29/11/2025
Ay, la maternidad…
A veces te atraviesa, te rompe, te desarma.
Otras veces te sostiene, te abraza desde lo más profundo, te recuerda quién eres cuando sientes que te pierdes en el caos.
Es increíble cómo enseña. No hay manual, no hay fórmula; solo hay presencia, observación, ensayo y error. Y, aun así, es el mejor maestro que jamás podríamos tener. Nos obliga a mirar dentro de nosotras mismas, a enfrentarnos con paciencia, amor y compasión.
Mi autoexigencia se multiplicó con la llegada de Alain. Ser madre, ser inmigrante, intentar que un negocio prospere, lidiar con la ausencia de una red de apoyo familiar directa… Todo se siente más intenso, más urgente. A veces siento que debo estar en mil lugares a la vez, hacer todo perfecto, cargar con todo. Y otras veces siento que simplemente basta con estar presente, con respirar y sostenerlo a él y a mí misma.
Lo hermoso es que ahora soy consciente de esto. Lo veo: mis esfuerzos, mis miedos, mis ganas de crecer profesionalmente, mi necesidad de cuidarme. Y eso ya es un logro. Porque ser consciente del amor que damos, de la paciencia que ejercemos, de la compasión que nos ofrecemos… Eso es lo que nos permite sostenernos cuando el mundo se siente pesado, cuando la soledad duele, cuando todo parece demasiado.
La maternidad no solo me ha enseñado a cuidar a Alain, sino también a cuidar de mí. Me ha mostrado mis límites, mis fortalezas y mis vulnerabilidades. Me recuerda que está bien sentir cansancio, frustración o miedo, y que está bien pedir ayuda, aceptar nuestras imperfecciones y celebrar cada pequeño triunfo.
Amiga, ya lo estamos haciendo bien. Cada día que nos levantamos, que respiramos, que seguimos intentando, estamos enseñándole al amor cómo se sostiene, cómo se cultiva, cómo se multiplica en medio de las dificultades. Y eso, en medio de todo, es un milagro silencioso que solo nosotras, las que atravesamos esta experiencia, podemos comprender.