
01/09/2025
𝐋𝐚 𝐢𝐦𝐩𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐦𝐮𝐫𝐚𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐜𝐚𝐢́𝐝𝐚𝐬
Una de las cosas que más disfruto al caminar es buscar lugares antiguos: castros celtas, poblados ibéricos o romanos… En mi familia lo llaman “se ha ido a ver piedras”.
Me gusta sentarme allí y pensar en la gente que habitó esos espacios, en su día a día… y ahora solo quedan muros caídos y viento. Eso me da un golpe de realidad: nada permanece para siempre.
Con el tiempo entendí que esa reflexión tiene un nombre en el budismo: 𝐢𝐦𝐩𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚. Es esa verdad que sentimos cuando miramos alrededor y notamos que todo cambia: las personas, los momentos, las emociones. Lo bueno pasa… pero lo malo también.
Es un recordatorio de que la vida está en movimiento, que nada se detiene. Al principio puede asustar, porque solemos aferrarnos a lo que queremos conservar. Pero cuando lo aceptamos, se siente como un alivio.
Porque si nada es eterno, tampoco lo son los miedos, el dolor ni las preocupaciones. Esa certeza trae paz y ligereza.
La 𝐢𝐦𝐩𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 no es una idea lejana, se revela en cada instante: en un amanecer que se disuelve, en una risa que se apaga, en una lágrima que también se seca. Todo se transforma.
Eso es anicca: aprender a ver que todo nace, se transforma y desaparece. Y, al aceptarlo, vivir un poco más libres.
Cuando estoy en esos lugares pienso:
“Si estas murallas se vinieron abajo, también lo harán mis miedos, mis problemas”.
Y, de repente, siento ligereza. Porque la vida es esto: cambio constante. Y cuanto antes lo abrazamos, más libres somos.
𝐋𝐚 𝐢𝐦𝐩𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐦𝐮𝐫𝐚𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐜𝐚𝐢́𝐝𝐚𝐬
Una de las cosas que más disfruto al caminar es buscar lugares antiguos: castros celtas, poblados ibéricos o romanos… En mi familia lo llaman “se ha ido a ver piedras”.
Me gusta sentarme allí y pensar en la gente que habitó esos espacios, en su día a día… y ahora solo quedan muros caídos y viento. Eso me da un golpe de realidad: nada permanece para siempre.
Con el tiempo entendí que esa reflexión tiene un nombre en el budismo: 𝐢𝐦𝐩𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚. Es esa verdad que sentimos cuando miramos alrededor y notamos que todo cambia: las personas, los momentos, las emociones. Lo bueno pasa… pero lo malo también.
Es un recordatorio de que la vida está en movimiento, que nada se detiene. Al principio puede asustar, porque solemos aferrarnos a lo que queremos conservar. Pero cuando lo aceptamos, se siente como un alivio.
Porque si nada es eterno, tampoco lo son los miedos, el dolor ni las preocupaciones. Esa certeza trae paz y ligereza.
La 𝐢𝐦𝐩𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 no es una idea lejana, se revela en cada instante: en un amanecer que se disuelve, en una risa que se apaga, en una lágrima que también se seca. Todo se transforma.
Eso es anicca: aprender a ver que todo nace, se transforma y desaparece. Y, al aceptarlo, vivir un poco más libres.
Cuando estoy en esos lugares pienso:
“Si estas murallas se vinieron abajo, también lo harán mis miedos, mis problemas”.
Y, de repente, siento ligereza. Porque la vida es esto: cambio constante. Y cuanto antes lo abrazamos, más libres somos.