23/11/2025
A veces olvidamos algo esencial:
cada persona que entra en la farmacia no entra por entrar.
Entra porque algo le duele, le preocupa o le incomoda.
Detrás de cada “vengo a por este medicamento”,
hay un problema que no siempre se dice en voz alta.
Y tú estás en medio.
Entre los laboratorios que llenan los lineales
y el ser humano que entra buscando alivio.
Si empiezas a mirar la farmacia así —como un puente—
todo cambia.
Cuando alguien te pide un medicamento, pregúntate:
¿por qué lo necesita de verdad?
¿qué hay detrás de esa petición?
¿en qué punto de su día, de su vida, está esa persona?
Ahí aparece tu papel.
No como vendedor.
Sino como alguien que conecta un problema con una solución,
con sensibilidad, con criterio, con humanidad.
Y sabes cuál es la prueba real de que lo estás haciendo bien?
Esa sensación que has sentido alguna vez
cuando un paciente te mira y te dice “gracias, de verdad”.
Esa gratitud sincera, esa conexión humana que ocurre en un segundo.
Eso es lo que da sentido a este trabajo.
Quédate con esa sensación.
Búscala en cada dispensación.
Porque al final, lo que hacemos en la farmacia no es vender productos:
es ayudar a personas que llegan con un problema
y se van un poco mejor que como entraron.