02/12/2025
El anhelo de ver a nuestra madre y padre bien está vinculado a la sensación de seguridad. No podemos sentirnos seguros si ellos están mal; necesitamos percibirnos confiados, y utilizaremos diversas estrategias para conseguirlo, aunque abandonemos nuestra infancia y asumamos un rol que debería corresponder a un adulto.
No es que queramos reemplazarlos, somos todavía muy pequeños; más bien, asumimos sus funciones de manera inconsciente para sentir confianza dentro del vínculo y la familia. Una de las lecciones más difíciles de la vida es aceptar la impotencia que sentimos cuando alguien que amamos atraviesa una dificultad.
Desde una fantasía omnipotente que nace del amor infantil, solemos creer que podemos resolver la vida de los demás, como cuando, de niñxs, imaginábamos que podíamos hacer felices a nuestros padres solo con nuestro amor.
Si nuestra mirada está llena de pena, lástima o victimización, lo miramos pequeño, incapaz, disminuido por las circunstancias. La pena revela nuestra dificultad para mirar la realidad tal como es y para respetar la dignidad del otro.
El dolor, en cambio, es fértil. Nos permite atravesar lo que ocurre, procesarlo e integrarlo. Y en esa integración se abre la posibilidad de transformación. El dolor es honesto: reconoce lo que es, sin minimizarlo ni exagerarlo.
́mica