14/07/2021
Regreso de Le**os y parte de mi corazón, y de mis ojos, han quedado allí en el recuerdo de lo visto y de lo compartido. Lo visto en la alegría de las niños desasistidos que se alegran ante nuestra sola presencia, pero también en los rostros de Mabooubeh la niña afgana que se preocupa por su hermanito al que le duelen las piernas; de Soraya que en su adolescencia pudo marchar finalmente a Alemania tras ayudarnos en nuestro trabajo; de Farid (el hijo de Ahad) huido de Siria y con su mente perturbada en algún lugar tras lo vivido; o en la tienda de Fátima y Mohammed dos jóvenes sirios con tres hijos afectados de anemias severas. Y lo compartido aquí y allá bajo un sol de justicia que daña los ojos en el campo de refugiados de Mitilene, donde en medio del cemento, de la grava y del polvo no crece una planta y no hay duchas en las que lavarse. Un lugar en el que entre contenedores, barracones y precarias tiendas de campaña se hacinan miles de personas de Siria, Afganistan, Irak, Somalia, Congo, Nigeria, Gambia o Ghana a la espera de un futuro mejor en algún lugar de Europa. Todos ellos en la esperanza de llegar, como nos decía Olivier, que llegó hasta allí huido de las torturas en su Congo natal, a “El Dorado” europeo en el que “queremos vivir eso que vosotros llamáis democracia”.
Muchos afanes y pocas esperanzas, pues cada día llegan los temidos “rejections” que anuncian una deportación a aquellos lugares que se añoran pero a los que no se puede regresar por la guerra, por la ausencia de futuro o por temer la propia muerte en países como Congo donde, nos contaba Gertrude, “abundan los bandidos que entran a cuchillo en las casas”. Una vivencia dura que solo se alivia ante la visión de lo mucho que un pequeño gesto puede transformar un día sin nada en que ocuparse y mucho por lo que desesperarse. De ahí la remarcable labor, a pie de tienda, de Luz Carmona, creadora de Light without Borders, a quien estos días he tenido el honor de acompañar en sus infinitos desvelos: atender a Shifa en su cáncer de pecho, ver la pierna ortopédica que ella ha conseguido para Abdul, repartir gafas para la visión mala o dañada de muchos, o conseguir alimentos adecuados para diabéticos o afectados de anemias y de otras enfermedades.
Durante varios días Luz y yo, con nuestras esencias de flores al hombro y sin desfallecer, hemos escuchado y asistido a muchos de ellos con nuestras combinaciones florales y hemos compartido un momento de sus sufrimientos y de sus desasosiegos. Juntos organizamos un pequeño taller para mujeres y niños en el hermoso lugar de Stavros, de forma que todas pudieron conectarse con una energía más limpia, más suave y más sanadora. Allí todas hicieron sus dibujos y charlaron con nosotros para recibir después esas “gatarat” (gotas en árabe) en las que tanto confían y que les animan a seguir a la espera de algo mejor para sus vidas. Otros días visitamos a los africanos adolescentes de distintos orígenes que conviven en cubículos sin agua ni ventilación en los que han de cocinar, a los africanos de habla francesa que se sienten peor tratados por no hablar inglés y por ser negros, y a grupos de sirios y de afganos. Sesiones fatigosas y tardes de preparación de fórmulas florales, de aceites y cremas con esencias y de va*********es para algunas heridas.
Volveré a Le**os, allá donde Europa casi se toca con la costa turca, pues allí hay mucho por hacer, y volveré a colaborar con Luz cuya esperanza y cuyo impulso me han animado en los momentos en los que todo se hacía más duro. Allí han quedado amigos a los que revisitar, como Olivier el congoleño que tras dos días de tomar sus esencias se despidió diciéndome “ahora miro más hacia la esperanza y menos hacia la pesadilla”. Benditos sean.
Ricardo Javier Mateos. Codirector de Centro Gaia Floral