22/05/2024
Porque el amor no llega nunca.
Ha estado siempre ahí .
Es lo que somos, la sustancia que conforma nuestra alma, que decidió experimentar el dolor de la separación y la dualidad para conocerse a sí misma.
El amor es origen y destino.
El camino de regreso del alma a sí misma, a la unidad con toda la existencia, es el camino de la iniciación, en el que todos nos encontramos, seamos conscientes o no.
El amor, y aquello que somos, se despierta en el encuentro. Fundamentalmente en el encuentro con el otro, y también en el encuentro con la belleza de la naturaleza, con el orden y la armonia de las fuerzas celestes, con la mano que ayuda, y también en el encuentro con el dolor y el sufrimiento.
El encuentro nos transforma.
El amor que libera y no aprisiona, tiene mucho que ver con la responsabilidad. La de no dañar, la de entrar en el mundo propio o ajeno con gentileza y suavidad. La de retirarse en silencio, y llevarse consigo la exigencia, las carencias y el duelo.
Aprendemos perseverando en el amor, haciendo de el una brújula, poniendo en el centro nuestro corazón.
Aprendemos también aceptando permanecer en ignorar saber o comprender, soltando la necesidad de controlar lo que nos sucede, dejando de ver al otro un objeto a conquistar.
Se necesita coraje para conocerse a uno mismo y no huir cuando aparece el vacío.
Cultivar un sentimiento de gratitud nos libera y rompe las cadenas al otro, y al sostener este sentimiento en nuestro corazón se despierta en nosotros la apreciación de la belleza incluso en nuestros lugares más oscuros, devolviéndonos al estado de sincronicidad y
Gracia donde los errores devienen en aprendizajes y significado.
Entonces podemos generar amor con voluntad. Y este amor se vuelve un poder.
Un poder para sanar, un poder para transformarnos, inspirarnos y aprender a caminar más libre y responsablemente. Y la vida se vuelve vibrante y asombrosa.
El amor que hemos dado y recibido es lo único que nos llevaremos.
Es lo único por lo que nos recordarán.