
03/09/2024
Temple Grandin (2010)
Una fortaleza para protegerse del rechazo
Nadie tiene tanta influencia en un niño como su cuidador. Lo que éste hace le puede influir positiva o negativamente. En el segundo escenario, esa influencia podría llegar a tener efectos patológicos graves. Ahí, en su fortaleza, encontramos a Temple Grandin.
Temple Grandin es diagnosticada de autismo a los cuatro años. No habla, y no presta atención a casi nada. Su madre, sin embargo, piensa que no debe educar a su hija en el miedo y en el aislamiento de los Otros, así que Temple asiste al colegio normalmente, “integrada”, y acaba estudiando una carrera demostrando una inteligencia superior para las ciencias prácticas. Se especializa en el comportamiento del ganado, y desarrolla unas técnicas humanas para su tratamiento que se demuestran beneficiosas también a nivel comercial.
El mismo médico que diagnostica a su hija, le explica a la madre, ante su desolación y su desamparo, que el problema del autismo tiene habitualmente su origen en una dificultad en la relación de la madre con su hijo. Se le transmite, básicamente, que ella no supo darle a su hija el calor, o sea, el amor, que necesitaba, y por eso su hija enfermó tan gravemente. El autismo sería entonces un problema de “desamor” materno.
No es que yo esté en desacuerdo con esta teoría. Pienso que el autismo se vincula con el tipo de relación entre la madre y su bebé, con el estilo particular del vínculo que existe entre ambos, y que algo que la madre hace puede tener como efecto una patología de este tipo. Pero yo hablaría del vínculo entre el cuidador y el hijo, para ser más precisos. Habitualmente son dos personas, la madre y el padre, quienes representan la figura del cuidador, la puntualización es importante porque da a entender que todo gira en torno de una función, antes que de una persona concreta predeterminada. Es la de todo aquel que tiene una incidencia importante en la crianza del nuevo ser, que relativiza en alguna medida la incidencia de una persona concreta, la madre, y apunta implícitamente al hecho que son dos los que participan en la concepción de ese ser y tienen por tanto una responsabilidad en todo lo que le pase a partir de ese momento. Si esto es así naturalmente, la madre no deberá ser responsabilizada en solitario de los problemas del hijo, como mínimo habrá que dividir esa responsabilidad entre dos. Esta consideración debe hacerse siempre, no sólo cuando existe una patología. Lo que el cuidador hace tiene siempre un efecto en el niño, y a veces ese efecto es patológico, tan grave como el autismo.
El problema no es teórico, para mí. Es, en este caso al menos, un problema de formas. Cómo se dicen las cosas importa. Es determinante, por ejemplo, cuando hablamos de la educación. La forma como educamos es tan importante, desde el punto de vista de los resultados, como lo pueda ser el contenido de la educación.
El médico de la película “agrede” a su paciente. Lo que le dice lo dice de un modo que es vivido por ella como imposible de gestionar, de asumir, casi como un fuerte puñetazo que la pilla con la guardia baja, abrumador. A un paciente se le debe preparar para escuchar algo así, tal como a un boxeador se le entrena para luchar en un ring. El entrenamiento no podría consistir en darle una paliza al boxeador. En ese caso es muy probable que éste cambiara de entrenador, o que directamente abandonara el boxeo.
El médico “entrena” a su paciente escogiendo las palabras que le dice. Al decirle a una madre que ella es la causante de la grave enfermedad de su hija, y que se la ha causado “malqueriéndola”, el médico le está dando una “paliza”. Esto por una razón, principalmente: es que esa madre no es consciente de haber hecho eso que le dicen que ha hecho. Ella no es diferente del resto, o de la gran mayoría, que quiere a su hijo y piensa estar haciendo lo mejor para él.
En la relación de esta madre con su hija hay que tener presentes sus sentimientos (deseos) inconscientes. En la película vemos lo más evidente, lo consciente. Desde esta perspectiva, parece claro que ella quiere a su hija, por todo lo que hace por ella. Pero también se apuntan detalles más sutiles, que se refieren al orden menos visible de sus sentimientos maternales, el inconsciente. Son gestos quizá menos fáciles de entender, porque no son claros. Pueden ser percibidos a cierto nivel, incluso, pero son contradictorios. En la secuencia donde debe informarse para dejar a su hija en el internado, tenemos una muestra clara de lo que quiero decir.
Ocurren varias cosas que complican la comprensión de lo que ocurre. Se nos cuenta, por un lado, que hay dificultades para que la hija sea admitida. Tienen que ver con la gravedad de su condición. Entonces uno de los profesores percibe algo en la chica, algo que en su opinión debería cambiar la percepción de esa gravedad. Él está convencido de que es apta para ser admitida. Antes, hemos visto una interacción entre la chica y este profesor, donde era clara la excitación de la chica, su placer o gusto por ese encuentro. Después, vemos lo más extraño. La madre duda de si debe seguir pensando en dejar a su hija ahí. ¿Por qué?, ¿qué ha ocurrido? Esto es lo que en psicoanálisis se llama un “conflicto inconsciente”. Está, por un lado, el deseo de la madre de que su hija vaya a ese colegio, y por otro su opuesto. ¿Qué ha motivado este último?, ¿por qué, de repente, cuando su hija tiene todas la papeletas para ser aceptada, parece que su madre ya no desea que se quede? La única pista que tenemos para interpretar la situación, lo único que “desentona”, porque es extraordinario en la vida de la chica, es la conexión que se establece entre su hija y el profesor. Él es, en verdad, ese Otro que puede ser mirado y deseado por ella, no percibido como un peligro y temido.
Digo que desentona porque el “tono” general de la película, la idea, si se prefiere, que se asocia regularmente con la condición de la enferma, es el rechazo que genera en los otros (íntimamente vinculado con su contraparte, el rechazo que el Otro genera en ella). Aquí, de repente, aparece la aceptación (mutua). La madre generalmente se enfrenta al rechazo que despierta su hija con obstinación, intentando convertirlo en aceptación. No aceptándolo, paradójicamente. No acepta que su hija sea “menos” que los otros niños, que deba ser tratada de modo diferente, excluida del sistema educativo normal, ni que tenga dificultades quizá insalvables para relacionarse con ellos, negando la evidencia de que en ciertos aspectos sí es menos que sus coetáneos. Entonces, cuando finalmente es aceptada, su primer impulso es alejarla, privarla de esa aceptación. Esto es muy llamativo. Se diría que, efectivamente, la madre es capaz de perjudicar seriamente a su hija, a pesar de todo lo que la quiere, ¿será posible entonces que ella tenga que ver con los problemas que tiene?
No es, de hecho, la primera vez que la vemos comportarse así. Antes, en la parte que transcurre en la granja donde Temple se queda con sus tíos un verano, ya habíamos presenciado algo parecido. Ella se había adaptado bastante satisfactoriamente a las circunstancias. Estaba visiblemente contenta. Había empezado a dar muestras de su gran capacidad práctica, incluso. Deseaba seguir ahí. Y su madre no se lo permitió.
No pienso que la idea de dejarla en la granja, de una forma más permanente, hubiera sido tan mala. La madre no lo vio así. Su hija debía ser como los demás, fuera esto lo que fuera que significara, pues, ¿acaso somos todos iguales?, ¿acaso debemos todos hacer lo mismo? Son preguntas para pensar, más allá de que es obvio que todos entramos a formar parte de la cultura (la sociedad) sometiéndonos a unas normas comunes que nos uniformizan, que nos convierten en personas “normales”, y que como tales nos integramos y recorremos caminos convencionales. Aún así, las diferencias existen, forman parte de esa normalidad perfectamente instaladas en ella como lo particular de cada hombre. Es esta idea la que me hace mirar a Temple Grandin y pensar que ella debería de haber podido seguir su propio camino, que no tendría por qué haber sido tan convencional como su madre “parecía” desear. Tengo serias dudas respecto de que fuera necesario hacerla seguir el camino convencional, que tan claramente era vivido por ella como una tortura, pues nada la acercaba a sus “semejantes”, más bien al contrario. Pienso, incluso, que muy probablemente habría podido llegar a desarrollar su potencial como lo hizo ahorrándose ese mal trago. Tal como lo estaba haciendo en la granja. Si lo pensamos fríamente, ¿qué consiguió por el camino que le impuso su madre que no hubiera podido conseguir del otro modo?, ¿relaciones personales, quizá? Sólo hizo una amiga, que estaba en parecidas condiciones de dificultad, o sea, que era más como ella que la mayoría. ¿Quién dice que no habría conseguido lo mismo por otro camino, uno más adecuado para ella, elegido por ella incluso? Lo planteo en otros términos: ¿acaso no habría que escuchar lo que un hijo desea, el tipo de camino que éste quiere seguir, cuando ya tiene una edad para pensarlo y expresarlo? Aunque ese camino le aleje de la normalidad, pues sería un resultado razonable si, debido a unas condiciones reales, innegables, de dificultad como las de Temple, sólo pudiera integrarse en el mundo a su manera limitada.
¿Qué pretendía la madre con su comportamiento? ¿Estaba ayudando a su hija, o le estaba poniendo las cosas más difíciles? Es difícil responder a la primera pregunta. Hay que entrar en el terreno de lo inconsciente, y no tenemos demasiadas noticias de ello aquí, más allá de las que he apuntado. Lo que sí sabemos, lo que puede ser un factor importante para entender la situación, es que faltaba el padre, el Otro que participó en la concepción de Temple Grandin. Es una falta importante que debe de haber tenido sus efectos en la problemática de la hija. Pero es difícil decir cuáles, concretamente, más allá de que como es lógico al faltar él faltó un contrapunto, una alternativa y un límite a la voluntad de la madre. ¿Podía ese padre haber sido ese factor? Sí, podía. Pero no podemos saber qué habría sido diferente de haber existido. En teoría, su presencia podría haber sido buena, pero lo mismo podría no haber tenido un efecto positivo. Un padre puede hacer de madre, si entendemos por tal el ejercicio de la función que tiene que ver con el cuidado del hijo, tanto en lo físico como en lo emocional. De modo que podría haber sido la madre que no fue su mujer, sumar donde ella restó. Pero del mismo modo podría no haberlo sido, si ese no hubiera sido su deseo. A fin de cuentas hablamos del deseo de un hijo, que a veces falta en las madres (o no está presente en grado suficiente), y lo mismo puede faltar en los padres. Ser padre es la realización de un deseo, concretamente el de cuidar de la mejor manera a un hijo, dándole en grado suficiente lo que éste necesita. Cuando esto no sea así, si la falta es suficientemente grande, entonces, como vemos aquí, el hijo tendrá graves problemas. La madre de Temple no deseó suficientemente a su hija, habría que decir, quizá incluso la malquisiera en un grado mayor de lo normal, de ahí el autismo de ésta. Nada nos dice que su padre la hubiera deseado más, como para compensar la falta de su mujer ocupando su lugar.
Hay en la película detalles para pensarlo un poco más, de todos modos. El miedo de la enferma a los abrazos o la importancia del nombre en la puerta de su habitación son, ambos, aspectos de la problemática de los límites, de lo que en psicoanálisis se llama la Ley del Padre. Los límites son lo que define el espacio de cada uno, en esencia, aunque evidentemente se refieren a la definición de todas las cosas, pues estas son lo que son y no otra cosa en función de ellos. Las personas, a veces, tienen problemas con esos límites. Se dice coloquialmente que alguien “no tiene límites” para expresar que esa persona hace lo que quiere sin consideración por lo que se debe y lo que no se debe hacer.
Ese no tener límites debe de estar en la base de la patología de Temple. Ella los busca. Quiere saber de quién es su habitación con una certeza que no deje lugar a dudas, la clase de certeza que se consigue dándole un nombre y colocándolo en la puerta. Es como si ella no entendiera que eso no es necesario, ya que su tía le había explicado que la habitación era suya. Esto no era suficiente para ella, que es demasiado insegura. No cree a su tía, en pocas palabras. Debe de desconfiar de todo el mundo, de su madre la primera, pues a ella no le permite tampoco acercársele demasiado. Necesita los límites para estar mínimamente tranquila. Quizá los límites que la presencia de un padre podría haber proporcionado, si ese padre y la madre hubieran formado un buen equipo, se entiende, lo que se da cuando ambos están atravesados por esa Ley, que ha sido incorporada y ejerce de límite en sus relaciones recíprocas y con su hijo, de manera que todos se protegen del exceso de la voluntad del Otro. Esto es lo que trata de representar el concepto de Ley del Padre.
El modo de abordar la problemática del autismo ante una madre como ésta pasa, como comentaba arriba, por escoger las palabras. Sólo así es posible que esta madre abrumada pueda soportar el dolor ante el terrible descubrimiento. El descubrimiento de su responsabilidad. Pues, como decía, ella puede no ser consciente de haber malquerido a su hija, porque conscientemente es probable que la quisiera, como suele ser habitual. Sólo en lo inconsciente se podría encontrar el sentimiento conflictivo, el del rechazo del hijo, que a veces también existe. ¿Acaso no somos así de complejos, los hombres? ¿Acaso no podemos querer y a la vez no querer algo? Pues motivos puede haberlos para ambas posturas.
Entonces, si una madre debe descubrir que su rechazo, su no deseo, puede haber enfermado de gravedad a su hijo, es importante que lo haga en condiciones favorables. Estas dependerán de cómo ella sea tratada en ese momento de descubrimiento, de cómo perciba que el Otro la ve, de que se sienta entendida y ayudada. No maltratada, en una palabra. ¿No es esta comprensión del Otro lo que todos los niños necesitan para convertirse en hombres sanos?, ¿no es este tipo de atención la que les es imprescindible para crecer en la cultura, que tanto les quita cuando nacen? Sólo así podrá esa madre escuchar, y en el mejor de los casos, aceptar, su responsabilidad en el problema. La importancia de este hito es crucial, pues éste sería el único modo en que ella podría permitirse afrontar su propio problema, su conflicto inconsciente con la maternidad, en este caso. Conflicto, por otro lado, no tan raro, como decía arriba. Más bien bastante normal. Lo raro no sería tener un conflicto así, sería que la parte que rechaza la maternidad fuera tan potente como para, efectivamente, llegar a malquerer a un hijo, para no quererte como necesita para estar sano. Para desear que no exista, incluso.
El problema del autismo está relacionado con el rechazo del Otro, que es un rechazo extremo cuando ese Otro está dentro de uno, lo cual quizá sea vivido como una invasión de la que que es imposible librarse, salvo haciendo como que el “invasor” no está, no invistiéndolo de amor, inconscientemente, mientras la consciencia quizá toma las medidas más “apropiadas”, todo ese trabajo agotador y extenuante en el que a veces las madres de niños autistas se embarcan devotamente. Otra cuestión sería entender por qué el Otro representado por el bebé podría ser vivido de este modo, que lógicamente tendría que ver con una extrema fragilidad narcisista, del yo, incapaz quizá de hacerse cargo de ese Otro como no fuera al precio más alto, el de la propia salud, pues tal sería el resultado de desatenderse uno mismo. Porque los bebés lo necesitan “todo” de sus madres, que al dar a luz se tienen que “olvidar” de sí mismas. ¿Qué verán los bebés autistas en los actos (quizá incluso en los ojos) de sus madres?, ¿quizá ese rechazo que es signo del mayor peligro, el de ser desatendidos por ellas? No en lo fisiológico, quizá, pero sí en lo que es más humano, lo emocional, que se expresa en ese tipo de atención que sólo puede provenir del mayor deseo, de un deseo sin grandes conflictos, de la madre por su hijo. Ese rechazo representa la muerte, de ahí que el niño autista se construya una fortaleza para defenderse de ella, manteniendo fuera los afectos mortales, y por extensión todos los demás. Fortaleza vacía, la llama Bettelheim.
No quiero perder la ocasión de decir algunas palabras sobre Claire Danes. Es una actriz superlativa. Los recursos que demuestra aquí, como en cualquiera de sus interpretaciones, quitan el aliento. Uno necesita, por momentos, respirar hondo para seguir mirando, tal es su capacidad para hacernos sentir lo que le pasa a su personaje. Lo que significa ser autista, en este caso.