no hubiera sido su deseo. A fin de cuentas hablamos del deseo de un hijo, que a veces falta en las madres (o no está presente en grado suficiente), y lo mismo puede faltar en los padres. Ser padre es la realización de un deseo, concretamente el de cuidar de la mejor manera a un hijo, dándole en grado suficiente lo que éste necesita. Cuando esto no sea así, si la falta es suficientemente grande, entonces, como vemos aquí, el hijo tendrá graves problemas. La madre de Temple no deseó suficientemente a su hija, habría que decir, quizá incluso la malquisiera en un grado mayor de lo normal, de ahí el autismo de ésta. Nada nos dice que su padre la hubiera deseado más, como para compensar la falta de su mujer ocupando su lugar.
Hay en la película detalles para pensarlo un poco más, de todos modos. El miedo de la enferma a los abrazos o la importancia del nombre en la puerta de su habitación son, ambos, aspectos de la problemática de los límites, de lo que en psicoanálisis se llama la Ley del Padre. Los límites son lo que define el espacio de cada uno, en esencia, aunque evidentemente se refieren a la definición de todas las cosas, pues estas son lo que son y no otra cosa en función de ellos. Las personas, a veces, tienen problemas con esos límites. Se dice coloquialmente que alguien “no tiene límites” para expresar que esa persona hace lo que quiere sin consideración por lo que se debe y lo que no se debe hacer.
Ese no tener límites debe de estar en la base de la patología de Temple. Ella los busca. Quiere saber de quién es su habitación con una certeza que no deje lugar a dudas, la clase de certeza que se consigue dándole un nombre y colocándolo en la puerta. Es como si ella no entendiera que eso no es necesario, ya que su tía le había explicado que la habitación era suya. Esto no era suficiente para ella, que es demasiado insegura. No cree a su tía, en pocas palabras. Debe de desconfiar de todo el mundo, de su madre la primera, pues a ella no le permite tampoco acercársele demasiado. Necesita los límites para estar mínimamente tranquila. Quizá los límites que la presencia de un padre podría haber proporcionado, si ese padre y la madre hubieran formado un buen equipo, se entiende, lo que se da cuando ambos están atravesados por esa Ley, que ha sido incorporada y ejerce de límite en sus relaciones recíprocas y con su hijo, de manera que todos se protegen del exceso de la voluntad del Otro. Esto es lo que trata de representar el concepto de Ley del Padre.

El modo de abordar la problemática del autismo ante una madre como ésta pasa, como comentaba arriba, por escoger las palabras. Sólo así es posible que esta madre abrumada pueda soportar el dolor ante el terrible descubrimiento. El descubrimiento de su responsabilidad. Pues, como decía, ella puede no ser consciente de haber malquerido a su hija, porque conscientemente es probable que la quisiera, como suele ser habitual. Sólo en lo inconsciente se podría encontrar el sentimiento conflictivo, el del rechazo del hijo, que a veces también existe. ¿Acaso no somos así de complejos, los hombres? ¿Acaso no podemos querer y a la vez no querer algo? Pues motivos puede haberlos para ambas posturas.
Entonces, si una madre debe descubrir que su rechazo, su no deseo, puede haber enfermado de gravedad a su hijo, es importante que lo haga en condiciones favorables. Estas dependerán de cómo ella sea tratada en ese momento de descubrimiento, de cómo perciba que el Otro la ve, de que se sienta entendida y ayudada. No maltratada, en una palabra. ¿No es esta comprensión del Otro lo que todos los niños necesitan para convertirse en hombres sanos?, ¿no es este tipo de atención la que les es imprescindible para crecer en la cultura, que tanto les quita cuando nacen? Sólo así podrá esa madre escuchar, y en el mejor de los casos, aceptar, su responsabilidad en el problema. La importancia de este hito es crucial, pues éste sería el único modo en que ella podría permitirse afrontar su propio problema, su conflicto inconsciente con la maternidad, en este caso. Conflicto, por otro lado, no tan raro, como decía arriba. Más bien bastante normal. Lo raro no sería tener un conflicto así, sería que la parte que rechaza la maternidad fuera tan potente como para, efectivamente, llegar a malquerer a un hijo, para no quererte como necesita para estar sano. Para desear que no exista, incluso.
El problema del autismo está relacionado con el rechazo del Otro, que es un rechazo extremo cuando ese Otro está dentro de uno, lo cual quizá sea vivido como una invasión de la que que es imposible librarse, salvo haciendo como que el “invasor” no está, no invistiéndolo de amor, inconscientemente, mientras la consciencia quizá toma las medidas más “apropiadas”, todo ese trabajo agotador y extenuante en el que a veces las madres de niños autistas se embarcan devotamente. Otra cuestión sería entender por qué el Otro representado por el bebé podría ser vivido de este modo, que lógicamente tendría que ver con una extrema fragilidad narcisista, del yo, incapaz quizá de hacerse cargo de ese Otro como no fuera al precio más alto, el de la propia salud, pues tal sería el resultado de desatenderse uno mismo. Porque los bebés lo necesitan “todo” de sus madres, que al dar a luz se tienen que “olvidar” de sí mismas. ¿Qué verán los bebés autistas en los actos (quizá incluso en los ojos) de sus madres?, ¿quizá ese rechazo que es signo del mayor peligro, el de ser desatendidos por ellas? No en lo fisiológico, quizá, pero sí en lo que es más humano, lo emocional, que se expresa en ese tipo de atención que sólo puede provenir del mayor deseo, de un deseo sin grandes conflictos, de la madre por su hijo. Ese rechazo representa la muerte, de ahí que el niño autista se construya una fortaleza para defenderse de ella, manteniendo fuera los afectos mortales, y por extensión todos los demás. Fortaleza vacía, la llama Bettelheim.

No quiero perder la ocasión de decir algunas palabras sobre Claire Danes. Es una actriz superlativa. Los recursos que demuestra aquí, como en cualquiera de sus interpretaciones, quitan el aliento. Uno necesita, por momentos, respirar hondo para seguir mirando, tal es su capacidad para hacernos sentir lo que le pasa a su personaje. Lo que significa ser autista, en este caso.

Noticias del gran mundo (2020), Paul GreengrassLa aventura de la paternidadLa paternidad, en el sentido concreto de una ...
01/08/2024

Noticias del gran mundo (2020), Paul Greengrass
La aventura de la paternidad

La paternidad, en el sentido concreto de una función, tiene que ver con los deseos de criar y de educar, es decir, con las tareas de alimentar y cuidar en general las necesidades más básicas del hijo, y con la de enseñarle las cosas que debe saber, las que los padres consideran que son importantes pero también las que el propio hijo quiere saber, las que él tiene en mente. Porque una de las cosas que se le enseñan, quizá la más importante, es la de desear. Es por esta enseñanza, de hecho, que el hijo desea vivir. Los padres le transmiten el conocimiento del deseo del modo más directo, con el ejemplo, deseándole a él. Sobran las palabras en este aprendizaje, el lenguaje no aparecerá de hecho sino en un segundo tiempo, como vía para la transmisión de la otra gran enseñanza, la del límite, el “no”, palabra más importante que aprenderán, pues sin ella, ¿cómo podrían perseguir deseo alguno? Es la falta de algo, su negación, la que da sentido al deseo, la que lo despierta y lo guía hacia su objeto. Cuando el hijo aprende a desear, y aprende a posponer su deseo marcado por ese “no” que le dicen sus padres, se convierte en un nuevo individuo, en un ser humano propiamente, y entonces desea sus propios deseos. A los padres les corresponde entonces tener en cuenta esos deseos, escucharlos, de manera que el nuevo individuo que es su hijo pueda crecer desarrollando sus diferencias, las que le harán ser él mismo. Todo empieza con una semilla, la del deseo de paternidad de unos padres que quieren traer al mundo a un nuevo ser humano, que están dispuestos a escuchar el deseo de ese ser humano y a enseñarle que todo no se puede, a privarse por él pero también a enseñarle que hay límites, un espacio propio de ellos cuyo conocimiento le muestra mejor que ninguna otra cosa que no lo puede tener todo. Le mostrará también, secundariamente, que cada uno debe tener su espacio, que tiene derecho a ello, germen de la capacidad para defenderse.

Paul Greengrass nos habla de todo esto a través de la historia dell capitán Kidd, de como encuentra a una niña abandonada en su viaje a través de las tierras del Salvaje Oeste. Su familia ha sido asesinada, y ella probablemente dada por mu**ta. Como luego descubriremos, no ha sido la primera vez que esta niña, Johanna, ha quedado huérfana. Antes, los indios asesinaron a su verdadera familia. Esos indios después se habían hecho cargo de ella, para finalmente ser a su vez asesinados por los blancos. En esta situación se la encuentra el capitán, junto con los papeles que describen su origen. En un acto de generosidad muy paternal, Kidd se hace cargo de ella, con el propósito inicial de entregarla a las autoridades competentes. Cuando éstas se desentienden del caso, en clara muestra de lo que ocurre cuando no hay Ley, o sea, límites, para enseñarla a cada uno qué es qué, y por tanto qué es correcto y qué no lo es, como por ejemplo que hay que ocuparse de los niños, que para eso son traídos al mundo, él mismo decide ocuparse de encontrar a los parientes vivos de la niña. Son un matrimonio sin hijos que cultiva su tierra como buenamente puede, que acepta acoger a Johanna. A Kidd le parecen personas poco capacitadas para criar a un niño, son pobres, no tienen nada que darle a un hijo, nada de lo que merece la pena, al menos, especialmente el deseo de vivir que es reflejo del de tener un hijo. Él mismo se pensaba hasta que conoció a Johanna. La práctica, quizá, o simplemente una aptitud adecuada para la paternidad le había demostrado lo contrario. No podrá pensar en nadie más adecuado que él, entonces, para ocuparse de la niña y darle un hogar.

Kidd entiende desde el principio una cosa que quizá no todo hombre, ni todo padre en verdad, entiende en su justa medida. Los niños son niños, no adultos en pequeño. Entonces no se les puede tratar como a tales, si se quiere ser justo con ellos. Hay que pensarles de otro modo, tener en cuenta otras cosas, para relacionarse con ellos. En eso consiste también ser padre. No se trata por tanto de proveerles de lo justo, de lo mismo que cualquier adulto necesitaría, en el fondo, calor, comida, lo básico para sobrevivir. Ser padre es algo más, pues los niños necesitan algo más. Necesitan de una generosidad mayor.

Kidd le explica a los tíos de Johanna que ella aprecia la lectura, que le gustan las historias. Ellos le miran como si les estuviera contando algo absurdo, incomprensible. Lo único que entienden es que hay que trabajar la tierra para sobrevivir.

Sobrevivir es lo que ha hecho el capitán los últimos años, después de que su esposa falleciera. Combatió en la guerra y entretanto ella enfermó y murió, y su vida como la conocía dejó de existir. No tuvo ninguna razón para volver a su hogar, pues ella no estaba allí y su antiguo trabajo tampoco. Todo lo había destruido esa guerra. Entonces se dedicó a viajar leyendo las noticias del mundo, lo cual tenía cierta relación con su anterior ocupación como impresor de periódicos. Pero él habría tenido una familia con su mujer, ese era su deseo, que también perdió, hasta que el encuentro con Johanna le ayuda a recuperarlo del olvido, quizá reprimido por necesidad.

En el proceso de conocimiento mutuo, Kidd siempre muestra sensibilidad hacia la infancia, una atención que sólo puede venir del deseo de ser padre, de ejercer la función que un hijo necesita de su padre, quiero decir. Esto es claro a la vista de la paciencia que le muestra a Johanna en situaciones que otro privo de aquel deseo probablemente no interpretaría como merecedoras de ello, como por ejemplo cuando ella le revuelve su equipaje examinándolo, y se come el azúcar, seguramente escaso, con el que él se endulza el café, quizá uno de los pocos placeres que le queden. Es una escena muy rica como muestra de lo que es la paternidad, porque en ella el capitán demuestra tener la paciencia y la generosidad de una madre y a la vez incorpora la función paterna propiamente dicha, o sea, la de puesta de límites, ese “ya basta, es suficiente”, que le dice a la niña cuando considera que ya ha comido bastante de su azúcar. Hay en esta función mucho de generosidad también, pues implica dejarse comer terreno, el propio espacio, lo que es de uno, a fin de que el niño aprenda a saborear la satisfacción de su deseo, sabiendo interpretar por supuesto cuando esa satisfacción se puede considerar suficiente.

Kidd es un buen padre, que no puede dejar de serlo aún cuando no está directamente en juego la relación con su “hija”. El capitán tiene otros “hijos”, todos aquellos Otros que pueden necesitar de un padre que vele por ellos. Como esos trabajadores explotados, a los que ayuda a ver la explotación de que son víctimas y el derecho que tienen de defenderse de ella. A los niños todo hay que enseñárselo, también la autodefensa. Esos trabajadores no son niños, obviamente, pero nadie quizá les enseñó que no tenían por qué tragar con todo, porque tenían unos derechos, como el de su propio espacio, su propia libertad. Es fácil suponer que Kidd debió de ser también un buen capitán para sus soldados, a los que seguramente cuidó como lo haría un padre.

La maldición de Hill House (2018), Mike FlanaganCuando la fantasía no está atravesada por la LeyLos fantasmas, esas apar...
09/07/2024

La maldición de Hill House (2018), Mike Flanagan
Cuando la fantasía no está atravesada por la Ley

Los fantasmas, esas apariciones nocturnas habitualmente utilizadas por los escritores y guionistas como recurso para hacerle pasar un mal rato a sus personajes, se suelen definir como un eco de seres vivos que fallecieron y por alguna razón “reaparecen”. La historia de los Crain es una historia de fantasmas bastante común, en este sentido. Los Crain son un matrimonio de arquitectos con cinco hijos, que vive de comprar y vender casas. Están acostumbrados a mudarse a cada nueva oportunidad de negocio. La última es la mansión Hill, en la que pasarán el verano mientras le hacen las reformas oportunas para dejarla a punto. En ella, terroríficas “apariciones” perturban el sueño de niños y adultos. Aunque vemos como estos últimos sufren sus propias experiencias alucinatorias, les resulta inconcebible cualquier explicación sobrenatural a lo que les ocurre, lógicamente. Para ellos simplemente no existe lo que “ven”, al contrario que para sus hijos. De modo que lo reducen todo, lo que les pasa a sus hijos y a ellos, a fenómenos psicológicos habituales perfectamente comprensibles, que cada uno debe aprender a llevar como pueda, en soledad. Hasta la fatídica noche en que una aparente crisis nerviosa de la mujer desemboca en su suicidio, y en la huída de la mansión del resto de la familia, hechos nunca explicados ni verdaderamente comprendidos por los hijos, que tendrán efectos traumáticos en ellos durante el resto de sus vidas. Su padre optará por no hablarles del tema, con la excusa de protegerles de una terrible “realidad”. Ellos, decepcionados sin remedio, se lo “agradecerán” cortando toda relación con él en su adultez, no sin antes haber aprendido la lección más importante de sus vidas: cada uno debe apañárselas con sus fantasmas.

Todos tenemos pesadillas por la noche, que cuando éramos niños podían ser simplemente miedos nocturnos, cuando se apagaba la luz y debíamos dormirnos. Recuerdo muy vagamente mi propia experiencia infantil, en la que quizá fuera el lógico y razonable miedo a Drácula, o a los vampiros, después de ver una película. Mucho más intenso e irracional es el recuerdo de una noche llena de angustia por una extraña pesadilla. Esa noche me habían dejado solo, y me despertó un sentimiento de terror que me hizo recurrir a una vecina en busca de consuelo. No sabía explicar lo que había soñado, las imágenes eran casi indefinibles, sólo tenía las sensaciones que me habían dejado. Me sentí completamente abrumado. Como adulto puedo interpretar esa pesadilla a partir de los sentimientos que la falta de mi madre, que no estaba ahí esa noche, había desencadenado. Si un niño puede “ver” monstruos cuando se apaga la luz, temer la oscuridad aún sabiendo que su madre está presente en la habitación de al lado, o cerca, para protegerle, ¿cuál no será su terror si su madre no está, si el “abandono” es real? Seguramente habría otras circunstancias agravantes en mi infancia (¿dónde estaba mi padre?), pero para el caso baste apuntar que en ese momento estaba viviendo una situación de desamparo, que era el desamparo, la falta de protección, lo que me aterrorizó, y los monstruos la forma que yo le “di" a ese innombrable, para mí, sentimiento de abandono.

En esta historia encontramos aquel interés dramático por exponer a unos personajes al encuentro con sus fantasmas. El recurso sirve en éste nivel porque crea unos efectos en nosotros a través del relato de sus experiencias, pero a la vez funciona en otro, metafórico, dado que nos permite escuchar e interpretar ese relato en su conjunto como si de la descripción de los procesos de pérdida y duelo de aquellos personajes se tratara. Los pequeños Crain acuden a sus padres para hablarles de sus monstruos, de esas visiones nocturnas terroríficas que tienen lugar al apagarse la luz y perderles de vista. Los padres lidian con los suyos a su manera, guardándolos para sí y racionalizándolos. Es los que hacemos los adultos con las pesadillas, “encuentros" o experiencias nocturnas, que representan oníricamente nuestros miedos o fantasías, tal como lo teoriza el psicoanálisis (“fantasía”, del francés “fantasme”, del cual proviene su uso en psicoanálisis).

Los “fantasmas” de los Crain no son desde esta óptica otra cosa que el producto de su mente, al afrontar las consecuencias de la pérdida. Los niños los viven con mayor realismo, pues aún no lo racionalizan todo. Aún no saben parapetarse tras ideas tranquilizadoras, porque piensan que no hace falta hacerlo pues para tranquilizarles están sus padres (de ahí los miedos nocturnos infantiles, debidos a su “desaparición”). Sólo una actitud poco atenta de los padres, que los niños perciben inconscientemente como falta de interés por su parte hacia sus relatos, les “enseña” a callarse, en un proceso fatídico que desembocará en esa actitud tan id**ta de los adultos hacia sus propios problemas como la que vemos sistemáticamente en el matrimonio Crain y en los propios hijos ya adultos. Ciclo transgeneracional difícil de detener, a la espera de que algo, un agente externo, lo interrumpa introduciendo la diferencia y lo modifique. Algo como una pareja, un extraño a la dinámica patológica familiar. En este caso ese papel lo juega quizá el marido de Nell, la pequeña de los Crain, si pensamos que es ella la que provoca la interrupción del ciclo decidiendo volver a ese pasado concienzudamente “olvidado” por todos los demás. La aparición de ese agente extraño la impacta de algún modo, tanto como para modificar en alguna medida su percepción de las cosas y para que decida reexaminar su pasado, donde quizá piensa que encontrará lo que necesita para entender su malestar crónico. Las respuestas que no le dio su padre cuando murió su madre, la atención que ninguno de los dos le prestó cuando acudía a ellos con su angustia nocturna. Un pasado en el que no fue escuchada, donde ella aprendió a su vez a no escucharse y a racionalizar sus miedos, a darse razones tranquilizadoras, único modo de protegerse de lo desconocido, de sus fantasmas.

La continua mudanza de los Crain me parece una buena metáfora de la falta del hogar como lugar vinculado con la vida familiar donde se dan las condiciones para que ésta florezca, y son posibles la convivencia con el Otro y la crianza (puesto que para criar correctamente hay que reconocer al Otro primero). No vemos en este matrimonio a unos padres capaces de organizar sus vidas en torno de sus hijos, de crear un entorno seguro en el que estos puedan moverse como corresponde a su edad, con todo el egoísmo que es propio de la infancia, pensando en sí mismos, en sus placeres, no en sus miedos. La seguridad que los hijos buscan en sus padres, sin la cual están evidentemente desamparados y es condición de su inconsciencia, de esa felicidad infantil que como adultos intentamos reproducir en nuestra vida, es sustituida en los niños Crain por una conciencia del entorno que sólo los adultos deberían poseer. Se les ha expuesto a los peligros que quizá sólo aquellos podrían afrontar, a los fantasmas del pasado o fantasías inconscientes que sólo como adultos podrían llegar a elaborar, integrándolos en su experiencia no como amenazas sino como conocimiento.

El efecto abrumador que sus visiones nocturnas tienen en los pequeños Crain, esa experiencia vivida por ellos como exceso, remite inevitablemente a una fallida Ley del Padre, al fallo del límite que el padre le pone a la madre insaciable. Estos padres que deberían estar pensando en como vivir sus vidas protegiendo a sus hijos de los peligros del mundo como la mansión que no es un hogar adecuado, parecen más bien dedicados a la tarea de encajar a sus hijos en sus deseos nunca bien ponderados. Esa vida nómada a la que les someten, que les impide integrarse en la cultura humana, es fiel reflejo de su falta de sometimiento a la Ley. Es la madre quien determina los destinos de la familia, persiguiendo su deseo sin límites, siendo incapaz de mirar más allá de esos planos que se inventa, que representan un deseo que su marido debe plasmar en la realidad, finalmente ajenos a toda lógica racional. Es la locura de esta madre la que condena a la familia a vivir presa de la fantasía más aterradora, la que no está atravesada por la Ley y conduce al incesto y el parricidio. Pues el padre fallido no puede cortar el cordón que une a sus hijos con su madre, y acaba siendo rechazado por ellos como el obstáculo que les separa del recuerdo de ella.

La ausencia de Ley de los padres condena a los hijos a ignorar los límites tranquilizadores, a desconocer la falta que da sentido, que organiza las relaciones humanas porque las legitima, al legitimar al Otro que es un límite a su deseo. Caldo de cultivo de la omnipotencia, que impide dar un lugar a cada uno y a cada cosa, conocer los espacios, empezando por el propio, que por tanto es imposible de defender de la invasión del otro, que como la madre loca amenaza su integridad. En esta posición sólo se ven fantasmas, nunca al Otro que puede ser conocido, con el cual se puede convivir, al estar atravesados por la Ley. El otro será siempre una “aparición” amenazadora, y la pérdida será vivida como desamparo, antes que como falta. Uno será siempre un niño indefenso, obligado a huir de sus fantasmas.

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