18/06/2025
La naturaleza humana, la felicidad y el propósito: el arte de caminar hacia el fin.
La vida, esa línea sin retorno, es un trayecto inevitable hacia un destino ineludible: la muerte. En medio de ese camino, los seres humanos cargamos con una conciencia que nos distingue de otras especies: sabemos que moriremos. Este conocimiento es al mismo tiempo una bendición y una carga. Es lo que ha impulsado civilizaciones enteras, religiones, filosofías y revoluciones interiores. Pero también es lo que, en silencio, habita detrás de nuestras dudas, ansiedades y decisiones cotidianas. ¿Cuál es, entonces, el propósito de la vida? ¿Qué esperamos de ella mientras caminamos por ese sendero que se estrecha con cada día que pasa?
La búsqueda de la felicidad: una brújula imperfecta
Desde tiempos antiguos, los filósofos han reflexionado sobre la felicidad. Aristóteles hablaba de la eudaimonía, una forma de bienestar más profunda que el placer momentáneo. En la actualidad, solemos confundir felicidad con satisfacción inmediata: posesiones, validación social, éxito profesional. Pero la naturaleza humana parece apuntar a algo más complejo. No buscamos solo placer, buscamos significado. Queremos que nuestra vida “valga la pena”, aunque no sepamos exactamente qué significa eso.
La felicidad, entonces, no es un destino sino una consecuencia. Es el resultado de vivir una vida que sentimos auténtica, congruente con nuestros valores, conectada con otros y alineada con algo más grande que nosotros mismos —aunque no sepamos ponerle nombre.
El propósito: una invención necesaria
La pregunta por el propósito de la vida ha sido respondida de muchas maneras: Dios, el amor, la familia, la evolución, la libertad, la belleza, la supervivencia. Pero quizá la respuesta más honesta es también la más perturbadora: no hay un propósito universal dado de antemano. La vida simplemente es.
Esa aparente ausencia de sentido ha sido motivo de desesperación para muchos, pero también una forma de libertad. Si la vida no tiene un propósito dado, entonces somos nosotros quienes podemos (o debemos) inventarlo. La libertad existencial implica responsabilidad. Lo que hagamos con nuestra vida, cómo interpretemos nuestros sufrimientos, cómo decidimos vivir —todo eso es parte de nuestro pequeño acto de creación. Cada decisión es una pincelada en un lienzo que, tarde o temprano, dejará de estar a nuestra vista.
Decisiones cotidianas, ecos eternos
A primera vista, nuestras decisiones diarias pueden parecer triviales: qué comer, qué decir, qué ignorar, a quién llamar, a quién amar. Pero estas pequeñas elecciones son como piedras que lanzamos a un lago: generan ondas que se expanden, a veces imperceptibles, pero reales.
Cuando decidimos actuar con compasión, aunque nadie nos observe, estamos afirmando que esa forma de vivir importa. Cuando elegimos ser honestos, aunque sea más difícil, estamos apostando por una visión del mundo más íntegra. Y cuando nos equivocamos y volvemos a intentarlo, estamos reconociendo que el sentido de la vida también se construye en los intentos fallidos, en la vulnerabilidad, en la imperfección.
Esperar de la vida… ¿o esperarse a uno mismo?
Preguntarse qué esperamos de la vida es, en el fondo, preguntarse qué esperamos de nosotros mismos. La vida no nos debe nada. Es indiferente. Pero nosotros, como seres conscientes, podemos esperar algo de nosotros: coraje, amor, curiosidad, transformación.
No se trata de tenerlo todo resuelto ni de encontrar una verdad última. Tal vez se trata, simplemente, de vivir de tal forma que, cuando miremos atrás, sepamos que vivimos de verdad: que amamos, que fuimos amados, que luchamos, que aprendimos, que nos equivocamos, que reímos, que lloramos… que estuvimos aquí.
En conclusión
La vida es una línea que no tiene retorno, sí. Pero no por eso deja de tener profundidad. Es un trayecto hacia la muerte, pero también es un espacio breve y único para amar, pensar, crear y ser. La naturaleza humana, en su contradicción, nos impulsa a buscar sentido, incluso donde no hay certeza de hallarlo.
Y tal vez eso sea lo más humano de todo: no tener todas las respuestas, pero aún así elegir caminar. Con esperanza. Con intención. Con corazón.