24/09/2025
El otro día, mi hijo llegó demasiado callado de la escuela. Le pregunté qué pasaba y, después de un silencio largo, me dijo:
—Mamá, creo que hice llorar a un compañero. Solo era un juego, todos se rieron… menos él.
Respiré hondo. No para regañarlo, sino para enseñarle algo que me costó entender incluso de adulta. Me agaché a su altura y le dije:
—Hacer reír a todos a costa del dolor de uno… no es un chiste. Es una herida.
Esa noche, mi hijo agarró una hoja y escribió una carta. Sólo alcancé a ver un enorme PERDÓN escrito.Al día siguiente, la entregó.
Y yo entendí que educar no es solo enseñar a leer o a sumar…
Es enseñar que el corazón del otro también importa.
Porque hacer sentir mal a alguien, nunca, nunca será divertido.
Que tu hijo sepa que ser valiente no es burlarse.
Es pedir perdón.
Es ponerse en los zapatos del otro.
Es elegir no reír cuando a alguien le duele.
Y volver a intentarlo, esta vez, con compasión.