10/11/2024
Las relaciones entre las personas son una habitual fuente de conflictos y malestar (ni que decir tiene que también de satisfacción y disfrute), y en general el origen de gran parte de nuestro sufrimiento.
Sufrimos, sufrimos de una manera particular y reconocible en cada uno de nosotros. En nuestra mente aparecen dudas, juicios, críticas, fantasías, expetativas, rumiaciones, diálogos internos. Sentimos ansiedad, apatía, decaimiento, miedo, tristeza, rabia, culpa, resentimiento, deseos de dañarme o dañar, impotencia, ganas de llorar, de gritar, de desaparecer, vergüenza. En el cuerpo dolor de cabeza, cansancio, mala digestión, eccema, contracturas, asfixia, palpitaciones... sin una causa definida. No sabemos cómo actuar, o actuamos instintivamente sin obtener satisfacción, reactivamente, a la defensiva, con temor, con agresividad, nos escondemos, hacemos lo contrario de lo que queremos...
En muchas ocasiones es así porque no sabemos o no podemos dar una respuesta adecuada a determinadas situaciones que nos suponen afrontar una tensión entre yo y el otro, un "o tú o yo", y vivimos los desacuerdos como amenzas, como castigos, como agresiones, con temor o a la defensiva convirtiendo al otro en enemigo o adversario al que ganar o de quien protegerme. O con demasiada sumisión y condescencencia abandonando nuestro verdadero sentir al respecto de lo que sea, priorizando el acuerdo a pesar de que choca con otra necesidad que puede molestar a la otra persona.
De manera habitual sufrimos porque nos culpan de lo que le hacemos al otro y el otro siente, y nos ponemos a la defensiva y/ cargamos con esa culpa intentando remediar lo que me convierte en egoísta a los ojos ajenos o de mi propia conciencia moral-social. Al tiempo responsabilizamos a los demás (a veces, pocas a nosotros mismos) de nuestras carencias y de nuestras frustraciones. En un círculo pernicioso del que no podemos salir porque nada depende de lo posible: ni yo soy culpable ni lo es el otro, sino que cada uno somos responsables positivamente de nuestros actos (casi nunca queremos hacer daño) y nuestras carencias (tampoco el otro es culpable de mis necesidades insatisfechas).
Así pues la reconstrucción de la consciencia de una individualidad irrenunciable que incluya el bienestar del otro como parte de mi necesidad de bienestar abre la puerta al diálogo sincero y honesto. Y también he de saber y recordar que soy la base de mi ser, y que para el otro soy tan importante como lo pueda ser ella o él para mí. Aunque su violencia, su agresividad, su indiferencia o su victimismo parezcan transmitir lo contrario, tengo tanto poder de influir en el otro como el otro tiene en mí.
Pero sobre todo tengo el poder en mí de valorarme a pesar de todos los obstáculos externos e internos que pueden oscurecer la luz del corazón y de la mente.
¡¡¡Puedo, podemos!!!
Cada momento es un amanecer...