No concibo la psicología, que de hecho es la ciencia o conocimiento del alma, sin considerar la dimensión profunda y misteriosa del ser humano. Sufrimos de un exceso de racionalidad y creemos o tenemos la ilusión de que aprehendemos todo a través de la razón. Sin embargo cuando nos confrontamos a la complejidad de una persona, sea hombre o mujer, allí tomamos clara consciencia de lo que significa un misterio y la actitud ante ello es mística que es el adjetivo de misterio. Cada persona es un misterio y ante ello no hay ni ciencia, ni método que pueda absolutizar su conocimiento. Por ello recurro a lo que he aprendido hasta hoy. Me nutro de la visión junguiana del ser humano; también de las dinámicas familiares sistémicas, aportadas por Hellinger. Me resultan fascinantes las revelaciones de los sueños, el lenguaje del cuerpo, incluyendo sus síntomas y enfermedades, la dramatización de las fantasías y cualquier producción del inconsciente. Acudo a la historia personal y de nuestra cultura, al diálogo con la sombra y con la Luz, creo en el aspecto curativo del canto y de la oración. Dice Pascal que el órgano para captar el misterio es el corazón, aquello que él llamó el “espirit de finesse”, una actitud de simpatía fundamental con el otro y una capacidad básica de colocarse en su lugar en esa situación concreta. Por esto, y quizás por mucho más, considero que mi abordaje como psicóloga es un abordaje que acompaña no solo a través de la historia personal sino también los distintos crisoles de lo que somos.