27/11/2025
Ayer estuve en una reunión donde todas las voces parecían ocupar demasiado espacio. La mía, en cambio, se quedó en silencio. No por timidez, sino por algo más sutil: esa sensación de estar dentro de la escena, pero no inscrita en ella. Como si la palabra ya tuviera dueño antes de que yo llegara.
El cuerpo lo notó antes que yo: un encogimiento casi imperceptible, la respiración más corta, esa alerta fina que aparece cuando no hay lugar para desplegarse. A veces no es el contexto lo que nos deja fuera, sino la forma en que el propio cuerpo lee la dinámica.
Y ahí surgió una experiencia que conozco bien: la extranjería. No la del pasaporte, sino la otra… la que aparece cuando estás presente pero sentís que no terminás de pertenecer. Cuando la escena se vuelve ajena incluso aunque estés en ella.
Mientras las voces se superponían sin escucharse, mi mente se fue a un refugio familiar: un sabor, un acento, una imagen que me devuelve a mí. Es interesante cómo, cuando el afuera no nos aloja, el adentro se activa sin pedir permiso. Un movimiento tan automático como protector.
Estos momentos no hablan del “afuera”, sino de cómo nos situamos subjetivamente en él. De los guiones invisibles que nos ubican, de las escenas que repetimos sin darnos cuenta, y de esos lugares donde, casi sin pensarlo, elegimos retirarnos hacia dentro.
No es una queja. No es una crítica. Es una observación: a veces pertenecer está sobrevalorado. A veces basta con entender cómo nos habitamos en ciertas situaciones para empezar a movernos diferente.
Si esto te resonó, quizás te sirva seguir explorando cómo te colocas tú en tus propias escenas. En calma.tudia trabajamos justo eso: escucharte por dentro para recuperar tu voz fuera.