05/10/2022
Ojalá aprendiésemos de verdad a valorar las diferencias en nuestro alumnado, a ver las fortalezas y el potencial y les enseñásemos lo mucho que valen.
Algunas tortugas pueden nadar, otras viven muchísimos años, son símbolo de sabiduría, paciencia, fortaleza… que no vuelen no es una carencia ni una debilidad, no lo necesitan, pero si nos empeñamos en verlo como un defecto, a lo mejor, quienes tienen carencias son los ojos desde donde les miramos.
Ojalá no nos conformásemos con sacar la regla con las que medimos a nuestro alumnado por igual, un tamiz absurdo en el que solo pasan quienes creemos merecedores porque se adaptan a nuestros estándares y dejamos atrapadas a aquellas personas que no cumplen con nuestros requisitos, haciéndoles sentir inferiores, minusvalorándoles y, lo que es aún peor, logrando que sean ellas mismas las que crean que no son suficiente.
Ojalá la escuela fuese un lugar amable para toda la infancia, ojalá todo el personal docente fuese profesional, o al menos, honesto para reconocer dónde debe mejorar y tener inquietud para hacerlo, para pedir ayuda, para reconocer que no somos infalibles.
Ojalá comprendiésemos que no todo nuestro alumnado va a poder hacer lo que los demás pueden hacer o como los demás pueden hacerlo y fuésemos capaces de aceptarlo sin retorcer el hocico.
Ojalá, como dice , fuésemos capaces de enseñar desde el cerebro del que aprende.