05/11/2024
Hannah Arendt alertó sobre uno de los problemas centrales de la modernidad: nuestro proceso de aislamiento. Así, cuando perdemos el “mundo común” (el espacio para compartir y debatir ideas), nos vamos desconectando y retirando a lo privado y al dejar de involucrarnos en la esfera pública (“todos los políticos son iguales”) nos volvemos más manipulables y controlables, algo que los sistemas totalitarios aprovechan. El poder de la propaganda totalitaria radica en su habilidad de “aislar a las masas del mundo real”, generando un entorno en el que las personas, al estar solas, terminan creyendo cualquier cosa que se les dice aunque no sea verdad. El totalitarismo crea así un “contramundo”, una realidad falsa pero simple que busca reemplazar el mundo complejo y plural en el que vivimos.
Hoy nos someten a esa propaganda totalitaria avivada por una aceleración del tiempo que hace que el relato se imponga a la realidad sin permitir que la realidad pueda ser observada (diría que hasta sentida) sin que esté mediada ya por dicho relato. La imagen repetida una y otra vez que impide que las cosas “dejen de suceder”, la edición en la épica constante, en lo heroico, en lo morboso, la especulación con la muerte, las afirmaciones con rotundidad sobre ella, sobre la incertidumbre, que se descubren como bulos que buscan instrumentalizar el dolor y la indignación legítima de las personas hacia un palo en una espalda, la construcción de ese contramundo polarizado en el que la culpa es el fin, en esta crispación paranoica, utilitarista, que busca un rédito y que nos va generando un malestar colectivo que hace que dejemos de tener esperanza, de creer en los demás, que nos condena a la lógica simple del fascismo que siempre nos dice lo que tenemos que pensar, que creer, que sentir, nos obliga y al hacerlo, nos libera de la angustia, de lo incierto.
Frente a esto, que destruye la poesía de los cuerpos que ayudan, tenemos que ser capaces de advertirnos, porque nos estamos jugando perder el mundo común, renunciar a la posibilidad del otro, claudicar, rendirnos sin defender que debemos ser mejores que todo esto que nos dejan.