
08/08/2025
Esta semana en la consulta, una mujer joven me contó que un amigo suyo, estudiante de medicina, le dijo que no usara vi****or porque “podía dejarla insensible”.
Lo primero que pensé fue en lo fácil que es que un mensaje así cale, no solo por el contenido, sino por quién lo dice.
Cuando alguien vinculado al mundo sanitario habla, aunque sea estudiante y sin experiencia clínica real, lo escuchamos con un filtro distinto: “lo dice un médico” o “lo dice alguien que sabe de salud, así que debe ser verdad”.
Es un sesgo de autoridad que pesa como una losa.
El problema es que el conocimiento médico es muy amplio y está en constante revisión. Incluso los profesionales en activo no saben de todo. La sexualidad, además, ha sido históricamente un área con poca formación reglada, y muchas veces se repiten mitos sin cuestionarlos.
En este caso, la evidencia científica es clara: no hay pruebas de que el uso de vi****ores cause insensibilidad permanente o dañe la capacidad de sentir placer. Puede haber un adormecimiento momentáneo si se usan de forma muy intensa y prolongada, una acomodación fisiológica, pero es temporal y reversible.
El peligro de estas afirmaciones no está solo en la falta de rigor, sino en que, por venir de una “fuente de autoridad”, las personas las interiorizan rápido, a veces con culpa o miedo, y eso limita su libertad sexual y su relación con el placer.
La información de calidad no depende solo de quién la dice, sino de en qué está basada. Un título (o estar en camino de tenerlo) no sustituye la evidencia, la actualización constante ni el enfoque libre de prejuicios.
La insensibilidad no viene del vi****or. Viene de la desinformación.