
16/09/2025
Un día la liebre iba por el bosque con tanta prisa que parecía que le hubieran puesto un cohete en el c**o.
Pero no corría por deporte, no… corría porque llevaba media mochila llena de piedras, tréboles de cuatro hojas, plumas de cuervo y hasta una herradura oxidada que había encontrado en un mercadillo.
—Con esto estoy protegida de todo —se decía mientras resoplaba.
Desde arriba, un búho que parecía tener la calma de un funcionario en agosto, le gritó:
—Oye, ¿de verdad crees que esas chorradas te van a salvar?
La liebre, sudando como si viniera de jugar tres partidos de pádel seguidos, respondió:
—¡Pues claro! ¿Qué otra cosa me va a sostener?
El búho giró la cabeza con ese gesto de “me lo pones a huevo” y le soltó:
—Tu consciencia, chata. Eso no pesa, no caduca y no tienes que ir cargando como una mula.
La liebre se quedó en silencio. Soltó la mochila y descubrió que sin tanto trasto, corría más ligera. Y, sorpresa, no se cayó el cielo ni vino un dragón a comérsela.
Moraleja: todo lo demás son adornos, humo, cosas que se oxidan o se pierden. La consciencia no.
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Solo vendemos jamón.
Solo eso.
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