15/01/2019
Os compartimos la opinión de ANDRÉS ARMENGOL, ex alumno del Master de ACCEP, por la actualidad y la pertinencia de la cuestión que plantea, respecto de nuestro Centro Asistencial de Práctica Clínica y su orientación de trabajo
Contrasta llamativamente que, mientras publicaciones periodísticas y de asociaciones psicoterapéuticas han puesto de manifiesto que en España hay, aproximadamente, 20000 personas que acuden a un analista, el señor Duque sea el adalid de ese cansino y monolítico discurso en torno al cientismo.
Quizás debiéramos hacer saber al ministro que muchos colegas nuestros reciben a pacientes que acuden desahuciados de sus psicológos y psiquiatras, quienes los han tildado de fracasos o de imposibles, sin tan siquiera escucharles. Pacientes cuyos psicólogos y psiquiatras se han mofado o han minimizado su sufrimiento psíquico, consecuencia del dolor fibromiálgico, el desamor, la soledad, una pérdida de un ser amado, el desempleo o pensamientos recurrentes que les atormentan.
Aquellos concernidos por el psicoanálisis acogemos sin juzgar, damos un valor a la palabra, tan denostada en nuestro presente y, a través de la escucha, les damos un lugar para que puedan interrogarse acerca de aquello que se repite dolorosamente en sus vidas sin que sepan por qué. Les invitamos a que no renuncien a su diferencia y que puedan morar en esa dimensión tan próxima y ajena a la vez.
No nos plegamos a la normalidad y su consiguiente segregación ni a las exigencias de no querer saber del amo contemporáneo. Y, por qué no decirlo, les animamos a que exploren en su deseo, esa región íntima e irrepetible para que no sucumban a la voracidad del goce salvaje desabonado del inconsciente promovido por el capitalismo en su estadio neoliberal.
No nos amedrentarán con su cientismo porque creemos en una libertad que no renuncie a los lazos sociales sin ahogar, empero, la soledad y el exilio que nos brindan una experiencia común en tanto que humanos exiliados en el lenguaje.
No abogaremos jamás por una patologización de la infancia y ante el sá**co que se ensaña con el niño que, desde su síntoma, resiste a lo homogéneo, le diremos: "¿Por qué no le haces un lugar sin aplastarlo?"
No haremos creer que hay una panacea para quien experimenta el sentimiento de habitar un cuerpo que le parezca equivocado basada en el bisturí y la cirugía. Le diremos: "¿Qué es para usted ser hombre o ser mujer?" y le acompañaremos en su tiempo de comprender, sin lanzarlo al vacío ni tildándolo de enfermo mental.
No recularemos ante las psicosis, ya que en sus construcciones delirantes atisbamos el intento por forjarse un sostén que recubra, ni que sea un pedacito, un trozo de ese agujero que le hace la vida insufrible. Al contrario, estaremos a su lado para que la vida le sea más soportable, sin dictar cátedra acerca de salud y enfermedad.
No esperamos que nos den las gracias ni un reconocimiento social. No es ése nuestro lugar en tanto que concernidos por encarnar el deshecho que traen los pacientes a las consultas.
Pero sí que exigiremos un diálogo franco y respetuoso que no pierda rigor ético y epistémico. Y exigiremos que no se universalice el método científico para los dolores del alma, para el sufrimiento que nos constituye como lo que somos: seres humanos. No hay clínica sin ética, ésa es nuestra máxima.